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La Ciudad 10 de abril de 2017

Gran congregación de fieles en el Domingo de Ramos

Dando inicio a la Semana Santa, el obispo de Mar del Plata, Antonio Marino, celebró la Santa Misa del Domingo de Ramos que, a diferencia de años anteriores, debió realizarse en el interior de la Catedral por las condiciones climáticas.

Desde las primeras horas del domingo, más de una decena de personas se dispusieron en la inmediaciones de la Catedral de los santos Pedro y Cecilia para abastecer a los fieles de los tradicionales ramitos de olivo.

Cerca de las 10, una hora antes de comenzada la bendición y la Santa Misa, la iglesia se encontraba casi repleta, mientras que minutos antes de comenzar la celebración, los asistentes ya se ubicaban en los pasillos laterales y en los pocos rincones que se encontraban libres.

Un grupo de jóvenes, identificados con pecheras color celeste, fueron los responsables tanto de organizar a los fieles, como de acercarle facturas y un vaso de café caliente a todos aquellos que ofrecían “a voluntad” los ramos de olivo.

Fe y compromiso

“Con la bendición y procesión de los ramos, hemos dado inicio a la Semana Santa, en la cual concentramos nuestra mirada en los misterios de nuestra salvación. Entramos en un tiempo santo por excelencia”, inició el obispo de Mar del Plata, Antonio Marino, en la homilía del Domingo de Ramos en la que primó la importancia de acentuar la fe y el compromiso entre los fieles.

A diferencia de años anteriores, el mal clima obligó a que la celebración se realice dentro de la iglesia, pero el obispo pronunció sus primeras palabras en las escalinatas de la basílica para que todos aquellos que no habían podido ingresar pudieran recibir la bendición.

“Hemos evocado, en primer lugar, el ingreso de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén. Antes de entrar, Jesús se detuvo en el monte de los Olivos, donde montó en una asna que pidió prestada. Entonces, dice el evangelista, “la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas”, explicó, conmemorando así la entrada de Jesús a Jerusalén.

“Jesús no entra como el resto de los peregrinos, de a pie, sino montado como el rey mesiánico de la profecía. Pero al mismo tiempo, se trata de un rey humilde, cuya montura son los simples mantos de los discípulos. En Jesús se unen la majestad de quien es Señor y la humildad del Servidor”, siguió.

Y tras proceder a la bendición de los ramos, proclamó: “Los ramos benditos que llevamos deben servirnos de recordatorio y estímulo. Son un recuerdo que nos invita a seguir a Jesús en medio de la vida de cada día, con sus oscuridades y pruebas, con sus gozos y esperanzas”.

El triunfo y la pasión

Destacó así el “doble carácter” de la Misa representado en “el triunfo y la pasión” inspirado en “el ingreso triunfal de un Mesías que, sin embargo, poco después, será resistido y odiado, maltratado, muerto y sepultado”.

Aseguró que “aclamar a Jesús como Rey Mesías Salvador significa entender que debemos ir por su mismo camino: por la cruz a la gloria, por el camino estrecho a la vida en plenitud, por la puerta angosta al gozo inimaginable de la resurrección”.

Y agregó: “La vida cristiana no da primacía al sufrimiento sino al amor. Ante los males que Dios permite en nuestra vida y en la del prójimo, respondemos con nuestra apertura a la voluntad divina, procurando el alivio y el remedio hasta la frontera de lo posible. Pero si nuestro sufrimiento es inevitable y se une al de Cristo, se vuelve fecundo como el grano de trigo que cae en tierra para multiplicarse”.

Instó a vivir estos días “con la mejor disposición espiritual”, intensificando las oraciones, participando en las ceremonias litúrgicas y dejándonos impresionar por “su mensaje y su belleza”.

Acompañados por el coro de la Catedral, los cientos de fieles alzaron sus ramos por encima de sus cabezas y aguardaron así la esperada bendición.