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Opinión 3 de noviembre de 2017

El precio del beber

por Claudio Mate Rothgerber

El gobierno nacional acaba de anunciar la reforma tributaria que elevará próximamente a consideración de los legisladores. El nuevo esquema fiscal descomprime la carga impositiva sobre algunos segmentos de la economía y la aumenta sobre otros. Es de esperar que éstas últimas generarán más resistencias que las primeras. Tal vez sea oportuno, en consecuencia, adelantarse con algunas consideraciones, al debate que se avecina sobre los impuestos a las bebidas alcohólicas.

Empecemos por recordar que en la gran expansión del consumo alcohólico entre jóvenes y adolescentes a la que hoy asistimos, no son ajenas las estrategias comerciales que se dirigieron a ellos desde los años 90. Ademas de los nuevos formatos publicitarios que los eligieron como target, la disponibilidad física del producto que saturó territorialmente la Argentina y la accesibilidad, fueron factores determinantes. Con relación a este último, el bajo precio de las bebidas alcohólicas se constituyó en un ariete de penetración en el segmento de adolescentes y en condición para expandirlas y masificarlas dentro de ese segmento. Recordemos que no son pocos los estudios sociológicos que sindican a los adolescentes como el grupo de menor poder adquisitivo dentro del mercado global de potenciales compradores de un producto. Con mas razón en un país como el nuestro en el que la pobreza alcanza a 1 de cada 2 adolescentes que viven en las regiones del NEA, Cuyo y Centro, según el último informe de UNICEF. El mismo informe señala que cada día mueren 10 adolescentes en el país. La mortalidad entre los varones es dos veces más alta que entre las mujeres y que 6 de cada 10 decesos de adolescentes se debe a causas externas, mayormente, hechos violentos. La gran mayoría de ellos había consumido alcohol u otras drogas en las 6 horas previas al incidente que le causó la muerte. El consumo de alcohol y otras drogas ha alcanzado entre los adolescentes niveles jamás conocidos en nuestro país, al punto que varias organizaciones civiles y religiosas que trabajan junto a ellos, vienen reclamando la sanción de un ley de emergencia en adicciones.

Volviendo a la cuestión del precio y considerando a éste como una señal de los mercados y de las sociedades hacia sus jóvenes sobre la accesibilidad a un producto, en el país en el que ustedes sueñan para sus hijos ¿Cuál debe ser la relación de precios entre la leche, por ejemplo, y la cerveza?. En el plano de los mercados, esta es una definición en la escala de precios. En el plano de las sociedades, esta es una definición en la escala de valores. ¿Usted quiere saber qué ocurre en otras partes del mundo? Muy bien, no sé si le sirva el dato, pero en Suiza un litro de leche cuesta 1,56 francos y la cerveza nacional más barata cuesta 11.60 Fr.

Tal vez sea un caso extremo, (como son para nosotros la mayoría de las cosas en suiza) pero también está Marruecos donde la leche se vende a 0.78 centavos de Dirham y la cerveza a 6.70. Claro, Marruecos no es Suiza, pero la mayor parte de sus habitantes son islámicos y cualquier otra relación entre la leche y una bebida alcohólica sería inadmisible. Veamos qué ocurre en los países en los que viven los hijos de los accionistas de las empresas que decidieron venir a la Argentina a vender cerveza a un público adolescente y que posiblemente vuelvan a colocar a sus lobbistas en el debate legislativo. En Bélgica, por ejemplo, la leche se vende a 1.07 euros el litro y la cerveza a 3.80. La relación es casi 4 a 1, una relación media para los países europeos. En Holanda, la leche se consigue a 1.05 euros y no hay un litro de cerveza por menos de 2.90 euros. En Noruega las cosas están más caras, pero allí se verifica una de las mayores diferencias dentro de las economías del euro: el litro de leche cuesta 2.24 y el de cerveza 8.30. En Suecia la leche está a 1.18EUR y la cerveza 4.14EUR. En Grecia (con su crisis a cuestas) la leche se vende a 0,85EUR el litro y la cerveza a 2,10EUR.

También en Europa, pero por fuera de la economía del euro otros países con una larga tradición en el control de la oferta de bebidas alcohólicas, regulan sus sistemas de precios para que la accesibilidad al alcohol sea bien menor a la de la leche. En Inglaterra la leche se vende 0.80£ el litro y la cerveza más barata cuesta 4£. Algo similar ocurre en Irlanda, con la leche 1,35$ y la cerveza a 5.60$.

Fuera del viejo mundo, los australianos pagan 5$A por su cerveza y 1.40 $A por la leche. En Nueva Zelandia la leche cuesta 1.93 NZ$ y la cerveza 5.46 NZ$. En Tailandia pagan 42.30 bahts por un litro de leche y 75.00 bahts por la cerveza más barata. Cerca de allí, en Bali la leche cuesta el equivalente a 0.76 euros y la cerveza 1.50 euros.

Una relación parecida se verifica en Japón, con el litro de leche a 230¥ y el de cerveza a 540 ¥. Si usted quiere saber si lo que nos ocurre a nosotros, es propio y general de nuestra región latinoamericana, le aviso que en México la leche en las góndolas de cualquier mercado se ofrece a 1.01$ y la cerveza a 5.10$. En Colombia, la leche está a 1.18 $ y la cerveza a 3$. En Brasil, donde también se toman las decisiones empresarias que afectan al mercado cervecero de la Argentina, el litro de leche entera cuesta 2.10 reales y la cerveza 4.50 reales.

Usted podrá pensar que este es el costo inevitable de las economías periféricas. Sin embargo, si observamos algunas decisiones tomadas en el marco de otras economías (que por su escala podríamos decir que son periféricas en la periferia), vemos que lo que ha prevalecido en nuestro país son más bien, vocaciones periféricas.

