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Opinión 11 de agosto de 2023

¡Ese voto es mío!

Vivencias de un elector en un día especial

 

Por Alberto Farías Gramegna
[email protected]

“La calidad de la democracia es la calidad de sus ciudadanos” – Anselmo Miro de Lacalle

Era día de votación y como corresponde fue a votar. Tempranito nomás, sin hacerle caso a su mujer que le recordó la última vez, cuando lo dejaron como presidente de mesa porque el designado había fallado. Ella entonces tuvo que hacerse cargo de la parrilla y llevarle una porción caliente al lugar de los comicios. “Hay que votar con la cabeza”, decía el viejo indigente en la vereda de la escuela a quien quisiera escucharlo, mientras gesticulaba caminando de aquí para allá, envuelto en una raída manta y calzado con una sola zapatilla. “Está loco el pobre, pero fíjate lo que dice”, comentó uno de la fila y enseguida agregó… “La verdad, como afiliado que soy, yo siempre voté con el corazón…”

El señor panzón, enfundado en un jogging verde, buscaba la complicidad de un eventual interlocutor. Un flaco barbado, de mochila colgada a la espalda, que parecía entusiasmado mirando una muchacha de jean ajustado, aceptó el convite: “No se olvide que en el mundo globalizado lo que manda es el bolsillo”. La polémica no tardó en instalarse y la conversación incluyó la guerra en Ucrania, el terrorismo fundamentalista, los efectos de la pandemia, Trump, el calentamiento global, la inflación alocada, la terrible inseguridad, la pobreza, el precio del dólar y la banalidad de los slogans de las campañas políticas y otras obviedades por el estilo. Escuchaba sin hablar mientras miraba entrar y salir a la gente del cuarto oscuro. Parecía abstraído y preocupado. Durante la última semana había evaluado obsesivamente los pros y los contras de los candidatos con los que simpatizaba. “Con este no sé, con este sí, con este no, con esta boleta me quedo yo”. Sonrió por la infantil ocurrencia. “De política no entiendo nada, -pensó- yo siempre laburé para hacerme un futuro y la guita nunca me alcanza. Tenemos un país lleno de riquezas y siempre estamos con los mismos problemas”. La frase trillada de tanto escucharla ya era parte del folklore cotidiano del ser nacional. De pronto la señora de cabello blanco, muy atildada y extrovertida lo sacó de su ensimismamiento: “Vea, si los dirigentes no se unen, como hicieron hace años en España, nunca vamos a progresar”. “Mire doña -intervino atrevido el flaco- por lo que leo y veo, allá ahora tampoco están muy unidos que digamos.”

Recordó entonces que el día anterior había estado en el bar del barrio, que solía frecuentar y justo hablaban de lo mismo. Las charlas del café con los amigos eran propicias para arreglar al país, y a veces incluso el mundo como se suele hacer cada vez que aparece el tema del fútbol. El entretenimiento era aventurar encuestas y ensayar una tipología borgeana de los sufragantes con arreglo a su convicción anticipada: voto fijo, voto cantado, voto dudoso, voto desganado, voto entusiasta, voto contrariado, voto obligatorio, voto convencido, voto fanático, voto interesado, voto ciudadano. No faltaban los chistes de ocasión. “Hay que hacer un curso para votar: tenés voto válido, voto nulo, voto recurrido, voto observado, voto en blanco, boleta entera, boleta cortada, no hay boletas o las boletas están mezcladas”,

El petiso Rolo era muy ocurrente: “Una vez formé parte de una mesa, -les contaba a los muchachos mientras llegaban los cortados- era un grupo muy divertido, todos, fiscales y titulares la pasamos macanudo entre chistes, mates, facturas y cargadas, mientras la gente iba votando. Desde la mesa de al lado nos miraban con recelo y de pronto nos dicen: ¡Muchachos, córtenla que esto es serio!” “Como si la seriedad y el buen humor fueran cosas contradictorias -pensé-, es que se confunde seriedad con circunspección, me había dicho el petiso.” El señor del jogging lo sacó de sus recuerdos: “Yo siempre vengo a esta hora porque hay poca gente”, le dijo. El asentía resignado con la cabeza. Siempre le tocaba la misma escuela y el mismo número de mesa y también las mismas conversaciones. Esta vuelta era fácil saber dónde votabas, porque lo preguntabas por celular. “Hoy todo se hace con el teléfono, -dijo el flaco-, mandas un mensaje de texto y enseguida te enteras dónde votas o lo buscas directamente por internet. “Sí, mi hija me enseñó y aunque no lo crea -intervino la señora- funciona como en el Primer Mundo…” Todos la miraban “Tampoco la pavada”, pensó casi moviendo los labios. Igual, en las mesas de la calle la gente se reunía a preguntar los padrones. El hombre de la panza prominente cambió de tema: “Yo traje la boleta en el bolsillo para no confundirme, porque con la cantidad de agrupaciones que hay nunca encuentro la que busco.”

“Una pregunta…-disparó por sorpresa el flaco- ¿se puede entrar al cuarto oscuro con un chico?, porque mi hijo quería venir y al final se quedó con mi suegra.” Todos parecían querer responder… “Creo que no, -dijo el señor del jogging-, pero a mí me parece bien que los dejen entrar, para que vayan aprendiendo”. El trío locuaz se acercaba a la mesa, seguidos por la señora atildada. “Votar no tiene que ser un deber obligatorio, sino un derecho libre”, entonces dijo el flaco convencido en voz alta. Un fiscal que escribía empeñoso en una planilla levantó la vista esbozando una sonrisa que pareció más irónica que cómplice. “¡Que calor hace acá! Bueno por suerte porque afuera el frío no perdona.” El flaco agitaba el DNI usándolo como abanico y enseguida agregó “Ese que entró, hace como diez minutos que está y todavía no sale…para mí que no se decide y se sentó a llorar”. Todos rieron. “¡Ché, golpeale la puerta, a ver si se murió!” Todos volvieron a reír y esta vez los acompañó con ganas.

Ahora, finalmente era su turno: le estiró la libreta al vocal de mesa y recibió a cambio el sobre sellado. Esperó la salida del votante anterior, -que al salir no entendía porque todos lo miraban sonrientes- y entró con paso decidido al aula. Afuera quedó la fila impaciente. De pronto una extraña y agradable emoción de poder lo invadió. Solo y satisfecho percibió la vivencia sublime, la libertad interior que da sentirse un ciudadano libre y fiel a su consciencia. Esa noche, frente al televisor mirando el especial que daba los primeros resultados de la compulsa, mirando a su mujer exclamó animado. ¡Ese voto es mío!


El texto original de este relato de ficción fue escrito hace 16 años y publicado en el Suplemento Cultural de aquella época en este mismo diario. Manteniendo su formato de literario coloquial continuo, solo se ha cambiado algunas referencias de nombres propios o episodios para adecuarlo al momento actual.