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Opinión 6 de noviembre de 2019

Final para el hombre que nunca supo entender

Intendente Carlos Arroyo.

Por Adrián Freijo 

Termina un tiempo en el que el decoro hizo mutis por el foro para dejar en escena un espectáculo que es la apoteosis de la desvergüenza.

Muchas veces hemos reflexionado acerca de las formas de la democracia y en cada ocasión insistimos en la necesidad de comprender que las mismas son parte indivisible de esa decisión comunitaria que el hombre adoptó tras la Revolución Francesa y que no ha encontrado hasta el momento un sustituto superador.

Las formas suponen maneras y convenciones que sostienen en los hechos aquellos principios fundamentales de respeto al otro, reconocimiento de sus derechos y aceptación de los los límites propios y ajenos. No en vano las dictaduras las han despreciado y hasta elegido su contracara de violencia y destrato como vía útil a la decisión de sojuzgar por el miedo y vencer el ansia de libertad de los ciudadanos. Aunque nunca hayan podido mantenerse en el tiempo más allá de algunas décadas oscuras que bien recuerda la humanidad.

Lo que nunca pudo evitarse es que personajes con tales características autoritarias se colaran entre el tejido siempre grueso y tolerante de la democracia y en su nombre hayan avanzado en aventuras a veces sangrientas y otras tantas cercanas al ridículo y la caricatura política.

Mar del Plata comienza a dejar atrás a uno de estos personajes y a un tiempo plagado de groserías, desvaríos, desprecio por las formas republicanas y un desprecio constante de los parámetros de convivencia que la democracia impone a gobernantes y gobernados.

En su retirada Carlos Fernando Arroyo, ese personaje menor al que la historia lugareña recordará con una mezcla de rechazo y sorna, se empeña en mostrar su peor cara como si intentara no dejar duda de su rechazo a la vida democrática, a sus semejantes y hasta al sentido político.

El tiempo que viene servirá para que todos nos contestemos una pregunta que puede tener la respuesta fundacional para que nadie vuelva a dudar acerca de cómo deben ser las cosas en adelante: ¿alcanza con el castigo que supone el olvido o es menester avanzar por el camino de la justicia para hacer pagar al personaje un precio suficiente para enmendar sus mentiras, su nepotismo, su costumbre de arrasar con normas jurídicas y derechos adquiridos y el dispendio de los dineros públicos tras las maniobras de ocultamiento de las subejecuciones presupuestarias, los números amañados y el oscurantismo informativo, pagado siempre con dineros públicos?

La actitud irresponsable y malévola con la que Arroyo encara la transición, intentando retacear a su sucesor la información básica para comenzar la gestión y minando el campo con decisiones explosivas que le compliquen aún más el panorama, es mucho más que el capricho de un hombre diminuto que creyó que el poder conferido por el pueblo lo habilitaba para llevar adelante estériles batallas personales, de cuyo costo mucho escucharemos en el futuro cercano, o interrumpir políticas de estado diagramadas en beneficio de los más necesitados concentrándose en acomodar a parientes y amigos en cargos funcionales de elevado salario que ahora intenta convertir en vitalicios violando el Pacto Fiscal que él mismo firmó con el gobierno provincial.

Arroyo pretende retirarse a vivir la ficción del buen administrador, el hombre honesto y el gobernante cuidadoso de la cosa pública. Aunque en realidad deje tras de si un municipio quebrado, una ciudad abandonada y una estela de mentiras, abusos y aprovechamientos.

La comunidad de Mar del Plata y Batán acaba de coronarlo como el intendente con más rechazo popular en toda la historia de General Pueyrredon.

Y lo hizo a través del voto, esa forma de expresión que los ciudadanos tenemos para honrar el fondo de la doctrina democrática. Y que convierte a su transición en un camino hacia los peores recuerdos de nuestra historia.

Difícilmente lo haya entendido; para quien desprecia la democracia y subestima al semejante solo la violencia, física o moral, es argumento de convicción.

Ojalá hayamos aprendido la lección que nos deja este envanecido docente…



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