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La Ciudad 14 de abril de 2017

El obispo alentó a la “convivencia social” en este tiempo “de violencia”

En su homilia de Jueves Santo, el obispo de Mar del Plata, monseñor Antonio Marino, destacó la necesidad de alcanzar la "convivencia social".

“Hay diferencias legítimas que debemos aprender a respetar. Pero siempre será ilegítima la persistencia en la agresión. Mala es la voluntad de aumentar la crispación y nunca será bueno el endurecimiento”, remarcó este Jueves Santo monseñor Marino. Lo hizo ante una Iglesia Catedral colmada de residentes y turistas.
Previamente, la autoridad de la Iglesia católica en la diócesis había señalado que en la actualidad, cada día, “escuchamos malas noticias y vemos hechos de gran crueldad y violencia verbal y física”
Ante ésto, remarcó que “la liturgia del Jueves Santo debe movernos a querer aportar cada día nuestra ofrenda de amor que sana y eleva la convivencia social”.
Durante la ceremonia, se realizó el gesto del lavatorio de los pies

El mensaje

La homilia del obispo católico expresa extualmente:
“En esta Santa Misa recordamos la institución de la Eucaristía, sacramento de la caridad, y también la institución del sacerdocio que es inseparable. En la Misa Crismal nos hemos detenido en este último aspecto. Hoy debemos orar por la renovación espiritual de todos los sacerdotes y también por el aumento de las vocaciones sacerdotales.
En la Última Cena, Jesús resumió su obra salvadora y su doctrina instituyendo la Eucaristía como memorial de su Pascua. En el pan que sus manos partieron y en el cáliz que dio a beber a sus discípulos, quiso anticipar sacramentalmente el sacrificio redentor de los hombres, que se consumaría en la cruz mediante la entrega de su vida al Padre por nosotros. En la oración inicial de esta Misa, oíamos decir: ‘antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor’. En la riqueza de este sacramento memorial se contiene todo el cristianismo.
En esta comida festiva, que Jesús anheló celebrar con los suyos, la antigua Pascua quedará superada y sustituida por la nueva. Los ritos sacrificiales de la Antigua Alianza eran sólo una figura, sombra o profecía del sacrificio perfecto de Cristo, el único que agrada al Padre y por el cual somos reconciliados con Dios”.
“¿Qué nos dice a nosotros la Eucaristía del Jueves Santo? Toda celebración eucarística es siempre una actualización sacramental del sacrificio redentor, unida a la presencia real de Cristo, quien se ofrece en comunión y permanece en las especies consagradas como alimento de nuestra fe. Él nos compromete a vivir en caridad. En cada Misa que celebramos, están siempre presentes estos tres aspectos: sacrificio, presencia y comunión.
En cumplimiento de la orden del mismo Cristo, el obispo y los sacerdotes repiten las palabras y gestos que Él mando reiterar en su “memoria”. Hemos escuchado en la primera Carta de San Pablo a los Corintios: ‘Hagan esto en memoria mía’ (1Cor 11,24-25). Esta ‘memoria’ del sacrificio redentor de la Cruz, es algo más que un simple recuerdo o anuncio de lo sucedido. Sabemos que se hace actual sin repetirse el mismo sacrificio de la cruz. Cuando los sacerdotes pronuncian las palabras de Cristo, con ellas se hace presente Cristo en el mismo acto de amor con que entregó su vida y derramó su sangre. Mediante nuestra celebración sacramental, Dios nos da la posibilidad de tomar parte en el acontecimiento para ofrecernos con Cristo, presentando al Padre como propio su mismo sacrificio. Por eso, en la oración sobre las ofrendas pediremos ‘participar dignamente de estos misterios, pues cada vez que celebramos el memorial del sacrificio de tu Hijo, se realiza la obra de nuestra redención’.
Al acercarnos a comulgar con su cuerpo inmolado y su sangre derramada por nosotros, crece nuestra unión con Él, puesto que ‘el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él’ (Jn 6,56). Se fortalece la unión entre nosotros que formamos la Iglesia: ‘Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan’ (1Cor 10,17). Y salimos más comprometidos a seguir su ejemplo: ‘Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes’ (Jn 13,14-15).
El lavatorio de los pies es el rito más llamativo de esta liturgia. Encierra una gran pedagogía. Para entenderlo debemos detenernos a mirar e interpretar desde la fe lo que hizo nuestro ‘Maestro y Señor’. Dios se arrodilla ante su criatura; la santidad se postra ante el pecado; la majestad se humilla ante la bajeza; el que es libre por excelencia, por amor se vuelve esclavo y asume la condición de servidor. Es aquí precisamente cuando más se revelan las entrañas de misericordia de Dios y cuando mejor aparece la verdadera grandeza a la que debe aspirar el hombre: “Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). La Palabra, o Verbo de Dios, queda traducida en palabra o gesto humano y motiva nuestra respuesta.
Estas afirmaciones no son un ejercicio poético ni simple juego de palabras, sino misterio que envuelve la vida de cada hombre, lo sepa o no, y deben inspirar nuestra piedad hacia Dios y nuestra conducta con el prójimo. Cuando entramos en el silencio de nuestra contemplación de fe y recibimos la gracia de entender que toda nuestra existencia está sostenida y rodeada por el Amor de Dios, nuestra vida se ilumina y encuentra la plenitud de su sentido. Entonces nos sentimos impulsados a corresponder a tanto Amor con todo nuestro amor.
Para los sacerdotes y los fieles, celebrar la Eucaristía y acercarnos a comulgar, implica el compromiso de trabajar sin cesar en adquirir la mentalidad del servicio, en especial el servicio a los pobres.
Contemplar de este modo la santa Eucaristía nos lleva a entender el potencial renovador de nuestras vidas y de la sociedad que encierra este sacramento. El amor, traducido en el servicio a Dios y al prójimo, es el aporte más decisivo y propio que como cristianos hacemos a la sociedad. Si tenemos fe, animada por la caridad, los cristianos podemos renovar la sociedad de manera silenciosa y capilar.
Queridos hermanos, en estos momentos en que cada día escuchamos malas noticias y vemos hechos de tanta crueldad y violencia verbal y física, la liturgia del Jueves Santo debe movernos a querer aportar cada día nuestra ofrenda de amor que sana y eleva la convivencia social. Hay diferencias legítimas que debemos aprender a respetar. Pero siempre será ilegítima la persistencia en la agresión. Mala es la voluntad de aumentar la crispación y nunca será bueno el endurecimiento.
Miramos ahora hacia aquella que en su seno virginal preparó, por obra del Espíritu Santo, la hostia del sacrificio redentor. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: ‘En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo’ (CCE 1370)”.