Opinión

El Presidente, la lapicera y el micrófono

Por Jorge Raventos

Alberto Fernández cerró el viernes, como orador, un acto organizado para respaldarlo. El apoyo le llegó desde el movimiento obrero, específicamente desde el gremio de la construcción que conduce Gerardo Martínez, una organización que recuperó asociados en los dos últimos años (porque la actividad se reanimó significativamente) y hoy cuenta con el segundo padrón de afiliados del movimiento sindical.

Martínez está satisfecho con la paritaria que protagonizó: obtuvo un 62% de aumento y una semana atrás le respondió implícita pero ásperamente a la señora de Kirchner (que había aplaudido al dirigente bancario filokirchnerista Sergio Palazzo por haber conseguido un 60% en las negociaciones de su sector). “Sabemos cómo negociar con nuestro gremio y con los empresarios del sector. Yo no necesito que ningún político me venga a enseñar cómo debo cerrar mis paritarias, ni indicarme qué porcentaje debo acordar”. Y avisó: “Nosotros apoyamos las paritarias y esta CGT acompaña y respalda al Presidente”.

Respaldo y condiciones

La reunión se llevó a cabo en uno de los campos deportivos de la Unión Obrera de la Construcción, en Esteban Echeverría, un territorio gobernado por Fernando Grey, el intendente peronista del conurbano más enfrentado con el kirchnerismo (específicamente con Máximo Kirchner, cuyo aterrizaje en la conducción del PJ bonaerense ha cuestionado política y judicialmente). Grey no estaba en Buenos Aires el viernes, sino en el Vaticano donde se vio con el papa Francisco, pero muchos cuadros de su administración asistieron a la reunión. En ese contexto, el acto se volvía fácilmente interpretable como un capítulo más del intenso pulso que se libra al interior del oficialismo; Fernández tenía motivos para sentirse satisfecho y sostenido y hasta para insistir con el argumento contemporizador de que él no pelea ninguna interna: “Nos hacen discutir entre nosotros. Están todos pendientes de lo que decimos unos de otros. Pero lo que estamos discutiendo es que queremos preservar los derechos que desde 1945 ganaron los que trabajan. Hay algunos que quieren quitar esos derechos; ésa es la verdadera discusión; que nadie nos confunda”.

Sin embargo, también vale la pena mirar la jugada con una perspectiva más amplia y menos complaciente: la movida de Martínez indica la preocupación con la que las mayores organizaciones sindicales observan el paulatino debilitamiento de la figura presidencial (y del gobierno, en general), los riesgos que sus vacilaciones y zigzagueos imponen a la gobernabilidad y el creciente peligro de crisis mayores y penosos retrocesos. La lapicera que el jefe sindical le regaló al presidente en ese acto es toda una señal: si Fernández se envanecía meses atrás de que era él quien tomaba las decisiones y “manejaba la lapicera”, muchos interpretan ahora que tal vez la perdió. El regalo de Martínez es una exhortación implícita a que la use: “El sistema argentino es presidencialista -le dijo-; acá están los trabajadores en respaldo de su gestión (…) los problemas estructurales de la Argentina se resuelven con gestión y no con debate ideológico”.

Estuvieron los trabajadores (de la construcción) y una nutrida representación de la mesa cegetista (Héctor Dáer, Pablo Moyano, Carlos Acuña, entre otros); también dirigentes de movimientos sociales (Emilio Pérsico, Fernando Navarro), solo una porción del gabinete nacional (el kirchnerismo se abstuvo) y apenas un gobernador, el sanjuanino Sergio Uñac (ausencias sensibles: hasta ahora se contabilizaba a los gobernadores como columnas de sostén del andamiaje presidencial). Asimismo estuvo presente el jefe del Frente Renovador y presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa.

¿Es suficiente ese respaldo para “empoderar” a la presidencia y cubrir el principal vacío que sufre la situación argentina? Esa inquietud atraviesa actualmente, con diferentes intensidades y distintas perspectivas, a la mayor parte de lo que a veces se define como “clase dirigente”. Hay quienes temen que una situación signada por, una presidencia anémica, un sistema de poder disgregado y obturado, una inflación descontrolada y una sociedad sofocada por la decadencia y la inseguridad pueda desembocar en algún estallido y una crisis institucional grave. Algunos se consuelan con la idea de que, aunque graves, los desequilibrios y tensiones terminarán canalizándose a través de los mecanismos electorales (primarias abiertas y comicios generales), actitud que apuesta con optimismo a la paciencia social y a la elasticidad de los factores económicos y políticos que es preciso articular (encoger subsidios, achicar el déficit fiscal, aliviar la carga impositiva, estimular la inversión y las exportaciones, evitar el retraso de salarios y jubilaciones, etc.).

El optimismo de las urnas

La mayoría de las fuerzas políticas, por inclinación natural, actúan orientadas en principio hacia el encuadre electoral, aunque algunas declaraciones coqueteen con la hipótesis del estallido y aunque algunos dirigentes prefieran in pectore que sobrevenga una crisis de proporciones, a partir de la cual se faciliten las “reformas profundas” que suelen reclamar.

