Arte y Espectáculos

Héctor Olivera: “Cerrar el Instituto de Cine porque hubo corruptela me parece un disparate”

El cineasta presentará este viernes en Villa Victoria su primera novela. Es la historia de un amor imposible durante la llamada "conquista del desierto". La reivindicación a Roca y la actualidad del cine.

 

A los 93 años, el destacado director de cine Héctor Olivera presentará este viernes en Mar del Plata su primera novela, “La conquista de la Carmen y de 15.000 leguas”. Es una historia ambientada a fines del siglo XIX, durante la llamda “conquista del desierto” y la epidemia de fiebre amarilla.

La presentación será a las 17 en el escenario de Villa Victoria (Matheu 1851) y la actividad está organizada por la Asociación de Amigos de Villa Victoria.

Autor de las celebradas películas “La Patagonia rebelde”, sobre la investigación de Osvaldo Bayer, “No habrá más penas ni olvidos” sobre la novela homónima de Osvaldo Soriano, “La noche los lápices” y “El caso María Soledad”, entre muchas otras, Olivera contó cómo llegó a esta historia de un amor imposible que plasmó en páginas escritas.

 


“Creo que es una irresponsabilidad de ignorantes hablar de Roca como genocida, porque además no tiró un solo tiro contra los indios”

 


 

Entrevistado por LA CAPITAL, el artista y cofundador de la productora Aries no evitó hablar del momento que vive la industria del cine argentino frente al desfinanciamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) que impone el presidente Javier Milei. “Cerrar el Instituto de Cine porque hubo corruptela me parece un disparate”, indicó.

En 2021, Olivera publicó “Fabricante de sueños”, un libro en el que redactó su autobiografía. Y ahora llega con esta propuesta editorial que, primero, apareció como guion cinematográfico. Dada la imposibilidad de llevar la trama a la pantalla grande, decidió convertirla en novela.

“Qué raro que no se haya hecho nada (de cine) dentro de la conquista del desierto”, se dijo. Y se puso a investigar: supo así que pegado a los fuertes había un caserío llamado “el rancherío de las chinas”. Allí vivían “las concubinas de los soldados, se las llamaba las cuarteleras, no podían alternar con oficiales de la guarnición”, contó. “Así surgió la idea de hacer una historia de un amor imposible entre un capitán y nuestra protagonista que ya venía de sufrir un secuestro”, siguió.

 


“Hay un tema muy difícil hoy en día, es estimular la cinematografía propia de un país cuyos habitantes han perdido la costumbre de ir al cine”

 


 

El entonces guion no pudo convertirse en película, dada la magnitud que requería la producción, extras incluídos. “Tenía que tener sesenta, setenta soldados. Me reuní con el ministro de Defensa de Macri y me dijo que le interesaba mucho, pero después no tuve ninguna noticia de él. Hablé con un funcionario y me dijo que por el tema de Santiago Maldonado nadie quería saber nada en comprometerse y hacer participar a tropas del Ejército con una película que tocara esta situación, así fue que quedó este proyecto. Con el kirchnerismo en el poder era más difícil de ponerlo en marcha”, relató.

“Necesitábamos tropa, soldados, no podíamos agarrar sesenta extras de cualquier lugar y vestirlos con los uniformes. Era muy disparatado”, entendió.

La trama de su novela le permitió, además, adentrarse en la figura del expresidente Julio Argentino Roca, a quien no considera “un genocida” y que en la novela aparece como un personaje secundario.

“Creo que es una irresponsabilidad de ignorantes hablar de Roca como genocida, porque además no tiró un solo tiro contra los indios. Fue el impulsor de medio siglo de grandeza argentina, durante sus presidencias fue cuando la Argentina creció enormemente, por arriba de Canadá y Australia. Puso orden y progreso, que es una frase que está en la bandera brasileña, y eso fue un símbolo de la primera presidencia de Roca”.

