Hace tres décadas sobrevivió al horror y hoy quiere contar por lo que atravesó
Un caso estremecedor ocurrido en el verano de 1994 en Mar del Plata. En un departamento céntrico fue brutalmente asesinado un abogado. Una turista que llegaba de vacaciones fue secuestrada por el homicida. El desgarrador relato de lo que sufrió allí dentro y que hoy revive para ayudar a otras víctimas.
Marta cuando era retirada del edificio de Colón 1525, que así luce en la actualidad.
Marta Enriqueta Molina tiene 57 años y conserva esos mismos rasgos que estaban en las tapas de los diarios y en los canales de televisión en el verano de 1994. “Es tan diferente todo ahora que a nadie se le ocurriría decir a los gritos ‘ahí va la violada’ como yo escuchaba mientras me subían a un patrullero o, mucho menos, ningún medio de comunicación se atrevería a publicar mi rostro o mi identidad. Pasó mucho tiempo, pasaron muchas cosas”, dice Marta desde su departamento del barrio porteño de Monserrat.
Son 31 los años que separan a la actual Marta (o “Keta”, como la llaman en su familia) de la madrugada de aquel 18 de febrero cuando su vida cambió para siempre por un estremecedor episodio del que fue una de las víctimas y que sacudió no solo a Mar del Plata, sino que tuvo repercusión nacional. Un episodio que hoy decide recordar, reconstruir y exponer con el propósito, como ella misma afirma, de poder transmitir lo que sintió.
La génesis de su decisión se ubica en un mensaje de Whatsapp a mediados de agosto a una línea del diario LA CAPITAL: “Hola buenas noches, quisiera pedirles si me pueden mandar una foto de la tapa y la información de la misma del 18 de febrero de 1994 donde se comunica Terror en Mar del Plata, una joven de Capital encontró el horror, fue violada dentro de un departamento donde había un muerto que era un abogado reconocido del lugar”.
El intercambio de mensajes permitió saber quién escribía, cuál era su deseo, su necesidad. “No, solo quería la foto de la portada de ese día ya que soy yo la víctima y quiero hacer un libro. Necesito que me ayuden con toda la información que puedan tener del caso”, decía la pantalla del teléfono y fue suficiente para conquistar la atención y activar la curiosidad periodística.
Marta Enriqueta Molina es dueña de su verdad y tiene derecho a hacerla saber. Como hubiera tenido derecho a estimular el olvido, a esforzarse para que solo se preservara en su intimidad y se reservara a esos pocos que la conocen.
Del cielo al infierno
“Yo estaba en el cielo y de repente aparecí en el infierno. De un lugar tan luminoso, pasé a otro oscuro. Porque cuando iba en el tren para Mar del Plata me imaginaba el sol, la playa, mi hijo en la arena pasándola bien con mi familia. Pero llegué de noche, era madrugada, y fui hasta el edificio de la avenida Colón presintiendo algo negro”, recuerda Marta, quien en 1994 tenía 26 años.
En el departamento de la planta baja 3 del edificio de Colón 1525 esperaban su madre, su hijo de 9 años, sus hermanas y los hijos de ellas, quienes se le habían adelantado unos días en las esperadas vacaciones de verano. Eran cerca de las 5 de la mañana y al llegar se encontró frente a un portero eléctrico poco claro. “Tenía los números de los departamentos y los pisos en columnas y filas que confundían. Eso hizo que yo apretara el piso 3, en lugar de planta baja 3. Me atendió una señora a la que le dije que buscaba a mi madre, que estaba con mi hijo, mis hermanas y otros menores. La señora debe haber creído que estaba loca y me cortó. Pero toda esa información Rico la estaba escuchando atrás mío”, dice e incorpora así al segundo protagonista de la historia.

El traslado de Rico tras la detención. En un recuadro, Belloso Garbino.
Juan José Rico tenía 21 años, era entrerriano, de Concordia, y terminaba de bajar de un Renault 12 que no era suyo. Le pertenecía al abogado Facundo Belloso Garbino, entrerriano, de Paraná y de 40 años, quien vivía en el piso 5 del mismo edificio. Había vivido en verdad, porque desde hacía un par de horas estaba muerto: Rico lo había asesinado, a golpes y puñaladas. El cuerpo aún yacía tibio, semidesnudo, sobre la cama de la habitación que daba al balcón.
