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Opinión 13 de enero de 2023

Estamos de vacaciones: reflexiones sobre la “psicología del turista”

Por Alberto Farias Gramegna

ace ya muchos años, en el suplemento de Cultura de este mismo diario, en mi “Diccionario de la vida cotidiana”, en el artículo “Turistas” citaba un párrafo del libro “La mente del viajero” de Alexandre García-Mas: “(…) La a-turistización implica la adaptación del viajero a los cambios que se necesitan para comportarse -es decir adoptar el papel- como un turista en el lugar de destino. De una forma más literaria estaríamos hablando de la adopción de la máscara de turista, entendida cono la superposición del nuevo papel sobre el papel habitual en el lugar de origen”. La idea de “papel” en sentido de guion teatral, me remite a uno de mis conceptos más operativos al momento de comprender el comportamiento humano: el de “personaje de rol”.

La actual temporada estival en Argentina -en sus diferentes nodos turísticos tradicionales y especialmente en la costa atlántica- parece mostrar un enorme éxito en la afluencia masiva de viajeros. De hecho, los referentes empresariales del sector han mostrado satisfacción por la movida.

A pesar de la nada favorable situación económica para la población en general, en mi opinión la postpandemia con su secuela de agobio y desesperanza, sumada a la incertidumbre del largo plazo y a la imposibilidad del ahorro por la alta inflación creciente del costo de vida, han sido los factores reactivos coadyuvantes para este notable movimiento del turismo.

Ahora bien, al mismo tiempo hablar de “vacaciones turísticas” con su connotación de descanso, diversión y placer, sin duda se hace lejano para muchas personas en estos días de crisis, malestar social y pobreza extendida a amplios sectores de la comunidad. Está claro que, para una importante porción de la torta poblacional, vacacionar ya no es tan fácil o simplemente imposible, y aún para el que conserva su trabajo en relación de dependencia o el independiente que redobla su iniciativa comercial, en muchos casos solo con esmerada prolijidad pecuniaria y austeridad extrema se logra juntar unos devaluados pesos para dedicarlos a ese esperado, necesario y saludable interregno laboral. Pero dicho todo esto, vamos a analizar ahora algunas características psicosociales de ese período tan idealizado y esperado por todos.

Vacación y turismo: una pareja de la modernidad

La vacación no necesariamente implica turismo, aunque por lo general se lo relaciona. La palabra “vacación” alude a tomar “vacancia” de las tareas rutinarias y metódicas vinculadas con la necesidad, el estudio y el compromiso con un rol productivo fijo. Las vacaciones vinculadas al turismo es una pareja indisociable de la modernidad.

El turismo, tal como lo conocemos es un invento de la sociedad industrial, particularmente occidental, a partir de finales del siglo XIX. Volviendo a las vacaciones diremos que son una ruptura con las secuencias de comportamientos conocidos en los que nos refugiamos, regulando así la cuota de ansiedad frente a lo nuevo, como inevitable resultado de adaptación social.

Se supone que cada uno de nosotros buscará en sus vacaciones el encuentro con momentos de disfrute a través del contacto con nuevos ambientes naturales o el esparcimiento y la distensión en el juego, el descanso y el placer de pasear o conocer lugares y personas, o tal véz, practicar el deporte favorito, la lectura o realizar tareas hogareñas postergadas, para los que se quedan en la casa. Pero no se puede ignorar que, en sentido estricto, para la mayoría de los mortales, las vacaciones cobran una dimensión totalizante y genuina cuando se acompaña con el turismo. Viajar e instalarse en otros lugares, sin obligaciones laborales y con planes de excursión, descanso o conocimiento libre, va acompañado de fantasías de ponerse a salvo de las tensiones más crueles de la vida cotidiana.

El cambio de contexto

“En vacaciones turísticas soy omnipotente y todo es posible”, parece que nos dijéramos al oído cuando subimos al vehículo que nos habrá de llevar a la meta dorada. Para los jóvenes y adolescentes, vacacionar como turista es exigirse a pleno, probarse en el desafío de la conquista amorosa que les mostrará las delicias de los amores de verano, habitar el ruido de los boliches y seguirla hasta la madrugada en algún fogón improvisado junto al mar o en el café de moda. También es el reencuentro con los amigos del año anterior y la ilusión de tragarse el mundo en pocos días, a mil por hora.

