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El renacer de Quilmes: la tradición del semillero y un plus de refuerzos que lo llevó al título

El club de Luro y Guido, como casi siempre, apostó a los jugadores formados en sus propias inferiores. Pero encontró un salto de calidad con Cejas, Restovich y Vargas. Pocas veces estuvieron tan bien elegidos los jugadores incorporados a mitad de año.

por Sebastián Arana

Quilmes, históricamente una de las grandes escuelas del fútbol marplatense, volvió a situarse en lo más alto del fútbol de la Liga. Y lo hizo apelando a su marca registrada, la de nutrirse con jugadores propios. Como ocurre desde hace muchos años.

El club “cervecero” consiguió sus doce primeros títulos en la Liga Marplatense antes de ingresar a la década del ’60. Hasta entonces, si bien siempre tuvo muy buenos futbolistas propios, traía refuerzos como cualquiera.

Marcelino Cornejo, acaso el mejor jugador quilmeño de toda la historia, había nacido en Nuñez, vivió de pibe en Berazategui y vino a cumplir con el servicio militar a la Escuela de Artillería asentada en Camet. “Pepe” Piantoni se enteró de que había un fenómeno entre los “colimbas” y le faltó tiempo para ir a ficharlo.

Sin embargo, a partir de ese gran proyecto de divisiones inferiores que encabezó Carlos Martinoli en la década del ’80, Quilmes jugó casi siempre con los chicos que era capaz de formar.

Durante muchos años esa escuela quilmeña fue una usina de muy buenos futbolistas, aunque los beneficios de ese laburo silencioso no hayan redundado en títulos inmediatos. Pero los últimos equipos campeones de Quilmes (1999, 2002 y 2008) estaban llenos de productos de su propio semillero.

En la final de ese último torneo, el de 2008, salieron a la cancha Gustavo Smarshow; Leandro Serpillo, Juan Martín Espinosa, Esteban “Coco” Benavídez (hoy integrante del cuerpo técnico) y Alejandro Bustos; Iván Paulsen (jugador de la actual campaña), Brian Canet, Alexis Matteo y Sebastián Arias; Juan Casas y Cristian Casas. Y en el segundo tiempo entraron Martín Molfese, Franco Monforte y Facundo Ferrero, otro de los que dieron la vuelta olímpica el último sábado. Salvo Bustos, Matteo y Arias, todos “fatto in casa”.

Pasaron los años y vino una larga sequía. Quilmes, de todos modos, con jugadores más o menos destacados, casi nunca se apartó de ese camino. Y ahora recogió los frutos de una buena camada. Por caso, Manuel Puente, Valentín Soto, Daniel Madeo, Juan Arenas, Nahuel Simón (lesionado en la semifinal del Clausura con San Isidro) y Joaquín Cartalá fueron titulares en la final de quinta del año anterior frente a Kimberley.

El DT Sebastián Cano, llegado a comienzos de esta temporada, armó su plantel fiel a esa especie de mandato que viene desde hace décadas. Así, con los pibes, el equipo compitió bien en el Apertura.

Pero le faltaba algo. Un salto de calidad para convertirlo en un real protagonista del torneo. Y Quilmes lo consiguió en el libro de pases que se arma entre Apertura y Clausura. Pocas veces desde que se juega con este formato en el fútbol marplatense tres jugadores llegados a mitad de la temporada fueron tan determinantes como Agustín Cejas, Agustín Restovich y Brandon Vargas.

Ninguno de ellos -si bien unánimemente reconocidos como buenos jugadores- llegó con el rótulo de desequilibrante. Pero, acomodados dentro de este equipo, lo fueron. Y cómo.

Se acomodaron de a poco, crecieron mucho en los play-off y explotaron todos juntos en la inolvidable final del último sábado. Restovich con su capacidad para asistir, Vargas con su explosión en los metros finales y Cejas con su condición de jugador integral, de sacrificio y buen pie, y con el antológico golazo que selló la suerte de la temporada.

Quilmes, con ellos, encontró el plus que le faltaba del medio hacia adelante. Y siempre tuvo a mano a un joven para tapar un bache. El que entraba rendía como el que salía. Así no sufrió las eventuales bajas que sufrió durante la parte final de la temporada.

Así triunfó a todo lo largo y ancho una fórmula casi tan vieja como el fútbol. La de “jugar con lo mío y traer sólo lo que me falta”.

LA CAMPAÑA

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