Consultado sobre la brutalidad con la que el Ejército de entonces trató a las comunidades aborígenes del sur del país, Olivera entendió que “hay que tomar las cosas como fueron de acuerdo a la cultura y a la educación que tenían en ese momento”. “Ahora consideramos los derechos humanos, en 1879 en la conquista del desierto era lo más comun desmembrar a las familias indígenas y hoy es absolutamente criminal”.

Sobre la actualidad nacional, Olivera se manifestó a favor de “los cambios que se están haciendo en general”, pero consideró que la afrenta al teatro y al cine es “una barbaridad descabellada”.

“Hay un tema muy difícil hoy en día, es estimular la cinematografía propia de un país cuyos habitantes han perdido la costumbre de ir al cine. El cine ha sufrido mucho después de la pandemia. En el negocio cinematográfico siempre el público ha sido la otra cara de la realización. Hacer películas que nadie las va a ver es un absurdo. Creo que la única manera de solucionar es que el Instituto (de Cine) apoye películas grandes que no se pueden hacer privadamente por una cuestión de enormes costos”, dijo el cineasta.

-¿Cómo fue el proceso de conversión del guion cinematográfico a novela?

-Vamos a ver. Le cuento: en un guion cinematográfico aparece “Juan, le dice a María: María esto es el fin, yo te dejo. María turbada responde…” Eso es una línea, pero en una novela se transforma en diez. Por ejemplo la fiebre amarilla no estaba en la película, fue agregada para la presentación del capitán.

-Es decir, se trató de expandir.

-Expandir y, por ejemplo, detallar lo que pasaba íntimamente en cada uno de los personajes. Eso que tenía que ser el gesto del actor que habla por toda una frase. Acá es el lector el que tiene que imaginar a ese personaje haciendo la mueca.

-En su autobiografía “Fabricante de sueños” da detalles y cuenta intimidades de su vida, como el romance que tuvo con el director de cine Fernando Ayala. ¿Por qué se sinceró?

-Porque soy sincero. No fue un romance, porque el romance es de tortolitos, tuvimos una relación homosexual en una época determinada. Y después tuvimos una enorme amistad, sociedad, etcétera, fue padrino de mis hijos. Fue una relación que duró hasta su muerte a los 77 años. Yo escribí eso, como que mi madre me dijo “no sos hijo de Roberto Olivera” cuando yo tenía 54 años. Y la verdad es que no me importó un pito porque para mí mi familia había sido la materna. El señor Olivera que había sido el padre de mi hermana se portó muy bien en ese sentido. Me pareció que si fue así fue así. Yo no inventé nada de lo que hablo.

-¿Dónde cree que radica la magia del cine?

-A los 15 años era cadete del Liceo Militar. Entré a un estudio de cine, los estudios Baires y me encontré con la magia del cine. Había actores con pelucas, vestuarios. Se estaba representada la Viena de 1800, con una historia referida a Franz Schubert. Ahí sentí la magia del cine, desde ese momento no pensé en otra cosa que en ser director de cine. Y lo fui 18 años después, cuando tenía 35. Ayala dirigía y yo producía, después vino una época muy irritada para que yo me pusiera a dirigir, porque era pelear para que la productora Aries sobreviviera. Hicimos varias películas que nos gustaban a nosotros y que fueron un fracaso de público. Hasta que un día le dije Fernando “hagamos un éxito”. E hicimos la película “Hotel alojamiento” que fue un éxito brutal y nos enseñó que además de las películas como “Plata dulce”, de Fernando Ayala, “Tiempo de revancha” de Adolfo Aristarain o las mías, teníamos que hacer películas que pudieran ser éxitos de público con más posibilidades. Y en ese sentido la pegamos como “El profesor hippie”, “El profesor patagónico”, “Argentinísima 1 y 2”, películas que se basan en lo que le apetecía a las masas.

-¿Cuál considera que es su principal película?

-Básicamente “La Patagonia rebelde” que este año cumple el 50 aniversario, el medio siglo del estreno de la película que fue en 1974 y es un clásico absoluto, como lo son las otras dos, “No habrá más penas ni olvidos” y “La noche de los lápices”.

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