Recientemente, en abril de 2012 el Gobierno de Evo Morales en Bolivia incrementó por medio del Decreto Supremo 1207 los tributos sobre la comercialización de cerveza nacional y de bebidas alcohólicas importadas con el propósito de subvencionar el precio de la leche. La ministra de Desarrollo Productivo, Teresa Morales, anunció la creación de un fondo “Pro leche” financiado con la retención de 1,4 centavos de dólar por litro de cerveza y de entre 5 y 18 centavos de dólar para bebidas alcohólicas importadas. La funcionaria señaló que el fondo se empleará para fomentar el consumo de leche y el desarrollo de las industrias lácteas que hoy rinden al 60 por ciento de su capacidad. El consumo anual de cerveza en Bolivia es de 38 litros per cápita, y el de leche es de 30, menos de un tercio de los 104 litros del promedio latinoamericano. Cuando comenzó a aplicarse la norma, una botella de cerveza de litro valía en Bolivia casi dos dólares, mientras que una de leche costaba 70 centavos de dólar. El Estado boliviano intervino en un mercado en el que la gente compra tres litros de leche con lo que cuesta un litro de cerveza. En Argentina, nuestro estado, más allá de las razones fiscales que lo impulsaron a proponer un nuevo esquema tributario para las bebidas alcohólicas, tal vez logre dar un paso para que la leche y la cerveza dejen de costar más o menos lo mismo como ocurre desde hace veinte años.

Si resulta tan difícil encontrar un lugar en el mundo en el que las sociedades hayan aceptado que la leche y cualquier bebida alcohólica se ofrezcan al mismo precio, ¿Qué ocurrió entonces en la Argentina? ¿Acaso el sector decidió inmolarse en término de márgenes de rentabilidad y regalar su producto en homenaje a los “Mas Jóvenes”? ¿O del otro lado, tenemos la leche más cara del mundo en el “país de las vacas”? Esta segunda hipótesis debe descartarse in límine considerando los datos expuestos más arriba: En la mayor parte del mundo el litro de leche entera fluida se vende en alrededor de un euro igual que en nuestras góndolas. Volvamos entonces a la primera. Es probable que nuestros empresarios al decidir expandirse en el mercado de los adolescentes se focalizaron en ofrecer el precio más bajo posible, reduciendo el costo de generación y traslado de las materias primas, el tiempo y los costos de producción, la inversión tecnológica, la utilidad y también el conjunto de los “valores intangibles como la marca y la competencia en el mercado”. Pero lo que realmente ha hecho que la cerveza cueste diez veces más que la leche en otros países, no ha sido la reingeniería empresaria sobre todos estos factores sino la intervención del Estado, por la vía de las cargas fiscales.

En los tiempos de su última “Gran Depresión” la clase dirigente de los Estados Unidos se puso de acuerdo sobre el control de las principales variables económicas en un Big Deal que también incluyó el control de las variables sociales. Una de las más famosas y cuestionadas medidas de control de éstas últimas fue la Ley Seca, que sin anestesia, prohibió directamente la venta de bebidas alcohólicas. El gobierno argentino, actuó exactamente al revés. La hiperinflación de finales de la década del 80 derivó en una vertiginosa caída del poder adquisitivo del salario, una recesión generalizada, un aumento del desempleo y estallidos sociales sin precedentes. Entre mayo y octubre de 1989 el número de personas que fueron arrojadas por debajo de la línea de pobreza creció del 25,9 al 47,4 por ciento. En ese escenario, la mejor opción que encontró el gobierno siguiente fue abrir el mercado de las bebidas alcohólicas y para hacer más atractivo el clima de negocios, les redujo la carga fiscal a todas.

Mediante un bochornoso decreto del Poder Ejecutivo firmado en 1991, la industria cervecera logra que sus productos dejen de tributar el 32% de impuestos directos con el que habían sido grabadas por la ley 24.674 del año 1979 y pasen a pagar… ¡el 4%!, sobre la base imponible respectiva. Los fundamentos de la norma (que ese mismo año se convertiría en ley 28.871, aprobada en el Congreso Nacional por las principales fuerzas políticas) llevaron la perversión a tal extremo que llegaron a esgrimir argumentos “sanitarios y sociales” para reducir a la décima parte la carga fiscal de las cervezas, según se verifica tristemente en los fundamentos de la citada ley nacional.
Los impuestos sobre diferentes tipos de productos alcohólicos como la cerveza, vino y bebidas alcohólicas destiladas, deben basarse en el contenido de alcohol del producto. Las bebidas alcohólicas se encuentran gravadas para reducir el consumo por razones sanitarias y sociales, así como para recuperar los costos sociales por el consumo indebido de alcohol.

Con esta insólita lógica quedó establecida una escala impositiva en función de la graduación alcohólica del producto. Algunas bebidas destiladas (de mayor concentración alcohólica) vieron reducida su carga fiscal en “apenas” 2 puntos, otras a la mitad y las fermentadas (especialmente las cervezas) fueron las más beneficiadas. Un disparate inaplicable en cualquier parte del mundo en donde se advierta que tanto la industria del alcohol como la del tabaco, utilizan productos “low-tar” para iniciar en el consumo a los segmentos más precoces y estos son precisamente, los productos más controlados por esos gobiernos.

Muchas medidas deberá tomar la Argentina para dejar de cargar con tantas muertes adolescentes evitables, con tantos destinos negados. Revisar la accesibilidad por precio a las bebidas alcohólicas seguramente no es la principal, pero es una de ellas. Mientras tanto, el precio de la leche y el de la cerveza, se seguirá pareciendo mucho.

(*): Ex ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires (2005/2007).