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Opinión 4 de julio de 2017

El necesario freno a las candidaturas testimoniales

por Maximiliano Abad

Si hablamos de república hablamos de transparencia. Si hablamos de democracia hablamos de que el poder no reside en los representantes, sino en los representados. Y a ellos no se los engaña: es difícil encontrar un adjetivo para explicar la actitud de un dirigente que firma una candidatura, la presenta en la Justicia y pide que lo voten para un cargo al que, desde un primer momento, sabe que nunca va asumir.

Es difícil encontrar el adjetivo y que no quede minimizado tamaño fraude, y es imposible explicarlo a los ojos del mundo: candidatos que no quieren ocupar cargos y que solo firman una candidatura que supone un compromiso público y colectivo, por mera especulación personal y partidista.

Esa perversa metodología, inaugurada en 2009 por el Frente para la Victoria, tuvo un triste ejemplo en Mar del Plata: el entonces intendente Gustavo Pulti encabezando la lista a senadores provinciales por la quinta sección. Una postulación a un cargo que jamás iba a asumir, una mentira que tildaban de estrategia política pero que cualquier persona de bien señalaría como un acto de absoluto cinismo.

La Argentina está en medio de un río: en 2015 decidimos cruzar desde la orilla de un subdesarrollo económico con debilidad institucional e inequidad social hacia la otra vera, la de un país normal, con un sistema de premios y castigos, igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades y previsibilidad, para nosotros y para el mundo.

Este camino a nado, es complejo, dificultoso por momentos y está plagado de riesgos. Tal vez, el mayor de estos, no tiene que ver con lo económico, como muchos creerán, y ni siquiera con la Justicia, como otros sostendrán. El mayor riesgo, es pretender construir un país serio con un sistema político desacreditado y dirigentes políticos sin altura moral, conducta ética y credibilidad pública.

Por este cauce pasa el riesgo de naturalizar definitivamente las testimoniales. Una maniobra de este tipo, no hace más que dotar de sospecha al acto colectivo más valioso y fundante en una democracia: la elección de representantes. Una maniobra de esta naturaleza, no hace más que desprestigiar a una dirigencia política que debe primero generar confianza para después, crear expectativa.

En un sistema democrático, las divergencias son la regla, la pluralidad es un valor y la diversidad es parte sustancial del juego político. Pero estas divergencias, esa pluralidad y la valiosa diversidad, deben administrarse en un marco común con reglas claras, universales e igualitarias. Contra ese pilar atentan las testimoniales.

Por eso presenté un proyecto de ley para que quienes se presenten en una lista deban asumir su cargo, poner a disposición la renuncia condicional al anterior, si lo tuvieran, mientras se desarrolla la campaña, y no engañar al electorado en relación a lo que están votando. Esto es cuidar la integridad del sistema, en el que la política tiene algunas deudas pendientes con la sociedad, que tenemos que empezar a saldar.

Debemos evitar que esa maniobra, que para algunos es una picardía y para quienes amamos la democracia es un fraude, forme parte de la bastardeada cultura política nacional. Necesitamos que quien asuma una candidatura, firme conjuntamente, el compromiso de asumir el cargo. Esto, que puede parecer una obviedad, no lo es en una Argentina donde convive la voluntad de construir futuro con la desesperada vocación por regresar al pasado.

(*): Diputado Provincial. Cambiemos.