Opinión

El vino, un placer en crisis

Los precios se dispararon más de un 40% y el mercado cayó un 15%. Qué vinos se venden en Mar del Plata, cómo impacta el boom de la cerveza artesanal y el mito de los vinos de mala calidad. El enólogo Daniel Massera analiza la situación.

por Agustín Marangoni

El vino es un placer desde la antigüedad más antigua. Ya Homero lo citaba como un aliado de guerreros y poetas, hablaba de una bebida robusta que era necesario diluir. Con el transcurso de los siglos se perfeccionó, ganó mercados, amplió sabores, se incorporó en la dieta diaria y se consolidó como la bebida noble por excelencia. Así y todo, es un artículo suntuario y en épocas de crisis el consumo cae. Los números, siempre tan fríos, señalan que hoy en la Argentina la merma es del 15%. Que cerraron 120 bodegas. Que la cantidad de litros per cápita está en su mínimo histórico: 21,6. La cifra es contundente, significa que se están vendiendo 85 millones de litros menos en relación al 2015. Pero calma. Como siempre pasa en el universo de lo cuantificable, el panorama necesita una interpretación.

El enólogo Daniel Massera explica que esta crisis no responde a una sola causa, sino a una sumatoria de varias. Entre el 2010 y el 2015, el vino no acompañó la inflación que se percibía en otros productos. Quedó, por una cuestión comercial, entre cinco y diez puntos anuales por debajo. Primera cuestión: en seis años se produjo un atraso en los precios que disparó el aumento del consumo. A fines de 2015, el sector productivo comenzó a tener dificultades para regar porque la energía había subido, no pudo hacer los tratamientos fitosanitarios necesarios, sufrió el aumento de packaging, botella y transporte, no pudo invertir y demás etcéteras. O sea, llegó a un punto crítico donde la única salida era rever el precio de la uva. Un productor vende su vino a un precio entre seis y siete veces menor de lo que vale en góndola. Si la botella cuesta 70 pesos, el productor recibe 9 pesos aproximadamente. Se analizaron variables y se concretó la primera disparada de precios. Después llegaron los imprevistos.

Las cosechas 2016 y 2017 fueron muy malas en volumen por factores climáticos, lo cual obligó a empujar otro ajuste violento en los precios por sobre lo que ya habían aumentado. Así pasaron de un plumazo a ubicarse por encima de la inflación. Las subas superaron el 40%. Consecuencia: el impacto fue negativo en el consumo. Pero eso no es todo.

El poder adquisitivo de los argentinos se redujo en el último año y medio. Es estadístico. Con menos plata en los bolsillos, la tijera familiar pasó por los artículos suntuarios. El vino cayó en la volteada con un agravante: aquellos que toman vinos de categoría clásica –entre 50 y 100 pesos– o vinos de alta gama –de 140 pesos en adelante– nunca bajan de calidad. Toman menos, pero de ninguna manera modifican sus exigencias. La calidad del vino es un camino sin retorno, se ve bien claro en el comportamiento del mercado. En Mar del Plata, el 90% de los vinos que se consumen ingresan en estas dos franjas. Por eso la merma de consumo impacta, igual que en el promedio nacional, con un 15% a la baja. Se venden los mismos vinos, pero en menor cantidad. Aún así, las más castigadas fueron las líneas económicas. Al aumentar el líquido, el producto pasó a ser prohibitivo para una persona que llega con lo justo a fin de mes. Y una más.

En paralelo con todas estas fluctuaciones, Massera explica que el negocio del vino en Argentina está concentrado en pocas manos. El productor primario, entonces, se vio indefenso frente a los cambios. De ahí los 120 bodegueros que tuvieron que bajar la persiana. El 75% del mapa vitivinícola está bajo el comando de cuatro grupos fuertes: Grupo Trapiche Peñaflor, Grupo Baggio, Cooperativa Fecovita y Grupo Catena. Después aparecen Bianchi, Norton y Flichman. Entre esas siete firmas se reparten el 90% del mercado. “La alta concentración no es buena en ninguna industria, porque abre el juego a la especulación”, apunta el enólogo.

– ¿Era previsible esta crisis?

– El mercado es finito y las ventas estaban llegando a una meseta. Además de eso, sí, la crisis era previsible, los productores sabían que la cosecha de 2016 era mala. Lo que no era previsible era la segunda cosecha mala, sumada a la merma del consumo.

