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Opinión 4 de octubre de 2023

El peor escenario en el peor momento

Opinión.

Foto ilustrativa.

Por Nino Ramella

No nos une el amor sino el espanto. La sentencia de nuestro icónico escritor ya no es una abstracción poética. Se torna una realidad para quienes habiendo estado en veredas opuestas en la escena política… hoy se sienten del mismo lado, es decir juntos en ese espacio en el que algunos -acaso una minoría- se reconocen sobrevivientes de un mundo que desapareció.

Es sencillo comprobarlo a poco que quienes habiendo sido convencidos militantes y hoy peinamos canas nos ponemos a charlar con antiguos rivales. Padecemos los mismos síntomas y echamos de menos lo que antes nos separaba. En una escena inimaginable en el pasado, hoy nos consolamos mutuamente.

En su momento afiliarse a un partido político implicaba asociarse a valores con los que uno concordaba. Podían cambiar estilos o bien la realidad imponía sus prioridades, pero lo que nos era ideológicamente esencial no variaba.

Claro está que lo que suele llamarse la “disciplina partidaria” impone siempre tragarse sapos. La conciencia de cuán ancha es la garganta para decir que no al sapo que no pasa por ella la tiene cada uno.

El ejercicio de la política no es -hasta el momento no lo ha sido- una actividad de pureza moral intachable. El camino para llegar al poder suele usarse para justificar algunas imposturas. Hay que ser buen comunicador, tener buena imagen, aprovechar oportunidades, pensar lo que se dice antes de decir lo que se piensa, etc.

Podríamos decir que en política han existido siempre pecados veniales que no nos hacían confundir el ángulo del arco ideológico en el que nos ubicábamos. Convivimos con ellos en el interior de la familia. No es motivo para abjurar de un compromiso.

Las causas del deterioro

El deterioro de aquel mundo tiene a mi juicio tres orígenes que motivaron consecuencias que fueron creciendo juntas. Por un lado la desaparición de los partidos políticos, hoy convertidos en sellos sin una base axiológica que los sostenga, y por el otro la prevalencia de la real politik, es decir el marketing que impone un candidato con sólo 140 caracteres. Al poder hay que llegar a como dé lugar.

La tercera causa es creer que la democracia implica sintonizar con el sentir de las mayorías, olvidándose de la misión didáctica que implica el liderazgo político. Los grandes estadistas que todos recordamos han cumplido su rol didáctico, muchas veces a contrapelo de la opinión pública.

Esas tres cosas convirtieron a la escena política argentina en un club swinger, como bien lo definió un ocurrente analista político y escritor. Cualquier persona, con cualquier historial y pertenencias del pasado podría ser candidato del partido que sea. Los saltos existieron siempre pero no eran la norma, sino excepcionales.

Hubo una época en que los partidos tenían grupos de asesores compuestos de especialistas en cada disciplina y de ellos surgía lo que se llamaba “plataforma”, que implicaba una propuesta a la ciudadanía en cada área de la administración, a aplicarse en caso de ser gobierno. Ese menú estaba a disposición de los electores. Hoy pareciera que los candidatos lo único que tienen para proponer es lo que les surge como pulsión de sus genitales en ese minuto que deben aprovechar en el prime time.

El delirio

El desborde y la irracionalidad han llegado a acuñar frases que escucho una y otra vez de personas que uno cree que leen de corrido. “Voy a votar de esta manera porque lo mejor que podría pasarnos es que todo se vaya a la mierda”. O la no menos común “lo que nos hace falta es un loco”.

No se me escapa que la política y la democracia tienen deudas de larga data para con la ciudadanía. Pero como decía Sir Winston “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Tampoco se me escapa que la corrupción y los privilegios en quienes ejercen el poder son algo más habituales que lo que se espera en cualquier grupo humano. Pero el abismo no es la solución a esos males.

Muchos encuentran que en las próximas elecciones se ven obligados a optar entre la brasa o el fuego. Es más, la gran mayoría de los que escucho opinar al respecto mencionan que lo que no quieren es que gane fulano o fulana. Es decir, las alegrías las van a producir los que pierdan, no los que ganen.

No estamos viviendo una emergencia. Estamos viviendo el drama de la pobreza estructural. Veinte millones de personas bajo la línea de la pobreza. Y en el momento en que requerimos la mayor racionalidad y destrezas para terminar con la desigualdad, nos vemos envueltos en la locura, el descaro de obscenidades en yates de lujo o discursos inentendibles vaya a saber uno por efectos de qué.

Pero hay algo que debemos reconocer. Nuestros líderes políticos no vienen de Marte. Son la síntesis de lo que somos nosotros, que hemos naturalizado como normal lo que es condenable. Que ya no nos impacta ver gente buscando entre la basura para poder comer, ni tampoco ver familias sin techo. Tampoco nos llama la atención ver un sindicalista millonario.

Definitivamente tendremos que apostar a un cambio cultural, al diseño de una nueva realidad. Llevará tiempo, pero es la única forma de frenar el derrumbe antes de que nos extingamos.

Qué bien estábamos cuando estábamos mal, repetimos como un lamento quienes sentimos que nos nos une el amor sino el espanto.