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Interés general 20 de junio de 2021

En el centenario de dos escritoras españolas

Por Verónica Leuci y Marta Ferrari

Hace 100 años, en 1921, fallecía la escritora gallega Emilia Pardo Bazán y nacía la novelista catalana Carmen Laforet. Este curioso azar y esta coincidencia cronológica constituyen una excelente oportunidad para revisar -a la luz de cien años de historia- la importancia de estas voces femeninas, fundamentales en el panorama de las letras hispánicas.

Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 – Madrid, 1921) es sin duda una de las escritoras españolas más notables del fin del siglo XIX y comienzos del XX, una pionera, además, en la lucha por los derechos de la mujer. Su inabordable producción exploró todos los géneros, desde la novela y el cuento, pasando por el ensayo, la crítica literaria y la dramaturgia, hasta la poesía, el periodismo y la traducción. De la magnitud de su obra da clara cuenta la reciente edición de sus Obras Completas en doce volúmenes, a cargo de Darío Villanueva (exdirector de la RAE) y J. M. González Herrán, en la prestigiosa Biblioteca Castro.

Ya en 1889, el excepcional libro de Criado y Domínguez, Literatas españolas del siglo XIX, uno de los primeros intentos de ofrecer una historia intelectual femenina, recogía su nombre y la presentaba así: “Emilia Pardo Bazán, lo mismo pulsa el plectro poético, que discurre con verdadero conocimiento de causa acerca de los más intrincados problemas filosóficos; con idéntica serenidad discute con Darwin sobre cuestiones científicas de inmensa trascendencia, que traza un animado cuadro de costumbres, o describe hechos y caracteres de la moderna sociedad, o narra con sencillez encantadora episodios de viaje; con igual maestría vierte al castellano poetas alemanes y escribe sobre San Francisco de Asís un libro de oro, que estudia la novela en Rusia, defiende el naturalismo, elogia a Feijoo y critica a los vates épicos cristianos”.

Pero esta extraordinaria versatilidad de la escritora gallega, autodidacta en la mayor parte de sus múltiples facetas, no fue precisamente bien evaluada por sus contemporáneos. Julio Nombela fue quizá el primero en afirmar hacia 1883 que Emilia Pardo Bazán “piensa como un hombre”. Idea que es retomada tanto por Benito Pérez Galdós quien hablará del “carácter varonil” de sus obras, como por Rubén Darío, quien rescata del “inútil y espeso follaje” de literatas españolas a Emilia Pardo Bazán, y lo hace porque su “cerebro viril” honraba a su patria. Incluso Miguel de Unamuno repite este tópico en 1911, al afirmar que en sus escritos se conoce que es mujer y no hombre precisamente por “cierta afectación de masculinidad a que no puede escaparse a pesar de su gran talento”. La excepcionalidad del talento de la autora de Los pazos de Ulloa sólo podía explicarse en términos de renuncia a su sexo. Y así lo concebía también Leopoldo Alas (Clarín) para quien “La literata como el ángel, y mejor, como la vieja, carece de sexo”. Es singular el razonamiento de Clarín; al haberle fijado un precio tan alto -dejar de ser mujer-, solamente la obtención de la gloria literaria (algo no exigido para el hombre que escribe) sería recompensa suficiente para justificar tamaño sacrificio.

Introductora y cultora del naturalismo en España, ferviente católica y de linaje noble, Emilia Pardo Bazán realiza un rotundo gesto a favor del lugar de la mujer en la sociedad de su época, insistiendo, en la línea del pensamiento ilustrado en la imperiosa necesidad de la instrucción femenina consolidando, a la vez, el proceso de construcción identitaria de la mujer escritora. El suyo no es un caso aislado, y en esa lucha por conquistar un espacio público, estos discursos reivindicativos que desde un posibilismo reformista oscilaron entre el tono del lamento y el de la protesta, sin llegar en la mayoría de los casos, a reclamar la igualdad social o laboral entre los sexos, contribuyeron a generar opinión e influyeron en el debate socio político de la época sentando las bases para las efectivas conquistas emancipatorias que se verificarían recién a comienzos del XX.

