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Federer, 40 años de excelencia

Por Santiago Aparicio

Lleva algún tiempo Roger Federer con la duda instalada en su día a día; con la idea de prolongar su carrera y de seguir en la lucha o, por el contrario, fijar ya una fecha de caducidad para una de los recorridos más brillantes y más respetados de la historia del deporte. Un vaivén emocional que cobra fuerza este 8 de agosto, cuando el suizo alcanza ya la cuarentena.

No quiere el helvético de Basilea, que no hace mucho acaparaba registros, hitos, éxitos y récords sobre la pista centrar ya sus méritos en cuestiones relacionadas con su edad. Hace un mes, por ejemplo, Federer se convirtió en el jugador más longevo en alcanzar los cuartos de final de Wimbledon. Superó al australiano Ken Rosewall. El suizo se situó entre los ocho mejores del All England Club con 39 años y diez meses. El oceánico lo consiguió en 1974 con dos meses menos.

No consiguió el título, cayó en el antepenúltimo tramo frente el polaco Hubert Hurkacz, salió ovacionado de la pista central, con el público de Londres en pie. Pero más por lo que fue, por el brillo que desplegó tiempo atrás sobre la hierba que por su juego, por su nivel o por el éxito. Es querido por lo que dejó, por el recuerdo. Y siempre lo será.

No es eso lo que desea ya Federer, aún en el presente, en la enconada carrera por ser el mejor de siempre, en plena puja con Rafael Nadal y Novak Djokovic por dominar la leyenda. Roger Federer aún se aferra en la lucha contra el tiempo, en dejar el devenir en manos de su incalculable talento. El ‘Big Three’ , el trío dominador. El suizo es uno de ellos aunque el calendario está en su contra respecto al español y, especialmente, en relación al serbio, con más futuro por delante para elevar la cantidad de Grand Slams entre sus méritos.

El primero en la cima

Nadie nunca llegó más alto. El suizo llegó primero a la veintena. Una cifra sin precedentes que se hizo accesible para el balear después y recientemente también para el balcánico, el que más proyección ahora contempla.

“No pensaba que mi objetivo sería jugar hasta los 39 o 40 o más. Más bien pensaba en 35. Borg se retiró pronto, Agassi jugó un poco más, también Edberg. Siento que todavía me gusta mucho, que disfruto el tenis y voy a ver los resultados”, había apuntado Federer que no hace planes a largo plazo.

Planifica con su equipo pero sobre todo con su mujer Mirka Vavrinec y sus hijos Myla Rose y Charlene Riva de doce años y Leo y Lenny, de siete, un devenir que a corto plazo parece pasar por el Masters 1000 de Canadá, en Toronto, y por el Abierto de Estados Unidos, el último Grand Slam de cada año.

Mientras decaen las hojas del calendario aspira el suizo en seguir en la lucha por el mejor de la historia que incuestionablemente fue durante un tiempo. Cuando fue intratable y no tenía rival. Cuando acumulaba un trofeo tras otro y se agolpaban sus días como número uno del mundo.

Asentado en la cima del circuito profesional durante 310 semanas, con el récord de 237 de forma consecutiva, asume el reto de lograr a su edad, unos éxitos inaccesibles para el resto. Entre ceja y ceja contempla Federer la posibilidad de hacer suyo otro Grand Slam. Nadie lo hizo tan ‘viejo’. El suizo ganó Wimbledon hace cuatro temporadas. Con 35 años y once meses.

Solo Rosewall obtuvo un ‘major’ con más. En 1974 triunfó con 37 y dos meses. También en el All England Club donde estuvo a punto de volver a ganar, tres cursos después, cuando alcanzó la final al filo de la cuarentena. El estadounidense Jimmy Connors se plantó en una semifinal del Abierto de Estados Unidos con 39. Era 1991. Referencias a tener en cuenta. Nada es imposible.