Dadas las circunstancias –continúa el especialista– se produjo una mezcla de segmentos: por la referencia de precios los vinos baratos se cruzaron con los clásicos. El mercado, en síntesis, se desordenó. Una damajuana tiene un valor alto en relación a otros productos, todo lo contrario a lo que pasó durante los últimos seis años. Lo curioso es que hay una percepción que se toma más vino que antes. Pero no es real. En la década de 1970, Argentina estaba arriba de los 90 litros anuales per cápita. Hoy los números marcan menos que la cuarta parte, aunque el índice no es necesariamente negativo. La tendencia, hace ya más de una década, es tomar menos y mejor. “Hay que esperar a que el mercado se reactive. Ni bien el argentino tiene plata va en busca del placer. Si la economía familiar se acomoda, de inmediato vuelve el vino a la mesa”, apunta Massera.

El vino y la cerveza artesanal

En Mar del Plata la industria de la cerveza artesanal se expande a un ritmo de locos. Se producen y se consumen medio millón de litros por mes. Es notable: semejante cantidad es apenas el 5% del consumo local general. Eso significa que el desarrollo de esta industria, por el momento, no tiene techo. Daniel Massera, visto y considerando el momento del escenario vitivinícola, divide su análisis en dos partes.

Punto en contra. Una pinta en un restaurante cervecero cuesta en promedio 75 pesos. Dos pintas, entonces, equivalen a una botella buen vino. De alguna manera, la cerveza artesanal le compite al vino en la franja de clásicos y alta gama. Aunque es un fenómeno local, se está expandiendo lentamente por el país y es un inciso más que colabora con la crisis del consumo de vino. “También influye en la gastronomía. Por ejemplo, hay 30 o 40 restaurantes con cerveza artesanal que funcionan a tope. Ese fenómeno, con un producto local, no se veía hace muchos años. Todo eso le quita al mercado del vino unos cuantos miles de litros”, agrega.

Punto a favor. La tendencia a tomar cerveza de mejor calidad que la envasada –dice el enólogo– es una puerta de entrada a una bebida más compleja como el vino, elaborado con otras propiedades y con la búsqueda de otros sabores. “Acerca al público a nuevos universos, especialmente entre los consumidores jóvenes”, apunta.

Sobre el vino malo

Daniel Massera derriba un mito sin titubear: “No existe el vino malo”.

–¿Los baratos? ¿Los de caja?

– Ya no hay vinos malos. Ni siquiera los de cajita.

Según explica, existen los vinos sencillos y los vinos complejos. Y esto no es un juego retórico. Hay una razón: en Argentina se elaboran los vinos de caja con la misma tecnología que se hacían los vinos finos de alta gama de hace veinte años. Al achicarse el volumen de consumo, no tiene sentido ningún tipo de adulteración o estiramiento. Por eso todo lo que hay en el mercado es bueno, incluso los tetra. Pueden gustar o no, ese es otro asunto. “Los vinos sencillos suelen tener menos graduación alcohólica y una tendencia a los tonos dulces. El consumidor de estos productos está habituado al sabor simple, incluso es común que lo mezcle con hielo, agua o jugo. Esa franja de consumidores no tolera en su paladar un vino más complejo, pero no está tomando vinos malos. Así como no hay vuelta atrás, también es difícil el paso adelante”, señala.

En los últimos días se escuchó con fuerza la posibilidad de que ingresen vinos importados al mercado argentino. Daniel Massera le baja el volumen a esa señal de alarma, al parecer sólo se va a reforzar una franja intermedia en volúmenes poco significativos. “En Argentina hay muy buenos vinos y en cantidad, casi no consumimos importados, no hace falta. Sólo necesitamos recuperarnos de dos episodios climáticos adversos. Y no tiene sentido invertir porque sólo hay que compensar un 10% de una sola línea en el mercado interno”, dice.

Según las estimaciones del enólogo, el mercado argentino va a necesitar tres años para recuperarse, siempre y cuando las cosechas sean buenas. Y el precio del vino no va a bajar. Es técnicamente imposible, por una ecuación simple entre el costo de producción y el número final en góndola. Lo único que puede haber son ofertas de bodegas que buscan instalar un producto. Por lo general, las novedades se lanzan con un precio menor en relación a su calidad. Es decir, queridos amantes del vino, en estos tiempos, hay que estar atentos a la recomendación de los entendidos y aprovechar el momento justo.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...