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Opinión 26 de abril de 2017

En el municipio florecen mil negocios turbios imposibles de ocultar

por Adrián Freijo

Esta administración municipal, a la que llamaremos “la mujer del César”, ni es ni parece. Negociados turbios, apetencias desmedidas y corrupción sin disimulo.

El vergonzoso convenio por las fotomultas, una contratación directa por la que los marplatenses pagaremos una enormidad a una empresa privada a la que ni la Cámara que las nuclea quiere aceptar por lo dudoso de este y otros acuerdos anteriores.

O la operación inmobiliaria detrás del pomposo anuncio de un Polo Audiovisual, y que involucra a un empresario amigo de la familia Arroyo para cuyos intereses opera el intendente por estas horas tratando de convencer a quienes trabajan en el sector TIC que su proyecto es conveniente para todos.

O las autorizaciones para mega obras que no cumplen con ninguno de los límites a los que obliga el Código de Ordenamiento Territorial, previa visita a las empresas constructoras por parte de personas demasiado cercanas a Zorro Uno como para creer en casualidades.

Negocios todos ellos que tienen una característica común: la falta de transparencia.

Tan inmensa como la angurria de un grupo familiar que se ha fijado sueldos exorbitantes y que le cuestan millones de pesos a los contribuyentes de una Mar del Plata sucia, destrozada, mal iluminada, insegura y con calles intransitables.

A esta altura de los acontecimientos es imposible ocultar que nuestro municipio es víctima de un saqueo tan irresponsable como programado que tiene que contar necesariamente con la complicidad de los poderes centrales. Ni Vidal ni Macri pueden decir seriamente que no conocen lo que está ocurriendo –el informe de Agustín Cinto fue lapidario y lleno de pruebas– pero al mejor estilo kirchnerista se callan la boca para “no afectar las posibilidades electorales de Cambiemos”.

Y entre delirios de riqueza, falta de escrúpulos y una parentela impresentable, Mar del Plata cae cada día un poco más, pierde millones de pesos por el nunca obturado agujero de la corrupción y se mantiene inerme frente a una realidad que no se merece y que se esconde tras la máscara de seriedad, de gesto adusto y de una ñoña retórica moralista que ciertamente ya huele a moralina.

Mientras “la mujer del César”, pintarrajeada y provocativa saliendo del cabaret, pretende obligarnos a decir que es una modosita casadera que allí entró por equivocación.

¿Habrá que esperar a escuchar el raer de las uñas en el fondo de la lata?.

(*):  Libre Expresión.