La lesión de rodilla

La lesión de menisco en la rodilla derecha es lo que lleva a maltraer al tenista de Basilea en los últimos tiempos. Sin apenas dolencias a lo largo de su carrera, a excepción de las que generó su espalda en el 2013, en pleno auge, lastra dolencias en su pierna en los meses recientes. De hecho, Federer reconoció que la evolución de la rodilla se había estancado y que no iría a los Juegos Olímpicos de Tokio que están a punto de finalizar. Y eso que el oro olímpico es lo único que no ha ganado Roger, que fue campeón en dobles en Pekín 2008 y plata individual en Londres 2012.

Aquella final en el All England Club el 14 de julio del 2019 que perdió contra Djokovic fue, probablemente, la última gran actuación del tenista suizo. Dos años han pasado de la final de un Grand Slam más larga de la historia, con casi cinco horas de juego. Federer, con 37 años entonces, estuvo dos veces a un punto de ganar su noveno Wimbledon y su vigésimo primer grande. Nunca después estuvo tan cerca.

“Intentaré olvidar esta final aunque fue un gran partido”, asumió el suizo que entonces aventajaba en dos grandes a Nadal y en cuatro al serbio. Dos temporadas después, el equilibrio es máximo.

Fue su último gran momento. Después se estancó. Irrumpió en el 2020 cargado de expectativas, con semifinales en el Abierto de Australia y a continuación comenzó su calvario. Su último partido oficial antes de afrontar la realidad de su rodilla. Pasó por el quirófano en febrero y poco después en junio.

La actualidad arrinconó al suizo. El circuito se acostumbró a transitar sin la presencia del helvético hasta no hacía mucho el gran reclamo de la competición, el gran aliciente de cada torneo.

Federer, encumbrado por su interminable talento, admirado por una clase sinigual y una presencia incomparable sobre la cancha, siempre puso en entredicho la necesidad de recurrir al empuje, al vigor. Parecía no hacer falta que Roger tirara de fuerza, de energía. Su tenis iba más allá. Su presencia despedía un toque de distinción en cada partido. Cada golpe. La derecha, el revés, el saque. Finura, elegancia, presencia, estilo.

Vuelta a la circulación

El jugador de Basilea regresó más de cuatrocientos días después. Tardó un año y medio en saltar a la pista después de la última vez. Regresó en Doha este 2021 pero perdió contra el georgiano Nikoloz Basilashvili y regresó después en el torneo de Ginebra, que afrontó como prueba antes de Roland Garros.

En París destacó y abandonó. Renunció a seguir en la segunda semana, en octavos de final, sabedor de que su recorrido sobre la tierra parisina carecía de cierto sentido. Miró más allá, hacia Wimbledon, donde se encuentra mejor, su rendimiento mejora y el desgaste es menor. Llegó a Halle como puesta en escena en hierba pero perdió contra el canadiense Felix Auger Aliassime.

Llegó a Wimbledon y progresó. Firmó momentos grandes de antaño que alternó con otros peores, más próximos al declive que al esplendor. Y cayó de mala manera en cuartos, su tope, con el polaco Hubert Hurkacz. Salió dolido por la forma, malparado, cargado de dudas.

Entonces anunció que debería reflexionar sobre el futuro con todo su equipo aunque después aclaró que ya había comenzado la rehabilitación de su rodilla para volver a jugar después de verano. El tenis le espera.

Federer echa la vista atrás ahora que cumple cuarenta, más de veintitrés como profesional. El suizo que tiempo atrás marcó el rumbo del circuito, que estableció una era en el deporte, se resiste a un adiós precipitado por la lesión, a una despedida silenciosa y por la puerta de atrás.

Aspira el suizo a un punto final a la altura de su historia. Digna y comparable al menos a una inigualable hoja de servicios, con seis Abiertos de Australia, un Roland Garros, ocho Wimbledon y cinco Abiertos de Estados Unidos. Veinte trofeos de Grand Slam que sobresalen de un historial con otros 103 títulos individuales, seis de ellos de las Copas de Maestros, una Copa Davis con Suiza.

Admirado por su elegancia, por su distinción, empieza a asumir su último tramo. Con cuarenta a sus espaldas asume la cuenta atrás sobre la pista. La recta final que él mismo optará por desvelar cuando el tenis le dé la espalda.

EFE,

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