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Opinión 19 de abril de 2016

Kenia entre la explotación y la barbarie

por Raquel Pozzi

Unos niños juegan fuera de sus casas hoy en Nairobi. Foto: EFE.

La República de Kenia alberga históricamente los efectos nocivos y contundentes de los procesos independentistas que atravesaron los diferentes estados de África con especial atención la región subsahariana.

El 12 de diciembre de l963, Jomo Kenyatta rompe con la mordacidad representada por la relación imperialista que le imponía el Reino Unido de Gran Bretaña y se convierte en el primer presidente elegido democráticamente.
La historia política de Kenia se entronca con los conflictos étnicos entre las dos tribus más importantes, Kibuyu y Lúo entre las setenta que conviven (aproximadamente) actualmente.

Sin embargo la herencia post-colonial desató las peores pesadillas en toda África trasponiendo los límites de los derechos humanos. Sólo la desestructuración política, económica y social reina de manera acuciante en los estados de Kenia; Uganda; República del Congo; Somalia; Sudán; Burundi entre otros.

El reino del caos, de las guerras civiles, de las luchas interétnicas, de la pobreza endémica, de la escasez de agua potable y sus consecuencias han convertido al continente africano en un submundo dónde el desplazamiento de poblaciones enteras colapsa cualquier estructura edilicia, económica y humanitaria. Los campos de refugiados ya no ofrecen ninguna seguridad y cuando creemos que uno de estos estados ha logrado la estabilidad, se presenta nuevamente la infamia.

Kenia es el país dónde los refugiados de Somalia, Sudán del Sur, Etiopía, Ruanda y Burundi buscan el amparo en los campos de Kakuma y Dadaab huyendo no sólo de las guerras tribales sino de la abyecta razia mortal del extremismo. Al-Shabab, grupo radical islamista originario de Somalia atentó el 2 de abril contra el campus de la Universidad de Garissa, al noreste de Kenia asesinando a 147 estudiantes.

Kenia se ha transformado en el centro de operatividad del brazo armado de Al-Shabab. Todavía estaban abiertas las heridas del estremecedor atentado en el año 2013 al centro comercial Westgate en Nairobi, capital de Kenia, con un centenar de muertos e innumerables interrogantes que todavía los organismos internacionales no pueden resolver al tiempo que otro estremecedor atentado desgarra las fibras de la sociedad keniata.

¿Por qué en Kenia?

Consolidar la posición de Al-Shabab regionalmente, sobre todo en la República de Kenia, es el objetivo, sin embargo sólo dominan los despojos de estados fallidos como Somalia y algunas áreas rurales. Subestimar la capacidad de destrucción de Al-Shabab es atizar la destrucción en sí misma.

Los portales adolecen del interés mediático que pueden generar los “pobres estados de Africa” si no entran en el ojo del huracán las potencias occidentales o la Federación Rusa, La República Popular de China o el estado de Japón, entre otros. Mientras tanto, África Subsahariana de manera agónica expira su disfonía intentando acaparar la atención de la prensa internacional.

Miles de refugiados, los niños soldados, las violaciones sistemáticas como estrategia de guerra, las enfermedades que diezman poblaciones enteras y otras atrocidades riegan el Nilo azul y blanco de rojo punzó.

La República de Kenia afrontó una de las peores guerras civiles entre los años 2007-2008 cuando Kwai Kibaki se perpetuó en el poder, este conflicto político devino inmediatamente en un conflicto étnico entre las tribus Kibuyu y Lúo, sin embargo la creación del escuadrón Mungiki supuestamente engendrado por la fórmula Uhuru Kenyatta-W.
Rutto, conspiró contra el equilibrio tácito de la región dónde sólo había lugar para las guerras expresamente étnicas. Mungiki –jóvenes- desestructuró el orden político a través de crímenes de guerra enmarcando a Kenia en un estado de emergencia.

Aunque la Organización de Naciones Unidas envío misiones para recolectar información sobre la violación de los DDHH, la violencia cesó cuando la prensa internacional tomó nota, la guerra civil finalizó en el año 2008 a través de un acuerdo firmado para formar una coalición política entre el presidente Mwai Kibaki y su rival Raila Odinga con la mediación de Kofi Annan (7mo. Secretario general de la Asamblea de ONU).

A partir de la armonía reinante y la posición pro-occidental del actual presidente Uhuru Kenyatta los desplazados keniatas vuelven a su país y otras guerras civiles en estados fronterizos impulsan una masa de refugiados hacia Kakuma y Dadaad y detrás de ellos la cacería contra cristianos protestantes y coptos comenzando así un nuevo ciclo de matanzas y atrocidades por los grupos islamistas Boko-Haram (centro-oeste de África) y Al-Shabab (centro-este).

Utilizando diferentes tácticas como alianzas con jefes tribales y emboscadas en zonas estratégicas Al-Shabab se acerca sigilosamente no sólo a los centros de refugiados sino también a Nairobi, capital de Kenia.

Imperio, recursos y pobreza

Kenia es el reflejo de la resignación, una especie de pandemia generalizada en toda África, una enfermedad invisible gestionada por la dominación en etapas imperialistas del S. XIX y el abandono en el proceso de descolonización a mediados del S XX.

La fertilidad gubernamental que ofrecen las fallidas estructuras políticas, económicas y sociales ofrece un terreno propicio para las empresas transnacionales de las principales potencias del mundo, allí dónde fluyen todo tipo de recursos para abastecer al mundo desarrollado y los efectos climáticos de el “Niño” confabulan contra poblaciones enteras, condenando a los estados de África Subsahariana a las guerras tribales, a la extrema pobreza y a la sequía como corolario de una muerte anunciada.

El descubrimiento de petróleo en Turkana como posibles reservas off-shore (Lago Turkana o Rodolfo) agitó la avaricia tanto de Estados Unidos como de la República Popular de China que ha desplegado desde Dar es Salam (ciudad más poblada de Tanzania) hasta la provincia de Luau (Angola) una moderna estructura ferroviaria como también centrales eléctricas en la República de Zambia y República de Malawi.

La empresa British Petroleum y Shell enquistadas en Mozambique, Zambia, Malawi y Angola recargan sus gasoductos y oleoductos mientras las bases militares francesas permanentes en República del Congo, Congo, Camerún y otros custodian cuidadosamente la forma de esquilmar los recursos del continente más rico del planeta depredado por la habilidad de quienes conocen la anomía en términos jurídicos sobre la soberanía de los estados africanos con respecto a sus recursos naturales.

Kenia requiere de manera urgente cortar el cordón umbilical de la depredación, la astucia lucrativa, la limosna lisonjera, la bravuconería de la elite local y extranjera para poder proyectar con beneplácito el final de la polarización social pobreza extrema-riqueza, que mece con ironía la dignidad espoloneada entre lodos de oro, petróleo y sangre.

(*): Profesora en Historia.



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