—¿Hola, querés entrar para que no te pase nada? —le dijo Rico con total naturalidad para alguien que acababa de matar.
—Es que me confundí de departamento.
—¿Buscas a una mujer que está con nenitos?
Rico estaba utilizando los datos que Marta había verbalizado segundos antes.
“Él me mostró un manojo con muchas llaves, me dijo que era el hijo del encargado y que, en realidad, mis familiares estaban en el quinto piso. Entonces, yo no sentí ni miedo ni desconfianza y subí guiado por él”, reconstruye Marta.
Un primer atisbo de duda sobrevino cuando Rico, tras salir del ascensor, llamó a la puerta del departamento 21 del quinto piso y nadie atendió. Luego dijo que abriría con la “llave maestra” y al hacerlo Marta pudo ver un gran desorden. “Estaba todo roto, los muebles, los adornos, como si hubiera habido una pelea, entonces me dio un empujón y me metió adentro”, dice.
—Callate la boca que no te va a escuchar nadie —la amenazó Rico.
El relato de Marta, 31 años después, tiene nitidez, precisión. Y a pesar de la advertencia de lo innecesario de entrar en detalles, ella la rechaza: “Todo lo contrario, quiero transmitir lo que sentí en ese momento”.
Marta cuenta que Rico la llevó a la cocina y que antes, al girar la cabeza hacia la habitación, alcanzó a ver un muerto sobre la cama. “Le dije que eso era un muerto. Yo tenía terror a los muertos. Y él me respondió que sí, y que en el baño había otro. Le pregunté qué había hecho y el solo me dijo que me sacara la ropa”, señala con la firmeza de un recuerdo fijado, inalterable. En sus pausas para hacer alguna observación, Marta confirma eso, que nunca bloqueó la secuencia, que siempre estuvo en su mente durante estos 31 años y que es por eso que desea contarla.
Recuerda que sintió muchísimo miedo pero lo disimulaba para salir con vida y volver a ver a su hijo.
—Dame un cigarrillo —le pidió Marta—… ¿Vos tenés hijos?

Marta cuando era retirada del edificio de Colón 1525, que así luce en la actualidad.
—Callate.
—Hago lo que quieras, pero dejame ir… —pactó Marta para que la dejara vivir.
Rico quería llevarla a la habitación, para subirla a la cama donde Belloso Garbino se había desangrado por las puñaladas recibidas.
“En el trayecto fingí cortarme con un vidrio, porque el piso estaba lleno de vidrios rotos, y entonces se detuvo ahí. En el living me violó hasta que se convenció de que no podía eyacular. Y desistió de seguir. Cuando me dijo que se iba, le pedí que me llevara con él porque yo lo que quería era salir del departamento, no quería estar ahí con el muerto. Pero su respuesta fue darme una trompada”, recrea.
—No me vayas a delatar y no te olvides que yo soy El Pulpo Negro —le dijo Rico antes de robarle un reloj, 60 pesos, cerrar la puerta por fuera y desaparecer.
Auxilio desde el balcón
Sin suerte al intentar abrir la puerta, Marta no tuvo más opción que pedir ayuda desde el balcón, al cual solo se llegaba por el cuarto en donde yacía muerto el abogado.
Como pudo resistió el miedo que sentía al pasar junto al cadáver y al asomarse vio que los empleados del supermercado Toledo estaban por entrar a trabajar. Clamó por ayuda, pero la supusieron una loca o algo por el estilo. “Yo gritaba que me iban a matar, no me creyeron. Sí lo hicieron dos chicos que pasaron caminando y ellos por suerte pararon un patrullero”, dice.
Lo que vino luego fueron horas de interrogatorio y de hacer entender a la policía y al fiscal que ella no tenía que ver con la muerte. Que era una víctima.
—¿Y estas máscaras? —preguntó el fiscal en referencia a dos máscaras de goma, una de un monstruo y otra de un pez que Marta tenía en su bolso.