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Baste un último ejemplo para comprender lo dificultoso, lento y sinuoso que ha sido este largo proceso iniciado en los albores del siglo XIX: conciente de su “derecho a no ser excluida de una distinción literaria como mujer”, ella misma presenta en más de una ocasión, su candidatura para el ingreso a la Real Academia Española, propuesta que fue sistemática e inapelablemente rechazada.

Efectivamente, la escritora gallega fallece en junio de 1921 y, en septiembre de ese mismo año, como un quiasmo de la historia y de la literatura peninsular, nace en Barcelona, Carmen Laforet. La voz de la autora barcelonesa (criada en las Islas Canarias y fallecida en 2004) supuso una renovación en el mapa de la narrativa de posguerra, en particular, por su novela más conocida, Nada, ganadora del premio Nadal en su primera edición de 1944. La aparición de ésta, su primera novela, sacudió el panorama literario del momento, no solo por la juventud de su autora, que tenía solo 23 años, sino en especial por la descripción que hace de la sociedad de su época, en una temprana posguerra signada por el hambre, la muerte, la desolación y las transformaciones sociales. Frente a la literatura evasiva anterior, la literatura existencial y tremendista -en la que se ubica Nada como uno de sus exponentes más resonantes- se propone desmitificar la realidad, presentando a sujetos atravesados por la miseria, la sordidez y la decadencia de esa existencia amarga en una España posbélica.

Así, la voz de Laforet se erige como una dicción singular y notable en el marco militarizado y fuertemente patriarcal del Franquismo, atravesado por la doble censura política y eclesiástica, en donde las mujeres eran confinadas a la retaguardia doméstica y marginadas en el silencio, prácticamente invisibles en la vida pública y social. Es crucial destacar entonces la importancia de su presencia, el carácter excepcional y valioso de una voz femenina en ese mundo literario: la primera mujer escritora relevante desde su antecesora, la fundamental Pardo Bazán.

Asimismo, si Carmen Laforet renueva el contexto de la narrativa de posguerra con su novela y su obtención del Nadal, abriendo el camino hacia otras autoras que se destacarían también en esa España tan adversa para la mujer -como Carmen Martín Gaite o Ana María Matute- es significativo señalar la singularidad del punto de vista imperante en Nada. Es decir, la aparición de una mirada femenina, una perspectiva novedosa en medio de una focalización mayoritariamente masculina. La novela relata la llegada de la joven Andrea a Barcelona, para estudiar en la Universidad. Allí, se aloja en el piso familiar de la calle Aribau, un espacio que trasluce la decadencia, la pobreza, la suciedad y, asimismo, en relación con los personajes y actores que lo habitan, la locura, la violencia y la moral asfixiante de esa España católica y ultraconservadora. En esa atmósfera opresiva, el relato y la mirada de la joven dan cuenta de esa sensación de tedio, desazón, inmovilidad que será la clave de la novela existencial. Será “la chica rara” -como dice su coetánea Martín Gaite, tanto en referencia a Andrea como a la propia Carmen Laforet-, el tipo femenino que no se ajusta al ideario epocal, que subvierte normas y códigos cristalizados y se atreve a irrumpir con voz y mirada propia en la sociedad, presentando otro costado de la realidad oficial. Diciendo entre líneas, a través de los artilugios y estrategias que habilita la literatura, sorteando la censura y los discursos canónicos.

Cabe destacar que Nada tuvo un éxito descollante, con cuantiosísimas reediciones y traducciones, y el reconocimiento de escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez, Azorín, Ramón Sender, Miguel Delibes, etc. Fue llevada asimismo al cine, primero en España, en 1947, por Edgar Neville, en una versión acortada sustancialmente por la censura de la época. Y también aquí en Argentina, en 1956, se realizó una adaptación de la novela, un drama en blanco y negro, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson que se tituló Graciela.

El 2021 nos lleva entonces a recordar en su centenario a estas dos mujeres que elevaron su voz en una España que relegaba las voces femeninas a un segundo plano, desplazadas y silenciadas tras el manto patriarcal de la sumisión y la marginación. Emilia Pardo Bazán y Carmen Laforet fueron presencias excepcionales en el panorama de la literatura española y de las letras hispánicas, precursoras de muchas escritoras, alineadas en esta tradición de literatas, intelectuales y poetas; autoras que ejercen indiscutiblemente su derecho a un espacio propio dentro del campo literario.



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