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Opinión 26 de mayo de 2024

El mandato de vencer al poder mafioso

Por Darío Lopérfido

El presidente Javier Milei va por el mundo dando discursos fuertes para ir contra la corriente de un progresismo atontado que está en una crisis de identidad profunda por haber abrazado ideas delirantes y haber apoyado a muchos de los peores canallas del mundo.

Más allá de estilos, eso es lo que le da relevancia internacional y es una labor interesante.

Destrozar paradigmas que no trajeron ninguna prosperidad y corrientes de pensamientos funcionales a tiranos está muy bien.

Esa es la batalla cultural que muchos consideramos sumamente necesaria desde hace mucho tiempo.

La pérdida de sentido común en los últimos años en occidente ha sido enorme. Son muchas las calamidades que hubo que ver en los últimos años como, por ejemplo, gobiernos, periodistas y políticos del mundo elevando al “star system” occidental a una chica con evidentes problemas como Greta Thunberg.

Luego de eso, quedó en evidencia que la estupidez había penetrado en la política de una manera muy agresiva. Ese nivel de locura mundial generó la aparición de líderes que van en contra de esos paradigmas mundiales y enfrentan a esas mismas taras en sus propios países.

Por eso Milei se hizo famoso en el mundo. Porque es un líder que va en contra de lo que muchos vemos como los causantes de la decadencia intelectual de Occidente.

Defender a Israel frente a los ataques antisemitas, hablar de los desastres causados por el pensamiento anticapitalista, luchar contra el falso ecologismo, que hizo que una gran potencia como Alemania cerrara sus centrales nucleares para convertirse en dependiente de energía rusa, son cosas buenas en sí mismas.

El tema es que para que Milei pueda seguir siendo un referente en la lucha de las ideas, hace falta que tenga éxito en su gestión como presidente argentino.

La Argentina necesita salir de una espiral de decadencia y, de ese modo, convalidar en el mundo la efectividad de su discurso, que no debe ser un discurso de hombre de las cavernas, como el que expresó el secretario de Culto, Francisco Sánchez, sino un discurso que reivindique el capitalismo y la libertad frente al autoritarismo y la corrupción que vino de la mano del populismo de izquierda: el nefasto “socialismo del siglo XXI” y todas sus nefastas sucursales.

Guste más o menos Milei, su éxito es necesario para que un país que está destrozado renazca y para que los discursos virtuosos tengan un correlato en la práctica.

Y ahí es donde aparece siempre una frase que se hizo famosa en la campaña de los Estados Unidos en la que Clinton venció a Bush (padre): “La economía, estúpido”.

Esa frase tenía que ver con no dispersarse en discursos mundiales y hablar de las penurias y necesidades económicas de los ciudadanos.

El fracaso o el éxito de Milei estará definido por la economía argentina. Si desciende mucho la inflación, si se reactiva la economía, si llegan inversiones y si baja la pobreza será todo un éxito. Y si no, será un fracaso. No hay términos medios.

La Argentina necesita imperiosamente salir de la decadencia provocada por tantos años de pensamientos retrógrados y de la ecuación políticos ricos-ciudadanos pobres. Estas aberraciones han sido la marca registrada del peronismo en todas sus reencarnaciones (el kirchnerismo, la peor).

Hace falta la mejor política para lograr que las reformas salgan. La Argentina corporativa tratará de parar las reformas que le afecten privilegios y financiamiento.

La reforma laboral y la impositiva (bajar impuestos) son imprescindibles para que el experimento funcione. Seguir achicando el Estado, también.

En ese sentido la incorporación de normas que impulsa la oposición (radicales y peronistas) para aumentar el gasto busca desgastar al gobierno y hacer estallar el programa económico que se basa en bajar el déficit. Las conspiraciones están a la orden del día.

El tratamiento de la Ley Bases está mostrando en plenitud a la Argentina democrática frente a la Argentina corporativa.

Están los que tratan de que salga la ley y están los que defienden sus negocios.

Algunas de las cosas que ya se quitaron de la ley tenían que ver con la cuestión de la reforma gremial porque hay diputados y senadores que trabajan para la CGT y demás artistas del fracaso.

Cada sector pugna por sus intereses, aunque esa defensa vaya en contra de las oportunidades del país.

La batalla de las ideas en los grandes temas mundiales es importante, pero la batalla cultural que hay que dar con los sindicalistas, empresarios prebendarios y políticos corruptos es fundamental.

¿Quién va a invertir en un país en el que se puede ser rehén de sindicalistas corruptos? ¿Quién va a invertir en provincias feudales en las que hay que pagar coimas a políticos corruptos? ¿Quién va a invertir en tecnología cuando hay competencia desleal como la del régimen vergonzoso de Tierra del Fuego, que no es otra cosa que un centro de armado de piezas que vienen de otros lugares y no pagan impuestos?

Los inversores buscan seguridad jurídica: ¿contribuye a la seguridad jurídica un juez federal con problemas de corrupción como Ariel Lijo postulado como candidato a la Corte Suprema? Esas batallas son ineludibles si se quiere tener éxito. Las trampas están a la orden del día en la Argentina.

Hay que combatir a los enemigos de la libertad en todo el mundo, pero, sobre todo, a los enemigos de la libertad y de la honestidad que están dentro de la Argentina enquistados desde hace muchos años.

Para Milei la fama mundial puede ser más fácil de conseguir que el éxito económico en el país.

Si se vence al poder mafioso está garantizado el triunfo. Si no se lo vence, está garantizado el fracaso.

(*): Ex secretario de Cultura y Comunicación de la Nación, ex ministro de Cultura porteño y ex director del Teatro Colón.



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