—Tengo a mi hijo en la planta baja, creanmé. Preguntenlé a él, se las traía para que juegue al Carnaval —ensayó una explicación en medio del descreimiento de todos.
Finalmente, las cosas se aclararon y Marta, horas después, fue acompañada hasta un patrullero. En ese momento todos los camarógrafos y fotógrafos retrataron su rostro, en un tiempo en donde la exposición de las víctimas era muy distinta a como es ahora.
“Esa es la asesina… ¡No, no, ahí va la violada!”, gritaba la gente, mientras Marta quería desaparecer lo antes posible de aquel tumulto.
Cuenta que cuando fue a hacer el identikit de Rico mintió porque tenía miedo de delatarlo, por aquellas amenazas. “Siempre que veía una película me enojaba cuando la víctima no se animaba a contarle todo a la policía. Y de pronto yo estaba haciendo lo mismo, pero fue algo incontrolable”, dice y recuerda haber descrito a Rico como alto y rubio, cuando era bajo y morocho. “¡No seas hija de puta, ese no es el que estaba con Facundo! ¡Sos cómplice!”, le gritó una conocida de la víctima que el día anterior había conocido a Rico.
Fue esa mujer, una contadora, quien ayudó a identificar a Rico horas más tarde en la estación de Retiro. El asesino y violador había viajado hasta allí con la intención de buscar el anonimato y un destino ignorado por todos.

Artículo publicado por el diario LA CAPITAL al día siguiente del episodio..
“Mi papá en esa época trabajaba en Canal 8, era camarógrafo. Nosotros teníamos una relación muy cercana con Mar del Plata. Veníamos siempre. Pero después de lo que pasó se me hizo muy difícil volver. Mar del Plata no tiene la culpa, ya lo sé. Recién pudo regresar en el 2009. Fui a Tribunales a recuperar mi reloj y mis 60 pesos. Todavía los tenían. También pasé por el edificio y vi que habían cambiado la botonera del portero. Ahora no hay lugar para la confusión”, dice.
El proceso penal no fue largo, aunque sí intenso. Con la intensidad propia de semejante caso. Se pudo saber que días antes Belloso Garbino había presentado a algunos conocidos a Rico como su “secretario” y que no había una relación sentimental entre ellos, como trascendió. De hecho, Rico tenía un bebé y una pareja. En su descargo, dijo que Belloso Garbino había querido abusar de él, pero también aseguró que no había violado a Marta, por lo que su relato, más allá de la cuestión técnico-jurídica que lo amparaba, fue mendaz. La autopsia reveló que Rico golpeó al abogado con una bífera y que lo remató de varias puñaladas.
Rico fue a parar a Melchor Romero por su condición psiquiátrica, aunque también anduvo por la Unidad Penal N°6 de Dolores. La Cámara del Crimen definió el encierro por tiempo indeterminado y alguna vez intentó quitarse la vida prendiendo fuego un colchón y sufrió quemaduras. Rico jamás recuperó su cordura y el 10 de agosto de 2001, con el proceso suspendido, falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio no traumático en el neuropsiquiátrico platense. Allí terminó una parte de la historia. La otra siguió. Sigue.
Marta o Keta continúa con su vida en Monserrat. No puede permitirse dejar de luchar diariamente por su condición de doble trasplantada. También por las mañanas busca terminar la secundaria y con el aliento de quienes la rodean empieza a bosquejar su libro.
“Siempre me pregunté por qué me pasó a mí —concluye Marta. Yo ni siquiera debí tomarme ese tren a Mar del Plata, porque iba a viajar otro día y a la tarde, no de noche, pero mi cuñado no pudo viajar y usé su pasaje. También me preguntaba por qué el portero eléctrico me hizo confundir, por qué Rico justo estaba atrás mío. Por qué no me di cuenta de su engaño. Pero la vida se me presentó así y luego me dio otras dificultades. Y no solo que no aflojé, sino que fui para adelante. Por eso me gustaría que mi testimonio sirva para las víctimas que se ven vencidas, derrotadas. Seguir para adelante es la única opción”.
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