Por Leonardo Z.L. Tasca *
Ricardo Levene, opina que: “Según viven y sienten la historia los pueblos tienen el porvenir que se merecen”. La ausencia de ventura según esta consigna mostraría la contracara trágica del pasado, es que en muy pocos países como Argentina se ha producido una evidente distorsión tan acentuada de la historia, cuya falsedad se convirtió en instrumento de gestión al servicio de una cultura que no solo atrasa como tal, sino que tiene al país estancado.
El incentivo espiritual de pertenencia a la Nación es el conocimiento de la historia, que contiene un imprescindible proceso formativo que sustenta aquel espíritu para fortalecer el alma del pueblo, que es imposible construir sin esos valores estratégicos, sin analizar y desbrozar el pasado con autentico examen crítico. No hay que ir para atrás ni para darse impulso (Lao Tsé); sin embargo, en la tarea inquisitiva del pasado está el impulso político imprescindible de los países que quieren renovarse en su lucha por la grandeza espiritual.
Debe existir la necesaria recapitulación y una conciencia que advierta que los factores que lucran con la dependencia tienen un claro objetivo de contrarrestar la visión de conjunto del proceso histórico. Los sistemas hegemónicos que monopolizan el pensamiento único consideran como imprescindible que no haya limites al olvido del pasado, porque la memoria debe desaparecer, la vocación por demolición de las reflexiones que hurgan en lo que fue, es tan vigente como el uso de la violencia para su imposición sea como sea.
Ante ello, la historia y su método de análisis dejan de ser la simple averiguación de los sucesos acaecidos, es la ciencia rigurosa que insiste en la interpretación de los hechos para la formación de un expediente comunitario y formativo creíble y propio. Entonces, si estudia y reconstruye el drama del hombre de su tiempo puede ser – eso es lo que la hace única – aliada del individuo social, olvidando el psicologismo y las subjetividades, que es cuando solo le preocupa los estados cambiantes del hombre a través del tiempo. Su misión es estudiar como ha cambiado la estructura y el espacio material social circundante de la vida.
La historia como ciencia de estudio debe cohesionar al hombre en su vida social e interpretar el drama de vivir porque es la historia y no otra cosa lo que puede anticipar o dar señales del futuro. Alertar que no son las personas quienes llegan a decidir algo del futuro, sino sus propios hábitos y sus costumbres políticas le permiten encarar el mañana con cierto “éxito”. Claro está, debe proponérselo, no desde el placer sino desde un proyecto de vida, y ahí la historia desde y por haberla estudiado, hacerle conocer las experiencias positivas pasadas. No ignorar que el componente ideológico extraño se articula en el modelo de país que asegure la continuidad al subdesarrollo y la enajenación de los recursos estratégicos, en una visión no solo pequeña sino exclusivista, en este marco, apunta a explorar de forma sistemática los hechos históricos (es decir, los acontecimientos que cuentan con relevancia para las personas) para que el pasado se exprese por sí mismo a favor de sus intereses de sector minoritario.
La angustia del hombre histórico, el drama del vivir, debería tener – hoy no la tiene – un ancla en la historia social. Aunque sea controversial, adherimos, el hombre más que su cuerpo y su alma, es su vida y la historia como ciencia tiene que indagar científicamente en qué estructura material vive su drama ese hombre de la historia. Una forma que el pasado histórico no sea lacerante, es aprender de las lecciones que deja, sobre todo no volver a recorrer el mismo camino de los reiterados errores sociales y políticos.
El uso de la memoria cohesiona “complicaciones”, y en esa tarea consciente de desembarazarse de los problemas del drama de la vida, el hombre de hoy siente orgullo supino por su propio desconocimiento. Sin muchas preocupaciones cada amanecer piensa en el día después de mañana, porque eso le lleva tranquilidad a su mollera, al tiempo que se cree innovador en su propia ignorancia o estolidez. Gusta gandulear con el pasado en vez de indagar en sus raíces. Se somete a una lógica donde el pasado es un estorbo, con esa mentalidad de factoría, comete el peor de los olvidos: desdeña el criterio que la memoria como patrimonio intangible, pero como es una metáfora transformadora debe protegerse.
El hombre vive dramas simultáneos. Uno, la propia vida, otro, los ataques sistemáticos a la desmemoria. Quitarle su pasado y vaciarlo de la conciencia histórica que es un capital único e irrepetible. Sin memoria, es decir sin talento, no asumirá ni la experiencia de la desigualdad, mucho menos la construcción de un país inclusivo. También, es posible que llegue a saber que en el olvido malsano habita la memoria; sin embargo, carecerá de las iniciativas y el espíritu inquebrantable de lucha para el rescate del pasado como pilar de propia existencia.
El proceso de contar el pasado sería sencillo sino estuviera la manipulación de la narrativa y la operación aviesa de historiadores que ha hecho de la utilización una escuela. Es cierto y es innegable, el proceso histórico se nutre del drama de vivir su investigación e interpretación, convirtiéndose en “una cosa” sumamente subjetiva y el equilibrio muy trabajoso de alcanzar. En consecuencia, la tarea profesional requiere estar al servicio de una causa noble.
No es difícil imaginar que vivimos un tiempo político y partidario de agudas contradicciones ideológicas y que la síntesis nacional imprescindible del pasado es puesta en tensión por factores disgregantes que sacan dividendos de ese caos, resulta un momento propicio para revisar, en el cabal sentido del término, nuestra historia.
* Historiador. Su último libro es “Preceptiva sobre San Martin y el libre cambio pirático”, editado por Editores de América Latina.