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Arte y Espectáculos 10 de febrero de 2023

“Está cada vez más difícil la temporada para plantear obras con un poco de profundidad”

Una charla a fondo con el actor Jorge Suárez, quien compone a un finlandés racional e incorruptible en la comedia “Laponia”. Siempre reflexivo, se detiene a pensar en el rol del teatro, en el apoyo del Estado a la cultura, en el stand up “vacío” y en la magia siempre vigente del escenario. “Noto que hay un público para algún tipo de espectáculo extremadamente superficial, me preocupa”, desliza.

Jorge Suárez, en una escena de "Laponia".

 

Recto, racional e incorruptible, Olavi representa al estereotipo del ciudadano de Europa del Norte, el perfecto finlandés: amable y justo, incapaz de mentir, ni siquiera si esa mentira ayuda a mantener la ilusión infantil. Este es el personaje que luce Jorge Suárez cada noche en la comedia “Laponia” (Teatro Bristol). Una actuación exquisita, revestida de un acento finés que le imprime a Olavi algo de comicidad, algo de inocencia y que le valió recientemente una distinción en los premios Estrella de Mar: se adueñó del rubro mejor actor de comedia dramática del verano marplatense.


 

En una escena de la obra "Laponia" que sube a escena en el Teatro Bristol.

En una escena de la obra “Laponia” que sube a escena en el Teatro Bristol.


 

En la ficción de “Laponia”, obra que dirige Nelson Valente y en la que también actúan Héctor Díaz, Laura Oliva y Paula Ransenberg, Olavi está en pareja con una argentina, cuya hermana, compañero e hijo se hospedan en su casa, ubicada en Laponia, región de Finlandia en la que se observan con belleza las auroras boreales.

La pareja argentina quiere enseñarle a su hijo cuál es la zona del mundo en la que nació Papá Noel. La hija de Olavi se encargará rápidamente de quebrarle el mito a su primo: nada de Papá Noel. Y las discusiones arrancan en el seno de la familia. Y emergen, también, dos maneras de entender el mundo.

 


“Finalmente somos todos carentes, somos todos humanos y estamos todos necesitados de amor”


 

“Lo tomé como un gran juego -arranca el actor sobre el acento que le da a su parlamento, en una entrevista con LA CAPITAL-. Empecé a pensar que era un chico que se divertía hablando de otra manera. Empecé a estudiar finés pero es realmente un idioma complejo, si tenía que estudiar fines a fondo no iba a poder estrenar a tiempo, entonces empecé a jugar con la manera de hablar y lo tomé como un chiste”.

-Por esta dificultad con el lenguaje, ¿le cuesta meterse en el personaje de Olavi?

-Me costó saber hasta qué punto defender la posición nórdica y hasta qué punto nos convenía, como obra, mostrar la manera en que empieza a ganar lo latino. Olavi queda expuesto, me interesaba que Olavi quedara expuesto. Las dos partes quedan muy expuestas y eso está bueno, porque finalmente las dos partes también confiesan creer. Olavi señala que mantiene una conexión con sus papás, que se murieron cuando él era muy chiquito. La aurora boreal lo conduce siempre a ese lugar y él recuerda que los padres le decían “que descanses” a la noche antes de dormir. Le decían “que descanses, pequeño Olavi”. Finalmente, somos todos carentes, somos todos humanos y estamos todos necesitados de amor.

-Vista desde la perspectiva argentina, la cultura nórdica tiene una impronta de mucha excelencia, de ética incorruptible. Y eso se ve en Olavi.

-Yo viví en Suecia y en Finlandia, mientras hacía la obra “El acompañamiento” de Gorostiza, por dos meses. Suecia es como entrar a un sanatorio privado, las máquinas andan perfectas y son ordenados, pero tienen una incapacidad muy grande para resolver problemas muy sencillos, por ejemplo, hay muchos suicidios. En la obra se habla de eso y mi personaje trata de no escucharlo. Tienen muchos problemas con resolver cosas, que uno llama sencillas en este sentido: no tienen el valor de la vida. Una pelea de jóvenes adolescentes, una pelea de amor, eso no se tolera, es insoportable, no lo pueden resolver de ninguna manera. No tienen acceso a terapias psicoanalíticas y no tienen una gran conversación consigo mismos. Son como son y se desviven por un amor y la realidad es que se desviven: se tiran abajo de un tren. Además, tienen un sentido de la honestidad muy alto, muy grande, no soportan la mentira y el engaño, la corrupción está en los grandes niveles de poder, el pueblo finlandés o sueco no es corrupto, en lo cotidiano.

 


“Hasta qué punto mentir por una ilusión o hasta qué punto decir la verdad”

 


 

-Su personaje representa esa imposibilidad de cambiar en el pensamiento, se le vienen abajo todos los argumentos, pero es tozudo.

-Sinceramente, no entienden esto de lo latino, a pesar de que Laponia es el lugar en el que nació el cuento de Papá Noel, donde se inventó toda esta milonga, no es en lo que ellos creen, eso es algo internacional. Entiende que los que mienten son los latinos. (En la obra) cuando mi hija le dice eso que le dice a mi sobrino entiende que le dijo la verdad. Y ahí está la traba: hasta qué punto mentir por una ilusión o hasta qué punto decir la verdad. A mí me parece que nosotros, los latinos, enseñamos la ilusión a nuestros hijos, a nuestros nietos y me parece que tiene un lindo sentido, el sentido de algo más, no es solo la realidad. A veces nos sorprende la obra porque la estamos haciendo y pareciera que no hay una reacción (del público), no hay un ida y vuelta, pero después la obra siempre nos gana a nosotros, claro. Nosotros seguimos haciéndola y no me preguntés cuándo ni en qué momento pero el espectador cae rendido frente a lo que está pasando y no sabés qué le pasó. El público aplaude de pie, no es un chiste eso, es algo que quiere decir que la obra tocó algún lugar que no terminamos de saber cuál es.