Dentro de las principales coaliciones se perfilan tendencias muy marcadas -sea por derecha o por izquierda-, de acuerdo a la drasticidad o gradualismo de las medidas que enarbolan. En el oficialismo, detrás de la señora de Kirchner se agrupan sectores partidarios de un creciente intervencionismo estatal y del incremento de la presión impositiva, auspiciantes de un verticalismo distribucionista indiferente a las cuestiones de equilibrio fiscal, y, de hecho, a la inflación. En la oposición, “los halcones” que se referencian principalmente en Mauricio Macri y Patricia Bullrich, abjuran del gradualismo (Bullrich preconiza un “cambio profundo, valiente”, Macri privilegia el “cambio” sobre el “juntos”, una manera de alertar sobre los compromisos que imponen las alianzas: alusión al progresismo radical y también a la búsqueda de Horacio Rodríguez Larreta de una “coalición del 70%”).

Los extremos se tocan

La radicalización de esos dos liderazgos enfrentados (CFK “por izquierda”, MM “por derecha”) coincide con la circunstancia de que ambos, según la mayoría de los estudios demoscópicos, cuentan con una notable opinión negativa en la sociedad, lo que suscita en sus respectivas coaliciones tendencias centrífugas.

La erosión no se produce solo en el oficialismo, sino también en la fuerza que se presenta como alternativa.

Un destacado intelectual opositor -Vicente Palermo, del Club Político Argentino- exponía su preocupación esta semana en Clarín: “Lo de Macri parece sencillo: promesa retórica, de un segundo tiempo implacable, en el que el PRO gobernaría otra vez en solitario. Para esto, quiere cerrar filas y luego aplastar a sus adversarios internos en las PASO. Macri parece querer la cuadratura del círculo: someter al radicalismo, haciendo que contribuya con sus votos, y después gobernar solo con un programa inasimilable por el radicalismo. Debería hacerse cargo de que ya no es el líder conspicuo de su primer tiempo, que no tiene activos políticos para eso y que no puede gobernar la coalición a su arbitrio”.

Dos domingos atrás citábamos en esta columna un editorial de La Nación, que también expresaba la intranquilidad de sectores que temen que las riñas internas y las indefiniciones de la coalición opositora malogren una oportunidad de derrotar al oficialismo y generen así “las posibilidades, de otra forma inverosímiles, de que el Frente de Todos vuelva a triunfar a pesar de tantos estrepitosos fracasos, y peor aún, de los mayores daños que todavía podría provocar de seguir en el poder”.

La lapicera y el micrófono

En el peronismo, los arrestos de “empoderamiento” de Alberto Fernández tropiezan con los pasos en falso del propio Presidente: esta semana hizo confusas declaraciones que parecían auspiciar un incremento de las retenciones al campo. Justo en el momento en que dispuso que el secretario de Comercio, Roberto Feletti, partidario claro de esa medida, pasara a depender de Martín Guzmán, diluyó el efecto positivo que insinuaba ese cambio avalando (o algo así) una medida que el campo está dispuesto a resistir en las rutas y en las calles. Para enmendarlo y mitigar los daños, tuvieron que salir a desmentir al “empoderado” mandatario varios miembros de su gabinete: el ministro de Economía, el jefe de Gabinete y, principalmente, el ministro de Agricultura, Julián Domínguez. “No habrá ningún aumento de esa naturaleza”, explicaron. Alberto Fernández debería probar con la lapicera que le regaló Gerardo Martínez, quizás le vaya mejor que con los micrófonos.

La decepción abre otros senderos

No es extraño que, ante el disconformismo que propician el gobierno y su principal oposición, surjan contestaciones de distinta naturaleza. Javier Milei explota la veta de la antipolítica, que le está rindiendo buenos frutos en las encuestas. En otro campo, vuelve a encenderse la llama de la “tercera vía”. Esta semana el cordobés Juan Schiaretti se animó a hacer dos incursiones importantes en el terreno de la política nacional: fue orador ante la Fundación Mediterránea (el principal think tank y círculo de influencia del empresariado del interior, con eje en Córdoba, la más avanzada provincia agroindustrial del país) y en el ciclo Democracia y Desarrollo, organizado por el diario Clarín, en la ciudad de Buenos Aires.

En 2019 Schiaretti no quiso jugar nacionalmente: privilegió la consolidación de su fuerza en su territorio, objetivo que cumplió plenamente, conquistando no sólo el gobierno provincial sino triunfando además en la ciudad capital, imponiendo como intendente a su favorito, Juan Llaryora. Pero ahora Schiaretti no tiene opción a ser reelegido (no lo permite la constitución cordobesa; el candidato a sucederlo será, precisamente, Llaryora) y el se ve impulsado a una jugada nacional que despierta expectativas no solo en el peronismo. “Hay que generar algo superador de los dos polos de la grieta para que el país salga adelante -dijo en el escenario dispuesto por Clarín-. Las dos grandes coaliciones tienen una mirada desde el AMBA; el interior productivo está fuera y el país, pese a tener constitución federal, es unitario”. Abundó sobre el tema de la polarización extrema: “De la grieta, como de los laberintos, se sale por arriba”. Esbozó también su visión sobre la economía, apelando a una frase acuñada por el socialdemócrata alemán Willy Brandt más de medio siglo atrás: “’Tiene que haber tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.

Expresión de Córdoba y de la potente región Centro del país, el corredor productivo más fuerte y moderno de la Argentina, la presencia de Schiaretti en el campo de juego de la política nacional introduciría un factor de peso. Su mirada sobre la necesidad de consensos converge con otras, de figuras importantes de distintas fuerzas, y puede ser clave tanto en la construcción de alguna oferta electoral diferenciada de la grieta que inmoviliza, como en el tejido de acuerdos básicos para salir de una crisis grave, en caso de que la ingobernabilidad pase de la potencia al acto.

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