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Opinión 16 de marzo de 2017

El futuro del trabajo, ¿qué trabajo?

por Luis Enrique Ramírez

Con motivo de cumplirse en 2019 un siglo de la fundación de la OIT, este organismo está impulsando un proceso mundial de reflexión de gran alcance sobre “El futuro del trabajo”. La elección del tema obedece a la gran incertidumbre e inseguridad que provocan los cambios extraordinarios que se producen en el mundo del trabajo, con motivo del avance tecnológico, la robótica y la informática, y su impacto en la productividad laboral. El interés de la OIT en esta cuestión se explica fácilmente: su existencia sólo tiene razón de ser en un sistema capitalista que garantice el pleno empleo y en el que el trabajo sea un valor central. El fin de la sociedad salarial, que algunos intelectuales profetizan, sería el fin de la OIT, así de simple.

El trabajo al que nos referimos, que es el trabajo asalariado, el trabajo en relación de dependencia, aparece con el sistema capitalista, que impone un orden social con una lógica económica que encuadra a los individuos en dos sectores, los titulares de los medios de producción y los que sólo tienen su capacidad de trabajo. Para estos últimos, la posibilidad de acceder a los bienes que la sociedad produce sólo se alcanza por tres caminos: el trabajo asalariado, la caridad (pública o privada) o el delito.

El trabajo es, en este marco, el que brinda los medios de subsistencia a la mayoría de los seres humanos, propicia la realización personal y es base de la organización social. ¿Cuál es el problema, entonces? El problema es que el formidable desarrollo de la informática, de la robótica y de las nuevas tecnologías ha producido un aumento impresionante de la productividad laboral. Es decir que se produce cada vez más con menos trabajadores. Hasta ahora, el capitalismo se adaptó a cada cambio tecnológico, creando más empleos que los que se destruían, pero son muchos los intelectuales que consideran que el proceso actual es diferente, y que más temprano que tarde el pleno empleo pasará a ser una quimera.

Se ha dicho que la evolución de la historia se produce por el salto de un paradigma a otro. Es decir que a una visión del mundo, que existe en un momento dado y en una cultura determinada, le sucede otra explicación que pretende responder incógnitas no resueltas por aquélla. En tal caso, ¿es muy aventurado decir que el paradigma de la sociedad salarial puede entrar en crisis? Porque, por un lado, se incentiva la investigación y se aplauden los avances tecnológicos que mejoran la productividad laboral, es decir que permiten producir cada vez más con menos mano de obra pero, por otro lado, causa angustia la desocupación y se demandan soluciones milagrosas para terminar con el paro, creándose más puestos de trabajo. Una verdadera contradicción, de la que parece difícil escapar.

Un párrafo aparte merece la cuestión de la híperconectividad, producto de la revolución tecnológica en el campo de las comunicaciones, que está impactando aceleradamente en el mundo del trabajo. Con una computadora se puede trabajar en el hogar o en un bar, lo que le hace perder importancia a la oficina o la fábrica como espacio de trabajo, de socialización y de identidad clasista.

Sin jefes ni garantías

En Latinoamérica, el cuentapropismo está asociado al trabajo precario o a economías de subsistencia y baja rentabilidad, pero en los países industrializados el fenómeno está mutando de la mano de los avances en los sistemas de comunicaciones. Según un informe periodístico, en los Estados Unidos el 70% de los cuentapropistas tienen al menos formación universitaria, y este grupo creció un 50% en los últimos 10 años hasta representar el 20% del empleo total. Otro dato importante respecto a este sector de trabajadores es que una gran mayoría elige eludir la relación de dependencia.

Y no puedo omitir el fenómeno de la “uberización” de las relaciones laborales, es decir trabajos sin jefes, pero también sin garantías ni derechos. Empleadores que se presentan como simples intermediarios entre prestadores de servicios y clientes, cobrando una comisión por ello. Uber, por ejemplo, es una plataforma electrónica que establece el contacto entre conductores con vehículo propio y clientes. A los choferes se los presenta como “trabajadores independientes”, que interactúan con un sistema de gestión automatizado. Se trata de un astuto aprovechamiento de la crisis del mercado de trabajo, con su secuela de elevado desempleo, subempleo y empleo mal remunerado y de baja calidad, que actúa como caldo de cultivo para la aparición de esos sistemas que prometen trabajo sin patrón, pero también sin derechos. Y lo más preocupante: existen decenas de actividades en las que es posible replicar el modelo Uber.

Nos enfrentamos, entonces, al desafío de hacer un correcto análisis de la realidad del mundo del trabajo y de las profundas transformaciones que ha sufrido y sigue sufriendo. El paso siguiente es analizar si el Derecho del Trabajo, tal como lo conocimos, estudiamos y aplicamos sigue siendo una respuesta válida a una realidad aparentemente diferente. Me hago cargo de que, al decir esto, parecería que me pongo al lado de los que, con la excusa de la supuesta “desactualización y rigidez” del Derecho del Trabajo, impulsan reformas peyorativas y desprotectoras que incentivan la explotación de los trabajadores y la marginación de los sectores más vulnerables de la sociedad. íTodo lo contrario! Pero lo que sí postulo es que para transformar la realidad, primero hay que conocerla. Y que difícilmente podamos transformarla si a nuevos desafíos le oponemos viejas soluciones. Debo confesar que hoy tengo muchos interrogantes y pocas respuestas, pero estoy absolutamente seguro que lo que no podemos hacer es mirar para otro lado mientras el mundo del trabajo se transforma ante nuestros ojos.

(*): Vicepresidente de la Asociación de Abogados Laboralistas.