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Opinión 15 de junio de 2018

En democracia el culto personalista es impúdico

Por Nino Ramella

Luis Guillermo Solís Rivera, ex presidente de Costa Rica.

 

Manejando observo delante de mí una ambulancia de un populoso municipio del conurbano que lleva ploteado el nombre del intendente. Ya sé que hay cosas terribles sobre las que preocuparse y que cualquier objeción a ese culto egocentrista se toma como insignificante. Sin embargo yo creo que no lo es. Como animales simbólicos que somos, esa “insignificancia” dice mucho.

Vivimos en democracia con rémoras monárquicas que todos naturalizamos. Los mandatarios públicos, es decir los servidores del pueblo, permiten -cuando no promueven- la exaltación personalista de su imagen y nombres de una manera absolutamente reñida con cualquier práctica republicana.

Desde el presidente de la Nación, pasando por gobernadores e intendentes hasta de pequeños poblados, cuentan con fotos oficiales que cuelgan de las paredes de organismos públicos. ¿Para qué? ¿Con qué sentido? ¿Qué razón que no suene artificiosa puede esgrimirse para justificar algo rayano en la autoadoración?

Ministros y secretarios cuando conceden entrevistas a los medios se colocan de forma tal que a sus espaldas quede bien visible la foto del jefe.

¿No es acaso suficiente honor representar al pueblo que lo eligió como para pretender además altares que lo recuerden?

Y no termina en las fotos la fuga del ego contenido. También se expresa en carteles de obra, placas de inauguraciones, piezas gráficas y hasta en pautas radiales. Se supone que si algún organismo público coloca una pauta en determinado programa radial o televisivo es con la intención de brindar un servicio. Pues no, sólo se menciona el organismo con la acotación “gestión fulano de tal”. Es decir, propaganda personal y de paso apagamos críticas del programa al que adherimos con la plata de los contribuyentes.

Y no se trata de sector político determinado. Estas corruptelas cruzan transversalmente a todos los partidos y fracciones. Hay ejemplos como para hacer dulce.

Ya que ni una buena práctica republicana, ni el buen gusto ni el pudor frenan tales abusos tendría que haber una ley que los prohíba. ¿Habrá proyectos en los espacios deliberativos en este sentido?. Sinceramente no lo sé.

Cierta vez estando en un complejo turístico en la Laponia finlandesa en la que había cabañas con todas las comodidades diviso una pequeña, muy sencilla, que contrastaba con el resto. Le pregunté a un guía la razón de que allí estuviera esa cabaña tan pobre al lado de las otras.

__ Ah! esa es la que tienen asignada el primer ministro y el chairman del Parlamento.

__ ¿Esa… tan pobrecita?

__ Si señor. Estaría muy mal visto que ocuparan cualquiera de las otras.

He visitado los cuartos en los que se alojan los diputados daneses cuando van a Copenhague. Son monacales. Y deben limpiárselos ellos mismos. El desayuno es en un office comunitario y cada cual se lava su taza. En Suecia el primer ministro cuenta con una vivienda del Estado de 300 metros cuadrados pero no tiene personal doméstico. Es conocido que lava y plancha su ropa y limpia la casa.

El mes pasado Luis Guillermo Solís Rivera terminó su mandato como presidente de Costa Rica. Apenas asumió firmó un decreto prohibiendo que su nombre esté en las placas de puentes, rutas o edificios que inaugure. La decisión también indicaba que su retrato no podía estar colgado en oficinas públicas.

Acaso fui injusto hablando de rémoras monárquicas. El príncipe Federico de Dinamarca lleva a sus hijos Christian e Isabella en bicicleta a la escuela pública Tranegård, sin escolta ni niñera. Ah!… también va el perro, un border collie.

Cuando digo que naturalizamos lo que a estas alturas está mal es porque no se advierte que este tema lastime sensibilidad alguna. No hay quejas, ni colegas confrontando por esta cuestión a los funcionarios que entrevistan. Y como dije al principio no me parece un tema sin importancia.

Si un funcionario muestra públicamente que gasta dinero de la comunidad para exaltar su persona, no sólo está cometiendo el delito de malversación pues así no debe hacerse proselitismo, sino que habilita a pensar que su estructura ética es todavía más frágil cuando no está a la vista de los demás.
Los funcionarios o mandatarios no deben recibir honores. No son el símbolo de una república. Para eso tenemos escudo y bandera que cobijan a todos los miembros de una comunidad.

Imagino qué bueno será el día en el que no existan palcos de honor y en el que las cintas de inauguración de una obra la corten los obreros que la hicieron o Doña Rosa que vive a la vuelta.

 



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