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Opinión 14 de noviembre de 2018

Es cuestión de tiempo

La RAE argumenta en contra de la oficialización del lenguaje inclusivo. De todos modos, importa poco lo que diga la RAE.

por Agustín Marangoni

El uso del idioma es un ejercicio político. Elegir las palabras, otorgarles una función para nombrar el mundo, es la forma más potente y activa de construir la realidad. El español tiene a la RAE, la Real Academia Española, una institución de origen monárquico, para administrar las leyes de cómo se debe hablar y escribir. Aunque, a decir verdad, su capacidad para limitar o extender el uso del idioma es muy reducida. Los idiomas son sistemas vivos. Cambian, evolucionan, se mezclan y mueren. Legislar con eficiencia esos movimientos es una tarea a todas luces imposible. Lo único que puede hacer la institución real es darle luz verde a determinadas palabras y construcciones que lograron popularidad. Por eso oficializó términos como murciégalo, alverja, okupa, posverdad, toballa, almóndiga, tuit, amigovio y setiembre, entre otros que son una pesadilla para los puristas.

El director de la RAE, Darío Villanueva, asegura que la institución va siempre detrás del idioma. Nunca por delante. Los cambios, dice, son una consecuencia del uso y de las costumbres. En este punto, aparece la discusión sobre el lenguaje inclusivo: la propuesta para anular la jerarquía del masculino y habilitar un modo neutro. El uso de la e para los sustantivos, adjetivos y pronombres que denoten género, en los casos que sea necesario dirigirse a un colectivo diverso. En las últimas entrevistas que brindó, una en exclusiva a este medio, Villanueva apuntó que no le ve demasiado recorrido. De hecho, dejó entrever que el lenguaje inclusivo es una manipulación del movimiento feminista. Por el momento, explica, es algo similar a las denominadas palabras globo, esas que surgen con fuerza en un determinado momento pero que con el tiempo se desinflan y desaparecen.

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Hay algo de cierto en lo que dice Villanueva: el lenguaje inclusivo todavía no se masificó en lo cotidiano. Y si la RAE legitima aquello que se hace un lugar en el uso y las costumbres, al lenguaje inclusivo todavía le falta recorrido. Sin embargo, la observación del feminismo al uso del idioma es lógica y razonable. ¿Por qué tiene que tener jerarquía el masculino si existe una opción para mutar a una opción neutra? El uso de la e es fácil, aplicable y responde a la diversidad de género que hoy está contemplada incluso en la esfera legal. Va más allá de los masculino y lo femenino. Quiebra con el binarismo e incluye a quienes no se identifican con ninguno de los dos. Además, promueve la economía del idioma. “Les damos la bienvenida a todas y todos”. Innecesario. Es más práctico “Les damos la bienvenida a todes”. Y más preciso.

Otro punto cierto que expone Villanueva es que la lengua no es la culpable de la invisibilidad de la mujer. En Irán, por ejemplo, el idioma oficial es el farsi. El farsi no tiene género. Para decir ella o él se usa la u (او) y los mismos sustantivos, pronombres y adjetivos sin género para las cosas y las personas. Así y todo, la situación de la mujer en Irán es complicada: el salario del varón es casi cinco veces superior, todavía no existe un freno legal para el matrimonio infantil –hay adultos que se casan con niñas de 10 años– y las mujeres están obligadas a pedirle autorización a sus padres y maridos para salir del país, entre otras limitaciones. 

Aun así, la propuesta del feminismo para el uso del español sigue siendo lógica y razonable. Hay una gran astucia política en exigir que se modifique la estructura de las palabras, es una manera de iluminar un reclamo político que busca equidad. El idioma es un campo de batalla, todos los días, palabra tras palabra. Así como el peronismo se apropió de los días soleados y el cristianismo se apropió del calendario, el feminismo avanza con argumentos muy sólidos a transformar la historia de cómo se habla el español para darle fuerza al reclamo por la igualdad.

Y lo va a lograr. En los colectivos feministas, que nuclean a cientos de miles de personas en todo el territorio hispanoparlante, se habla fluidamente con lenguaje inclusivo. En los centros de estudiantes de las facultades, también. Hay medios gráficos que ya lo incorporaron, programas de radio, hay películas y series subtituladas en lenguaje inclusivo, miles de libros de poesía, publicidades, se dan cursos inclusivos para empresas, se pintan frases en la vía pública, se componen canciones y un factor que es clave: hay millones de posteos en redes sociales que lo usan.

Los idiomas, en sus inicios, se nutrieron del intercambio cultural cara a cara. Las guerras y las invasiones fueron momentos fundamentales. Por ejemplo en el inglés, palabras que parecen tan propias no lo son tanto. Take [tomar] fue incorporado después de las invasiones vikingas. La palabras original es Tacan. Lo mismo con Knife [cuchillo], que proviene de Knifr. El español se nutrió del griego, del árabe, del gótico, de las lenguas romances, del francés, del náhuatl, del quechua, del inglés y hasta del chino. La palabra Caca, por marcar otro ejemplo, proviene del griego kakos, que significa cosa mala. Así como hace siglos eran las invasiones, hoy las redes sociales e internet conforman el enlace fundamental para expandir la lengua. Una palabra puede dar fácilmente la vuelta al mundo y esparcirse en cualquier medio social. En Argentina pasó hace un mes con el tuit de Felipe Solá que incluía la palabra Skere, una variación fonética de Let´s get it [Vamos a conseguirlo], utilizada en el trap.

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Importa poco que la RAE se oponga a oficializar un cambio porque todavía no es todo lo masivo que debe ser. No es necesario pedirle permiso a nadie para hablar como cada uno quiere. De hecho, el cambio ya está en movimiento y en el uso cotidiano se va a dar la expansión. La institución real llegará detrás, como dice que trabaja, para firmar los papeles y cortar las cintas. El cambio no es sólo en la lengua, o en la forma de hablar, o en la gramática: el cambio es político.

Y para los que todavía sostienen que el uso de la e es una estupidez –muchos de ellos intelectuales– verán que es sólo una cuestión de tiempo. No es fácil romper una musicalidad del siglos, ni con la jerarquía del masculino. Pero todo parece indicar que se va a romper.



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