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Había que custodiar un micro

por Vito Amalfitano

Había que custodiar un micro. Simplemente eso. En cualquier final de fútbol en el mundo, más en este escenario de choque inédito, el micro del color de un equipo debe pasar por un sendero libre de hinchas del color del otro equipo. Tan sencillo como eso.

Había 2.200 efectivos abocados a este operativo de seguridad. No pudieron ni supieron hacer los vallados correspondientes para dejar un sendero libre. Eso fue el desencadenante de todo este bochorno.

Claro que hubo otros tantos sucesos vergonzozos, desde los incidentes en los accesos, a los hinchas de River que rodearon una ambulancia con jugadores heridos de Boca; desde las denuncias de venta de entradas truchas en el interior a las escaramuzas en el atardecer al borde del Monumental, incluso con gente que tenía entrada y no pudo ingresar.

Pero el hecho que provocó todo este desatino fue el que se pudo haber evitado con un operativo de seguridad eficiente.

“Si tenemos un G-20, ¿cómo no vamos a dominar un River – Boca?”, se preguntó la ministra de seguridad de la Nación, Patricia Bulrrich, cuando al presidente de la Nación, Mauricio Macri, se le ocurrió que súbitamente debían volver los hinchas visitantes justo en esta Súperfinal. No pudieron “dominar” un River – Boca, nomás.

Vergonzoso fue el operativo de seguridad que desplegaron policías federales y efectivos de la ciudad de Buenos Aires con el objetivo de custodiar la segunda y decisiva final de la Copa Libertadores de América entre River y Boca en el estadio Monumental de Núñez.

Más de 2.200 efectivos en total, 1.500 en la zona aledaña al estadio, -entre ellos seguramente personal de inteligencia- no pudieron evitar que el ómnibus en el que llegaba el plantel de Boca a la cancha de River fuera atacado a pedradas y botellazos por “conspicuos” seguidores del conjunto de Nuñez en la entrada por la diagonal Lidoro Quinteros, a la salida de Libertador, en el cruce con Monroe.

A decenas de River – Boca asistimos allí y entramos caminando por ese lugar. También a varias finales. Siempre pasamos por ese sector, a unas cinco cuadras del estadio, al menos por tres controles con vallados. Esta vez no se armó uno seguro para que por allí pasara el micro del equipo visitante.

El micro pasó entre los hinchas y comenzó a recibir proyectiles como se observa en el video que circula en todo el mundo. Varias ventanillas del ómnibus se rompieron, incluida la del propio conductor.

En ese momento efectivos policiales arrojaron gas en un intento de dispersar a los agresores.

Pero como esos cristales del micro estaban rotos, los gases lacrimógenos ingresaron al ómnibus y complicaron al plantel de Boca. Después se supo que los jugadores más afectados, supuestamente, fueron Pablo Pérez y Gonzalo Lamardo.

Ese es el hecho, independientemente de cualquier opinión, adjetivo o elucubración. Incluso sobre el grado de las lesiones de los futbolistas o las dudas sobre si los agresores fueron “hinchas” o “barras”, con la versión en el medio de las “300 entradas de menos” para algunos de ellos. Lo que sí se vio, totalmente constatable, fueron los proyectiles que rompieron los vidrios del micro de Boca. Un ómnibus de un equipo de un color, entre “hinchas” de un equipo de otro color, en la final más custodiada del mundo.

Claro que tiene graves responsabilidades el club local, que es descalificable la violencia de esos hinchas, como la de los que le escondían bengalas entre la ropa a sus chicos. Que la Conmebol y los clubes cometieron varios desatinos e idas y vueltas desde que esta final tan larga quedó establecida. Pero especificamente, hay que remarcarlo, este gran bochorno pudo haberse evitado nada más y nada menos que con un operativo de seguridad adecuado.

Hace 15 días escribimos que siempre fue el partido imposible. Y que todo parecía predestinado a que no terminara de empezar. La final más larga del mundo. Las autoridades contribuyeron groseramente a que del relato de realismo mágico se pasara a este triste episodio.

“Si tenemos un G-20, ¿cómo no vamos a dominar un River – Boca?”. Tendremos un G-20. Seguro saldrá mejor. Las fuerzas de Bullrich, al parecer, están mejor preparadas para reprimir que para prevenir. Pero no pudieron “dominar” un River – Boca. Y ahora se entiende por qué pedía que sus habitantes abandonaran Buenos Aires para el desarrollo de la Cumbre. Eso sí que es ser previsora.…

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