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Opinión 15 de agosto de 2018

Indignación manipulada

La agenda informativa de los medios masivos se preocupa por iluminar el tema de los cuadernos, mientras que la realidad inmediata exhibe un escenario sin horizonte. Cuál es el límite. Hay límite.

por Agustín Marangoni

Aparecieron ocho cuadernos con anotaciones detalladas sobre supuestas maniobras de corrupción durante el gobierno kirchnerista. A los cuarenta y cinco minutos el tema estaba en la vidriera de todos los medios de comunicación. Había stock suficiente de notas para una compra masiva y el packaging del producto era hermoso: involucraba exfuncionarios y la imagen de un héroe que había escrito todo a mano. Los medios masivos hasta armaron infografías y recorridos interactivos por cada una de las hojas. Y la marca, claro, fundamental: Cuadernos K.

Fue un estallido inmediato. El producto se vendió de a miles y la agenda informativa quedó configurada alrededor de ese tema, casi exclusivamente. De acuerdo con las anotaciones, entre los años 2005 y 2015 se pagaron coimas en efectivo que alcanzarían los 160 millones de dólares, pero un cálculo alternativo asegura que esa cifra superaría los 320 millones de dólares. El tema puede tener muchos puntos verdaderos, de eso no cabe la menor duda. No es casualidad que distintos empresarios se hayan acercado a la justicia para declarar, como arrepentidos algunos, otros para explicar su situación. Queda claro que es un caso fuerte y hay que seguirlo paso a paso.

El tema es que el país se encuentra a quince centímetros de una fisura económica profunda. Lo de siempre en los modelos neoliberales: las consecuencias de la bicicleta financiera. No hay producción, se destruyen las fuentes de trabajo y la economía depende del endeudamiento. En los últimos dos años, el gobierno aumentó un 45% la deuda externa. Más todos los golpes al corazón de la microeconomía, desde los tarifazos hasta la inflación sin pausa de la canasta básica. Además de la escalada del dólar, que se encuentra en un pico histórico y que beneficia a quienes tienen espalda suficiente para entrar en la ruleta de la especulación. Las corridas cambiarias son un juego propio y absoluto del sector privado. Son cincuenta, cien, doscientos, quinientos millones de dólares por día que salen de las reservas para estabilizar la moneda extranjera. O lo que es igual: para que las entidades financieras hagan su negocio, que es generar plata con plata. De incentivar la producción, ni noticias.

En paralelo, avanzan los delitos económicos, también exclusivos del sector privado. Según las cifras que se dieron a conocer la semana pasada en el Tercer Encuentro de Periodistas sobre Flujos Financieros Ilícitos organizado por la Red Latinoamericana sobre Deuda, Desarrollo y Derechos (Latindadd), sólo durante el 2017, el caudal de dinero ilícito en Argentina alcanzó los 11.000 millones de dólares. Básico: evasión fiscal, tergiversación de los precios de transferencia y facturaciones falsas. Básico: empresas que esquivan impuestos, manipulan los números de las materias primas que se venden a sí mismas y todo tipo de operaciones fraudulentas con los dispositivos de blanqueo de gastos y ganancias. Básico: la rentabilidad multimillonaria de las grandes empresas se apoya en todo lo que incumplen con el Estado.

En el encuentro se explicó, por ejemplo, que la facturación falsa en el comercio internacional argentino equivale al 4,4% de su Producto Bruto Interno. Unos 24.000 millones de dólares. El 43% de las reservas del Banco Central. El destino de ese dinero ilícito son los paraísos fiscales. Los argentinos tienen más de 250.000 millones de dólares fuera del sistema financiero.

Si se comparan los números de los delitos financieros con los números de la corrupción se obtiene un resultado inquietante: en un año, las empresas cometen delitos que equivalen a una cifra 35 veces superior a, por ejemplo, los diez años de corrupción que señalan los cuadernos del chofer. Según datos oficiales, menos del 5% del dinero que se fuga pertenece a hechos de corrupción.

La corrupción es un problema gravísimo. Sería necio relativizarla, por lo que implica en términos económicos y sociales. Cuando el robo se concreta desde las esferas del Estado, cualquiera sea el número, genera un impacto anímico inmediato en la población. Sin embrago, el dinero que evaden las empresas también le pertenece al Estado. Pero no hay construcción de discurso ni conciencia social en ese sentido. Los mismos medios de comunicación se encargan de mantener apagado ese enlace. De hecho, salvo excepciones mínimas, los datos del encuentro organizado por Latindadd no tuvieron lugar en los medios. El problema son los planes sociales, los subsidios, la pesada herencia y todos los etcéteras que ofician de mantra en el discurso neoliberal.

El criterio periodístico es un mecanismo político. Igual que la posverdad. Los medios disparan con escenarios informativos para alimentar determinadas realidades y ocultar otras. Son pastillas de manipulación anímica. Misma herramienta que hoy intenta esgrimir el gobierno. El tema son los 320 millones de dólares. Un espanto, sí. Pero, en la comparación, se están deteniendo en una única piedra de la cantera. Y una piedra bastante pequeña. Por conveniencia, claro. Ya no dan explicaciones por los aportes truchos que les permitió financiar las campañas que los llevaron al poder, atrás quedaron también las muertes en la escuela de Moreno –parece que la culpa es de un gasista y no de la desfinanciación de la educación pública– y, por supuesto, total normalidad frente a la situación económica, la cual, en Mar del Plata, por citar un ejemplo, duplicó la cantidad de gente en el último año que no tiene ni para comer una vez al día. La realidad que se ve en los recorridos nocturnos que reparten viandas calientes en las plazas es escalofriante.

Las noticias de los medios hegemónicos operan para focalizar la indignación colectiva. Eso es todo. En paralelo, aumenta la cantidad gente que queda en el camino, sin poder pagar alquileres, ni las cuentas, ni una comida digna. Se aproxima el día en que no habrá estrategia informativa que tape el bosque.