La Ciudad

El químico que estudió en la ciudad y logró descubrir un compuesto vital

Omar López lo hizo cuando formaba parte de un equipo que investigaba la hepatitis C en una farmacéutica de Estados Unidos. Agradecido, rescata la formación que tuvo en la Universidad Nacional de Mar del Plata "a pesar de la falta de recursos".

por Ramiro Melucci

@RamiroMelucci

No fue en San Martín, donde nació y vivió hasta los 5 años. Tampoco cuando iba a la primaria en el Don Orione. La curiosidad por la ciencia empezó a aflorarle en el Colegio Mariano Moreno. “Tuve un par de profesores en las materias de química y me picó el bichito”, cuenta a LA CAPITAL Omar López, que con 50 años ya hizo lo que muy pocos: formó parte de un equipo que descubrió un compuesto para tratar la hepatitis C.

Pero eso fue después de un largo camino que comenzó en 1985, cuando ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Mar del Plata a estudiar Química. “En ese momento no tenía muy claro qué era lo que quería hacer: si seguir docencia o meterme en investigación. Los intereses fueron cambiando con el tiempo”, recuerda.

Sus menesteres en esos años atestiguan esa duda existencial: “Hice un poco de investigación como estudiante avanzado en el Departamento de Química. Estuve un par de años dando clases dentro del área de Fisicoquímica”.

Para 1991 ya se había recibido. La formación fue “muy buena, muy sólida, a pesar de la falta de recursos”, asegura. Tanto que un par de años después el director de tesis del doctorado que realizó en Estados Unidos le hizo un pedido: que le diera datos de Mar del Plata. Quería mandar cartas a la Universidad para decir que, si había interesados, él estaba dispuesto a recibirlos en el país del norte.

“Tuve el incentivo de gente de acá, que me decía que podía expandir mi horizonte. Y me tiré a la pileta”, dice López. Había agua. Después de pasar los exámenes correspondientes y de un intercambio de cartas que demoró dos años (el correo electrónico aún no había destronado al tradicional), aterrizó en Estados Unidos en 1993, con 26 años y una beca para hacer un doctorado en la Universidad de Washington en San Luis, Misuri, que implicaba además desempeñarse como ayudante de cátedra.

Llegó con un interés, terminó con otro. “En un principio estaba buscando la orientación organometálica, pero a medida que hacía el doctorado y trabajaba ahí, aprendí otras cosas que me fueron abriendo los ojos, y terminé haciéndolo en química orgánica, con una especialización un tanto diferente”.

El aprendizaje siguió con un posdoctorado y luego le dieron empleo en una farmacéutica: Bristol-Myers Squibb. Primero en el área de neurociencia, luego en virología.

El proyecto para el desarrollo del compuesto para tratar la hepatitis C comenzó a fines de 2001. Llegaron a estar involucrados 100 profesionales en forma directa, con 30 químicos trabajando a destajo.

“En los trabajos de farmacéutica, el 90 por ciento de lo que uno prepara se muere en el camino. Sólo un 10 por ciento tiene chances de ser exitoso”, sostiene López, y jura conocer “a muchos colegas excelentes que nunca llegaron a tener un producto en el mercado”.

El testeo inicial fue de un millón y medio de compuestos. Se probaban estructuras diferentes para ver cuál podía ser efectiva: encontraron una. De aquella empezaron a hacer modificaciones. “Se sintetizaron y chequearon fácil 3.000 compuestos hasta llegar al que descubrimos”, agrega el doctor en química.

Pasaron años y millones (todas esas pruebas implicaban inversiones siderales). “La parte investigativa es un prueba y error constante”, postula López. Hasta que nació Daclatasvir. Una parte del cóctel que se necesita para combatir con éxito la hepatitis C. “Es una enfermedad viral que ataca al hígado y puede generar cirrosis o cáncer de hígado. Es una de las causas principales de trasplante de hígado en el mundo. Hasta que empezaron a surgir estos remedios, los tratamientos que había eran muy pobres, de baja eficiencia, con efectos secundarios terribles, lo que hacía que la gente no se tratara”.

López siente que tuvo “la suerte y la oportunidad de haber podido estar en un proyecto que terminó con un compuesto en el mercado”. Orgulloso, apunta que “es uno de los remedios que se usa para el tratamiento de la hepatitis C aquí en Argentina”.

La experiencia de haber sido parte de ese equipo la contó la semana pasada en un seminario de actualización en hepatitis C que se desarrolló en la sede de la Agremiación Docente Universitaria (ADUM). Destinado a estudiantes avanzados de bioquímica, salud y medicina, también participaron tres médicas del Interzonal y el CEMA.

López, que además de estudiar y desarrollar una trayectoria exitosa tuvo tiempo para formar una familia, siempre que puede vuelve a Mar del Plata, la ciudad donde le picó “el bichito” de la curiosidad por la química.

Ahora forma parte del plantel del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. “Es como el Conicet de allá”, explica. “Trabajamos en varios proyectos. El cáncer es una enfermedad muy compleja. Todo el mundo piensa que es una enfermedad, pero en realidad son miles de enfermedades diferentes que tienen la misma etiología, que es el desarrollo de las células de manera incontrolable. Pero genéticamente son totalmente diferentes, por eso no hay un tratamiento de cáncer que sea único”, explica con la paciencia del docente que alguna vez fue alumno a quienes le preguntan si el cáncer tendrá cura.

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