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El timbre de las 12

por Vito Amalfitano

@vitomundial

No recuerdo esperar algo con tanta ansiedad como el timbre de las 12 de los martes en la Escuela 1 Pascuala Mugaburu. Eso significaba que me separaban sólo 200 metros y un par de minutos de El Gráfico. Los martes al mediodía no me detenía ni la chica que me gustaba. A lo sumo me acompañaba. Todavía ella lo debe recordar. O mi amigo Pablo Gargiulo, cuando le tocaba a él correr a la par.

En los tiempos de mi escuela primaria, en la Pública 1, la que nació antes que la ciudad, el diariero de Luro y San Luis me guardaba El Gráfico. El que salía los lunes a la noche en Capital Federal y llegaba los martes a la mañana a Mar del Plata. En ese preciso instante en el que me encontraba con la nueva edición, el mundo se abría a mis pies. Y ahí comenzaba otro tiempo de ansiedad. La espera del 581. No por el apuro de tomarlo para llegar a mi casa, o por el cansancio del cole, como los demás días. Los martes era para empezar a leer El Gráfico. Siempre y cuando tuviera asiento. Ese era otro deseo irrefrenable.

Todos los lectores de El Gráfico desde 1919 para acá podemos contar historias parecidas. Y yo le agradezco por siempre ami viejo que me lo pudiera comprar. Y después la devoción con la que él me guardaba la colección. Y su paciencia para soportar mis berrinches con él o con cualquier otro integrante de la familia o amigo que osara doblar o ajar El Gráfico, no mantener la revista impecable. Su cuidado era también mi obsesión.

El periodista Gustavo Campana nos recordó ayer, en un comentario de la AM 750, algo que teníamos internalizado, que aprendimos a leer con El Gráfico. Nada menos.

Cada uno contará su historia relacionada con El Gráfico. Hay quienes lo harán como lectores. Yo podré contarla como si hablara de mi escuela de periodismo. Fue eso para nosotros. Algunos de quienes aún no teníamos una escuela oficial con continuidad en Mar del Plata elegimos formarnos con El Gráfico. Todavía en mi escritura reconozco formas, guiños, estilos, de aquello que aprendimos de los Ardizzone, los Juvenal, los Pagani, los Cherquis, los Orcasitas, los Guillermo Blanco, los Juan José Panno. Y de las plumas de “El Clarín deportivo”…

Todavía hoy, en este 2018, al cumplir exactamente 30 años en LA CAPITAL -otro sueño cumplido de mi viejo, que yo trabajara en el diario que le pasaba todas las mañanas por debajo de la puerta- y 35 en el periodismo, reconozco a aquella escuela como imprescindible.

Por supuesto que, como en cualquier medio, hay historias negras, épocas o episodios de los que avergonzarse. Claro que me acuerdo de la carta apócrifa de Ruud Krol, del “los argentinos somos derechos y humanos”. Y algunos cuestionables cambios de línea editorial, como cuando sacaron a Blanco, Panno y Ferreyra….

Pero también, y fundamentalmente, quedarán en la memoria las grandes producciones, como el primer encuentro Maradona-Pelé que propició Guillermo Blanco -aún no puedo creer que hoy sea mi amigo personal alguien a quien admiré tanto- o las inolvidables crónicas y piezas literarias de Cherquis de los grandes combates de boxeo, como los Leonard-Mano de Piedra, las galas de Monzón o la hazaña de Víctor Galíndez, por ejemplo. O las coberturas de Luis Hernández sobre las primeras epopeyas de Vilas.

Una vez me invitaron a escribir una nota en El Gráfico sobre el Fútbol de Verano -que en 2018 cumple 50 años-. Creo que quien me invitó fue Daniel Galoto. Por ahí soy injusto con algún otro colega. Para mí fue tocar el cielo con las manos. Y sólo se trató de una nota como invitado.

Ni que hablar, entonces, cuando supe que allí iba a trabajar mi hijo, con colegas tan entrañables y talentosos como Diego Borinsky y Elías Perugino, quienes son dos de los que hoy sufren este cierre.

La firma de Pablo Amalfitano allí fue como el broche de un círculo perfecto. El Gráfico fue mi escuela de periodismo en la infancia. Metido en sus páginas forjé mi vocación. Y fue la escuela literal de mi hijo en su primer trabajo profesional.

Si un hijo alcanza el sueño de uno es mejor que si se le cumpliera a uno mismo. Todo eso es El Gráfico para mí. Y es, ante todo, la cara del deporte para millones de argentinos.

El de Rusia será el primer Mundial sin El Gráfico. Habrá tomar la dimensión de lo que ello significa.

Hoy es otra cosa que se nos va, que nos sacan. Me quieren explicar que es un problema del “papel” los mismos académicos que viven del “papel”. Con ese criterio ya hubiera desaparecido hasta la imprenta. El Gráfico vivió 99 años. Y muere ahora. También, al parecer, en su versión digital. Deja de salir justo en este tiempo. No en otro. Ni antes ni después. No nos dejaron ni esperar al timbre de las 12 para llegar al número histórico de los 100 años.

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