-Y posiblemente nunca sepan qué le pasó al espectador.

-Pero pasó algo muy hermoso, claro, la ceremonia pasó. Pasó lo sagrado.

-¿Pasó la comunicación?

-Sí, algo que pasa en el teatro que es eso tan especial que me hizo algún día, alguna vez, hace 43 años empezar a pensar en la posibilidad de ser actor. Suceden cosas arriba del escenario que tienen algo que ver con lo que plantea la obra, algo mágico, con algo que tiene que ver con el poder volar, con el poder estar sobre el nivel del piso, flotando, como una sensación muy grata, muy hermosa.

 


“El stand up está ganando un espacio que tiene que ver con lo vacío, que tiene que ver con simplemente una observación que puede ser muy graciosa, muy simpática pero que no deja mucho mensaje, no nos interpela”

 


-¿Son difíciles las temporadas de teatro en Mar del Plata? ¿Cómo las vive?

-Son difíciles las temporadas. En general están planteadas como para dos éxitos muy grandes, en diferentes estilos y punto. Los demás estamos un poco remando con mucha fuerza, con mucha garra. Nosotros la verdad que la estamos pasando muy bien, pero yo me doy cuenta de que el teatro está empezando a ser ganado por algo que no tiene que ver con el teatro, tiene que ver con espectáculos que no son teatrales. El teatro es algo más sagrado, intenta decir algo para que cuando vos te vayas del teatro, en la pizzería de la vuelta, te quedes reflexionando sobre la obra. Yo tengo la sensación de que está cada vez más difícil la temporada para plantear obras con un poco de profundidad. Pero bueno, es una sensación. Noto que hay un público para algún tipo de espectáculo extremadamente superficial, muy vacío, me preocupa, pero no por la persona que lo hace, porque eso es lo menos importante, sino por el gusto de la gente, por lo que está pasando con la juventud, por lo que está pasando con el público medio, que no sé cómo es que llegan a esos lugares. Bueno, son gustos. Por eso, la temporada nunca fue fácil, no es que ahora es difícil, las temporadas nunca fueron fáciles. Yo tuve la fortuna de venir con “El método Grönholm” dos años seguidos y hace muchos años vine con Charo López y Sacristán a hacer “Un día muy particular”. Yo hacía del hijo mayor de Charo, cinco minutos al principio, cinco al final, era un muchachito. Pero estaba lleno el teatro todas las noches, con un drama, sí con un gran drama y a la vez en la otra cuadra estaba Olmedo haciendo una comedia y era lleno también. Tengo la sensación de que el stand up está como ganando un espacio que tiene que ver con lo vacío, que tiene que ver con simplemente una observación que puede ser muy graciosa, muy simpática pero que no deja mucho mensaje, no nos interpela.

 


 

jORGE PREN

“La cultura tiene que estar apoyada por el Estado”, opina.


 

-¿No será que el stand up es la puerta de entrada al teatro para toda una generación, para chicos y chicas y que después van a mutar a hacer estas obras que tienen un poco más de contenido? ¿No será necesario el stand up para foguearse?

-Lo dudo mucho. Los actores tienen formación, los actores se forman haciendo teatro, en escuelas importantes, se forman haciendo off, haciendo teatro independiente, hay grandes estandaperos, aclaremos, extraordinarios, no solamente acá sino en el mundo, es un estilo que existe hace mil años. Yo no hablo de ellos, de hecho el viejo contador de chistes no dejaba de ser un estandapero.

-Es el viejo café concert…

-Eso es algo que respeto y me encanta. Yo digo cuando se sube a hacer algo vulgar, ordinario. Ojalá que sea lo que vos decís, que sean lugares para aprender. Hay cambios en la sociedad, hay cambios en el mundo, hay que modificar muchas cosas, pero bueno, yo como Olavi siento lo mío.

-Cambió el modo en que consumimos cultura, la televisión abierta ya casi nadie la mira, por ejemplo.

-No se ve. Hemos perdido espacio los actores, las cosas van mutando. Pero a su vez estamos trabajando en las plataformas.

-El teatro está en crisis, pero a su vez siempre sigue, ni una pandemia pudo con él. ¿No está esperanzado?

-Claro, yo estaba haciendo teatro en enero de 2021, con barbijo y aforo al 30 por ciento. La gente necesita del teatro. En los Estrella de Mar vi la cantidad de actrices y actores de Mar del Plata, todos rompiéndose el alma, diciendo “con lo difícil que es, con lo que nos cuesta”. El que no sabe puede pensar “si te resulta tan difícil, no lo hagas”. Justamente es muy difícil, hay que ponerle tiempo y garra a algo que no te va a dar económicamente nada, más que transitar lo sagrado, lo que moviliza, lo que te convierte en otro. El teatro es un juego, una convención extraordinaria. Cuando hice “Manzi, la vida en orsai”, en un momento mi personaje tiene una conversación con un político. Yo le decía que la cultura es política, la cultura popular tienen que ser una política de Estado. Hay algo de política de Estado en lo cultural, porque si no, no se podrían sostener las muestras en los museos, los artistas que exponen y no saben ni siquiera si van a ganar un peso. La gente que hacemos teatro, a veces con el apoyo de premios municipales, de premios nacionales para los escritores. La cultura tiene que estar apoyada por el Estado, es muy importante y hay mucha gente que no lo entiende. Veo que acá en el Auditorium se ven muchas obras con el apoyo del Estado y con las entradas baratas. Es para felicitar, si no, cómo haría la gente para ver “Tarascones”, por ejemplo.