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Opinión 22 de noviembre de 2016

El papel de la personalidad en la política

por Alberto Farías Gramegna

Foto: spectator.co.uk.

“Porque sabrás que un hombre al fin conocerás por su vivir (…) no hay que llorar, no hay que fingir, puedo llegar hasta el final …a mi manera”- Paul Anka

Tiempo atrás, ante la inminente posibilidad de un triunfo electoral de Mr.Trump y la incertidumbre que ello generaba por su destemplados gestos y sus controvertidas ideas, un amigo me dijo: “No hay que preocuparse demasiado, porque allí el sistema institucional establece límites claros”. El aserto era “políticamente correcto” y tranquilizador: no importaba tanto el hombre como la fuerza de su circunstancia. Sin embargo una verdad a medias, porque la historia de los liderazgos institucionales nos muestra que el carácter, la personalidad y las creencias, más aún que los contenidos de los relatos ideológicos, juegan un papel muy importante a la hora de entender el derrotero de los procesos socio-políticos.

Una cuestión de estilo

El estilo de personalidad es producto complejo de tres variables: la genética, las condiciones de socialización primaria y la cultura nativa.

Una vez consolidado sesga intenciones, se amalgama con las creencias morales y sociales profundas de cada uno y facilita o entorpece determinadas actitudes porque las creencias son refractarias a los hechos. Tiñe el rol del sujeto dándole una coloratura singular a los valores jugados en su vida social de relación: agresivos, componedores, reformadores, reactivos, manipuladores, empáticos, cerebrales, superficiales, solidarios, egoístas, dogmáticos, creativos, inseguros, afirmados, enigmáticos, comunicadores, entusiastas, temerosos, etc.

Todas estas “etiquetas” son síntesis que según se combinen evidenciarán una diferente estructura subyacente.

Veamos primero los estilos personales con independencia de sus contenidos ideológicos, morales y éticos. La forma y no el fondo contingente. Va de suyo que más allá del estilo del sujeto, si su moral incluyese disvalores como la deshonestidad o el escepticismo ético, tenderá al aprovechamiento discrecional de las normas instituidas, orientándolas en dirección a los intereses que se derivan de su concepción del ser y el poder. Por lo contrario si sus valores implican honestidad, solidaridad y empatía, tratará de optimizar las normativas que pudieren dificultar una gestión transparente.

Cuatro a la carta

De entre muchas clasificaciones y enfoques existentes en el campo de la sociología y la psicología política, mencionaremos cuatro “tipos” distintivos puros, aunque es frecuente su mixtura:

1) El “autoritario dogmático”: es un sujeto jerárquico, competitivo, agresivo en su lenguaje, dominante y egocéntrico con componentes narcisistas que se realimentan por la obsecuencia y el miedo de sus seguidores. Aunque muestre un discurso “revolucionario-contestatario” es en el fondo de su ser un conservador perverso. Piensa la política no como búsqueda de consenso sino como una lucha en el marco de la díada amigo-enemigo, al que hay que destruir y humillar, triunfando siempre, lo que dadas ciertas condiciones lo pueden llevar a posiciones totalitarias y mesiánicas. Los fascismos de cualquier signo albergan con frecuencia a estas personalidades.

2) El “narcisista demagógico”: siempre busca ser el centro del mundo. Es exhibicionista e histriónico. Su credo es la seducción, el carisma y la persuasión de sus acólitos. No se muestra autoritario -aunque sí lo es- sino simpático y protector. Alude a la lealtad incondicional y suele mostrarse dolorido y defraudado si alguien “lo traiciona” en su exigencia de fidelidad. Es manipulador pero lo disimula. Se presenta como encarnación de los intereses del pueblo contra el “anti-pueblo”. Piensa la política como la construcción de una imagen a la que hay que amar. Los populismos variopintos suelen albergar a estas personalidades.

3) El “trágico paranoide”: se resume en un sujeto desconfiado, con raptos patéticos, atento a los significados ocultos, a las conspiraciones y conjuras que presume pretenden perjudicarlo. Contradictorio y ambiguo en su credo, suele distorsionar la realidad haciendo de ella una lectura persecutoria. Se presenta como víctima de fuerzas que buscan su desgracia contra las que hay que luchar. Piensa la política en clave trágica que lo tiene como mártir o héroe incomprendido de una causa trascendente. Tiene varios sesgos comunes con los dos estilos anteriores.

4) El “demócrata normativo”: es un dirigente equilibrado en su percepción del entorno en el que actúa. Privilegia la norma institucional por sobre sus inclinaciones circunstanciales. Es respetuoso de los contratos sociales y ajusta su comportamiento al personaje de rol que la institución le prescribe. Más allá de su adscripción ideológica o partidaria, sus actitudes van en dirección a no trasgredir las pautas constitucionales. Sabe que su poder es siempre relativo y está limitado por los otros poderes con los que comparte las responsabilidades legales. Su discurso es formal y prolijo con arreglo a las normas. Sus opositores son percibidos como adversarios y nunca como enemigos. Piensa la política como el arte de buscar consensos y negociar reformas en el marco de las reglas del juego que la Ley permite.

Personalidad e identidad política

Tal como sostiene Jeffery Mondak en su libro “La personalidad y los fundamentos de la conducta política”, “es del todo natural que la personalidad contribuya a moldear nuestras creencias y nuestro comportamiento político”. Es que ciertos rasgos de la personalidad sesgan actitudes ideológicas más “liberales”, más “conservadoras” o más “autoritarias”, así como más dispuestos o más reactivos a apoyar un reclamo gremial o social o simplemente a la indiferencia política.

Para el psiquiatra Pablo Malo “un rasgo clave es el de apertura a la experiencia, ya que predice la tolerancia social y el liberalismo político”. Por ejemplo, en relación a la disposición de la personalidad ante la novedad y los cambios que ofrecen experimentar cosas diferentes: las personas introvertidas, renuentes y prejuiciosas, tienden natural y consecuentemente a adoptar una actitud ideológica más afín a un pensamiento político conservador o reaccionario; en cambio aquellas otras más extrovertidas, permeables y abiertas tienden a simpatizar con un sistema de ideas liberales de progreso. Así mismo las personalidades inmaduras, inseguras, resentidas, dogmáticas, controladoras y/o poco tolerantes a las diferencias y a la libertad de pensamiento, suelen adscribir a doctrinas autoritarias.

Cada cual a su manera.