La Ciudad

El Faro por la Memoria, una luz que vence a la oscuridad

Por primera vez se votó en un lugar en donde funcionó un centro clandestino de detención y tortura. En dos mesas, vecinos y vecinas del sur de la ciudad depositaron sus ilusiones en una urna y vivieron una jornada democrática mágica.

Por Juan Salas

La luz vence a la oscuridad. En el Faro de la Memoria es imposible no creer en eso. Donde durante la dictadura cívico militar funcionó el centro clandestino de tortura y detención de la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM), ahora hay un colectivo que gestiona un lugar para la memoria y para la reflexión. Donde hubo tanto horror y dolor, ahora hay esperanza para construir un país soñado que, tras tantas décadas, todavía falta por alcanzar. Y en estas elecciones de 2019, por primera vez, se votó allí, a metros de donde tantas personas fueron privadas de su libertad, torturadas, vejadas, silenciadas. El futuro se elige ahí, se construye ahí con ternura.

Pablo Mancini fue secuestrado la madrugada del 9 de septiembre de 1976. El grupo de tareas ya había secuestrado a su primera víctima esa noche; Mancini era la segunda. En dos Ford Falcon, ambos fueron llevados a la Base Naval. Durante 20 días, fue sometido a un feroz interrogatorio en el que le preguntaron por sus compañeros de militancia en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).

El Faro de la Memoria fue elegido por la Junta Electoral como sede para que vecinos y vecinas de la zona sur de la ciudad pudieran votar y no tuvieran que hacer viajes ridículos hasta Batán o vaya a saber dónde. Dos mesas fueron habilitadas -la 1470 y la 1471- para las PASO y las elecciones definitivas de octubre y, por primera, un centro clandestino de tortura y detención transformado en un espacio de memoria fue sede del evento democrático más importante.

A metros del Faro hay una especie de chalet con una sala donde mantenían en cautiverio a grupos de 10, 12 o 14 personas. Una decena de sillas donde Macini y otros detenidos permanecían todo el día sentados e incluso dormían. La oscuridad era total.

“Es muy significativo resignificar este lugar, un lugar de terror en un lugar de luz”, explicó Ana Pecoraro, integrante del colectivo Faro por la Memoria y una de las responsables de que finalmente se pudiera votar en el lugar. “Nos llegan mensajes de otros espacios de memorias, de otros países para preguntar cómo se dio, cómo se puede hacer para que esto se replique y ojalá que sea así”, agregó.

Mancini estuvo 20 días esposado, atado de pies, con tapones en los oídos, algodones y vendas en los ojos y capucha. Cada tanto escuchaba gritos, a alguien pateaban, a alguien golpeaban, a alguien violaban.

Alfredo Zamorano es carpintero y pasó a la historia por ser el primer presidente de mesa en el Faro por la Memoria y por ser la primera persona que votó ahí, en donde funcionó un centro clandestino de detención. “Fue algo mágico. Es una forma de reivindicar la memoria, que en un lugar donde ocurrieron atrocidades se viven las elecciones, una fiesta de la democracia”, explicó.

Mancini describió con detalle cómo trascurrían aquellos días: “Nos tenían sentados. Teníamos manos y pies atados, algodones en los ojos y orejas, más la capucha. Y se escuchaba música las 24 horas del día. Unos siete discos que se repetían a todo volumen”. El soundtrack de la oscuridad sabe a desprecio.

Quienes votaron en el Faro vivieron mucho más que un acto democrático. Vieron algo que fue más allá de lo importante de votar por el futuro del país, la provincia y la ciudad. Tuvieron que atravesar un ventanal con la foto de los desaparecidos. Atravesaron los rostros de quienes ya no están, perseguidos, torturados, asesinados por sus creencias políticas, por sus militancias. Quienes votaron en el Faro, votaron también por todos los que no pudieron votar. Votaron para que la luz siempre venza a la oscuridad.

Una vez, ese toca discos siniestros se rompió y por primera vez Mancini pudo escuchar que estaban cerca de una ruta por la velocidad en que pasaban los autos, una vez escuchó a lo lejos a una mujer gritar, e incluso le pareció oír un ruido que asimiló luego con la rotación del faro. La oscuridad, para muchos, tuvo la ilusión de un faro perdido.

La jornada electoral en el Faro de la Memoria fue mágica. Integrantes del Colectivo le explicaron a las personas dónde estaban, lo que significaba. Muchos se quedaron a tomar mate y niños y niñas jugaron con total ternura donde antes solo existió el horror. Carla tiene 17 años, votó por primera vez en estas elecciones y en el Faro, en un brazo llevó a su hijo de un mes y con la otra mano puso el sobre con todas sus ilusiones en la urna y sonrió, con una luz que venció a cualquier tipo de oscuridad.

“Se ha podido construir una práctica política, hacemos política pública. Los espacios de memoria, en algún sentido, van a ser punta en cuanto a construir una nueva forma de estatalidad. Esto del Estado en sociedad siempre estudiado y visto como algo separado, ahora esta estatalidad se construye entre el Estado en sí mismo y la sociedad. Todo lo que hacemos acá es colectivamente”, explicó Pecoraro.

Cuando soltaron a Mancini, le hicieron firmar varios papeles que nunca supo qué eran o qué decían ya que, hasta el último segundo, sus captores lo mantuvieron encapuchado. Oscuridad total, aún con libertad.

“Para mí que un lugar de terror, un centro clandestino como el que fue se vote es insertar la democracia en el lugar. Es parte de devolverle a la comunidad marplatense un lugar que tuviera vida y no que fuera de muerte”, dijo Pablo Mancini, sobreviviente al centro clandestino que funcionó allí.

“No nos han vencido”, reza la frase de un mural en el predio del Faro de la Memoria. Se votó en donde fue un centro clandestino de detención y tortura, donde hubo horror, vecinos y vecinas disfrutaron con felicidad de su derecho a elegir. Realmente no vencieron y la luz, la luz siempre derrota a la oscuridad.

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