Hoy es cada vez más frecuente que jóvenes, recién llegados a la adolescencia salgan solos o en grupo de vacaciones, con la mochila al hombro y una carpa o a la búsqueda de un alojamiento económico, llenos de ansiedad por la aventura que inician lejos del hogar y que es sin dudas una forma de probarse en sus autonomías y capacidades de decidir; un desafío que exigirá autorregulación y prudencia para resultar una experiencia exitosa que ayude al crecimiento.

Pero vacaciones y turismo, al ser ruptura de lo cotidiano y cambio de roles, es también aparición de nuevas tensiones derivadas de la pérdida de las defensas habituales que utilizamos para comunicarnos y sostener formas de relación a las que nos hemos acostumbrado dentro y fuera de nuestros grupos familiares. Es también el surgimiento de momentos de confusión y desorientación o de sensaciones temidas por desconocidas o por expresar partes negadas de nuestra personalidad.

La ruptura de la cotidianeidad

La ruptura de lo cotidiano, del marco que nos hemos construido con nuestras rutinas y compromisos, genera en un principio, cierta desazón o ansiedad, con motivo del cambio de secuencias de comportamiento articuladas mecánicamente: hora de levantarse, desayuno familiar, salida al trabajo, al estudio, tareas programadas, vuelta a casa, ver el programa favorito, etc.

Es cierto que hoy por hoy, las actuales circunstancias psicosociales con su carga de preocupación económica y crisis profunda de las ideas, las creencias y las instituciones, constituye de por sí –y a diferencia de épocas más estables- un nicho de factores estresantes que hacen de lo cotidiano una secuencia de incertidumbres que terminan debilitando la fortaleza emocional y la continuidad de la propia identidad.

No obstante, las vacaciones -ya que presuponen un alto en la rutina laboral- son, para quien pueda tomarlas, una
discontinuidad de lo previsible y recurrente.

La primera necesidad que aparece cuando empiezan las vacaciones es paradojalmente “buscar qué hacer”, y cómo hacerlo, programar una “rutina del ocio”. El no hacer nada, el vagar sin reloj al encuentro de lo nuevo o interesante, no resulta fácil para todo el mundo. Esta tendencia a rutinizar las vacaciones, -a más de ser estimulada necesariamente por la industria de la diversión- obedece primordialmente al temor de experimentar un “vacío de acción” propio de una cultura que promociona exageradamente el actuar como valor “per se” en desmedro de la contemplación o el pensamiento como antesala y guía del acto físico. Sin embargo, una excesiva rigidez en la planificación de las vacaciones podría desembocar en una sensación paradójica de aburrimiento.

El “ser” del turista en vacaciones

Para el turista, el cambio de ambiente con sus estímulos quizá vertiginosos y la circunstancia de no ser conocidos en el lugar turístico aumenta nuestra sensación de libertad interior y hasta la idea de ser inmunes al dolor o la desgracia. Hay de hecho un cambio de la “identidad de rol”: de vecino a turista.

Así el “ser del turista” modifica en parte la percepción del entorno objetivo. A veces, el control se pierde poco a poco y se cae en la desmesura, el exceso peligroso o la franca irresponsabilidad. Así, se bebe hasta la náusea, se come hasta sentirse reventar, muchas veces casi no se duerme, se corre a velocidades mortales o se intentan actividades para las que no se está entrenado debidamente o sin tomar los recaudos de seguridad que impidan la mutación de una diversión en una tragedia: de año en año las rutas turísticas son fuentes de accidentes motivados por la imprudencia derivada de la sensación de ser omnipotentes.

Esta ruptura de lo cotidiano que producen las vacaciones unido al sentimiento de libertad puede desembocar en algunos casos en una permisividad para infligir normas morales o jurídicas.

Sin embargo, por suerte la mayoría de los visitantes logran equilibrar sensata y adecuadamente los cambios de rutinas con la prudencia y el limite racional que nos preserve de lo desagradable.

Se trata entonces de disfrutar permitiéndose un desenchufe de las tensiones cotidianas, pero sin perder de vista que seguimos siendo vulnerables, aunque a veces lo olvidemos solo porque -y más allá de la crisis social y económica- estamos de vacaciones.

(*): [email protected] | http://afcrrhh.blogspot.com.es/