Deportes

Esas cosas de la vida fuera de la cancha

Donde todos los caminos conducen a Unión de esta ciudad.

-Vos te graduaste en Administración Deportiva. Tu carrera deportiva recién empieza, pero en el país hay carencia de dirigentes. ¿Pensás que ese es el camino, que se puede construir en Argentina a partir de un mejoramiento de la dirigencia deportiva?

-Sí, esa idea estuvo en mi cabeza en el momento de elegir una carrera. Había elegido en un principio Administración de Empresas. Pero allá está muy vinculada con la política y no me gustó. Ahí cambié a Administración Deportiva con esa idea en mente. Pero no muy presente, de verdad me enfoqué más en el básquetbol. Soy consciente, sin embargo, de que en Argentina hay una escasez en esa área. De hecho, la carrera no existe en el país. Hay, me parece, infinidad de salidas en Argentina para una carrera como esa. Me parece que desde ahí se puede ayudar mucho. En un futuro me gustaría hacerlo. En la ciudad o a nivel nacional, donde se pueda llevar a la práctica todo lo que aprendí.



-Hasta acá viviste en un campus universitario. Ahora te enfrentás a algo nuevo. Tendrás que buscar casa…


-Cuando fui a San Antonio, no tuve tiempo de ir a ver algo porque tenía que regresar inmediatamente al país para reintegrarme a la Selección. Estaré un mes en un hotel hasta adaptarme y hasta saber cuál será mi destino final. Si me quedaré en San Antonio o tendré que irme a Austin. Ahí buscaré mi alojamiento definitivo.

-¿En algún momento lamentaste que si hubieras elegido otro destino probablemente hubieras comenzado a ganar dinero con el básquetbol dos o tres años antes?

-No. Gracias a Dios mi familia tuvo una posición en la que no era prioritario ganar dinero ya. Hicieron un sacrificio muy grande. Vivir en dólares no es lo mismo que vivir en pesos. Pero la beca me hizo las cosas más fáciles. De hecho, tuve ofertas importantes antes de irme a Estados Unidos y las rechazamos. La vida no pasa por el dinero. Pasa por experiencias, memorias y por un futuro. Si me iba bien, además, el dinero no iba a ser un problema. Empezar a ganar dinero dos o tres años antes no me cambiaba demasiado la ecuación. Sabía que a futuro la podría recuperar. Y tampoco me iban a pagar tanto siendo un juvenil.

-Cada vez que volvés te reencontrás con los afectos y eso es lo más importante. Pero viviendo en el primer mundo, ¿te choca encontrarte en tu país con los inconvenientes del día a día?

-Los primeros años que volvía, sí. Yo venía más o menos cada un año y medio y me chocaba. Desde bajar del avión en Ezeiza, ver todos los problemas en Buenos Aires, venir por la Autovía 2. Hasta tenía miedo de manejar. En esos primeros años, el cambio social me pegó bastante. Eran uno o dos días de adaptación y después decía: “estoy en casa”. Hoy en día soy más consciente de cómo es todo. Tal vez ahora presto un poco más de atención tanto a lo que pasa acá como a lo que pasa allá. Estoy al tanto de las noticias y entonces no es un cambio tan abrupto. Digamos que sé con lo que me voy a encontrar.

-En Estados Unidos hay muchas cosas que funcionan muy bien pero tienen otras complicaciones. Por ejemplo, el racismo. Washington es una ciudad muy particular en ese sentido. ¿Cómo lo percibías vos?

-En la mayoría de las universidades estadounidenses conviven ideologías distintas, hay como una forma de respeto y unión entre las comunidades. Dentro de la Universidad yo no vi racismo. Teníamos un alto porcentaje de chicos gays, negros, judíos. De distintas religiones, de distintos países o comunidades sexuales. En ese sentido, desde la propia Universidad se fomenta esa unión y está bueno. Pero saliendo de ella, en la misma ciudad, se producen situaciones palpables de segregación. El caso de mayor repercusión se produjo en Baltimore, a 200 kilómetros y se vivió muy fuerte allá (N. de los R.: en abril de 2015, el afroamericano Freddie Gray falleció a causa de lesiones recibidas por abuso policial). Esa es una gran diferencia entre Estados Unidos y Argentina. Nosotros no tuvimos esa sensación de esclavitud negra y casi no hay población afroamericana. No sabemos lo que es el racismo y es algo que allá me sorprendió también a mí. Yo les contaba a mis compañeros de la Universidad que acá tengo un amigo, Martín, al que le decimos Negro, y se horrorizaban: “No, cómo le vas a decir Negro”. No lo entienden.

-Así como mencionás la apertura de la mayoría de las Universidades, también deben existir las que, al contrario, son más cerradas y reciben a una comunidad educativa de determinadas características…

-Bueno, sí. En el sur del país, hay varias Universidades que públicamente no lo dicen, pero puertas adentro tienen organizaciones antinegro, problanco y se nota mucho.

-Muchos jóvenes se preguntan si las fiestas de la fraternidades son tan descontroladas como se muestra en las películas. ¿Qué podés decir al respecto?

-¡Son aún peores! (risas). Es una realidad. No es nada privado. Hay mucha fiesta en Estados Unidos. Hay diversión por todos lados pero hay que tener cuidado. Hay, literalmente, fiestas todos los días. Y uno también iba a divertirse pero siendo consciente de que tenía muchas responsabilidades.



-¿Fue difícil para vos mantener el eje de la disciplina?


-No, la verdad que no. Nunca tuve problemas. Creo que por la formación de acá. Me he perdido fiestas de 15, me he tenido que ir de cumpleaños al medianoche o a la una de mañana porque al otro día tenía que jugar. No fui de viaje de egresados. No lo tomaba como algo que me estaba perdiendo. En todo caso, si tenía muchas ganas, lo hacía pero revaluando las prioridades.

-¿Extrañas algo de Argentina?

-La comida es una de esas cosas. Hace unos años, me acuerdo que pensaba y les decía a los chicos “por cómo está el país, no me veo volviendo a vivir en Argentina”. Me gusta mucho Estados Unidos. Es una cultura hermosa. Pero hoy en día, no sé si es por la situación que estoy pasando, porque ya no estoy más de novio, extraño mucho a mis amigos. Sé que la familia siempre está, siempre me va a apoyar, mis viejos me pueden ir a visitar si Dios quiere ahora cuando yo quiera. Así que definitivamente lo que me trae acá son mis amigos, el grupo del club. Creo que cuando ya no me dedique más a jugar al básquet, volvería para estar con ellos. Y si no, me encantaría llevármelos a todos para allá.

-¿Te gustaría trabajar para Unión? ¿Lo pensaste?

-Sí, me encantaría. Aunque no es algo que vengo pensando a full porque recién empiezo mi carrera deportiva. Y tampoco puedo hacer una previsión a futuro porque no sé dónde estaré. A lo mejor, en cinco años estoy viviendo en Europa y casado con una italiana. No sé. Acá me prometieron que me guardan un lugar para dentro de 10 o 15 años poder jugar con Unión en la Liga Nacional. Ese sería el sueño del club. Y el mío también. Retirarme deportivamente con Unión jugando en la Liga. Lo firmaría hoy.

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