La Ciudad

La aristocracia porteña hace su “Biarritz” argentina

Es alrededor de 1900 cuando aquellos inesperados proyectos liderados por un grupo de hombres jóvenes ligados al poder y la riqueza de la Argentina comienzan a gestarse con dinero propio en hechos testimoniales y realidades concretas. Aún pasarían más de 90 años (en 1991, por ejemplo) y la gente que habitará e incluso gobernará Mar del Plata y sus instituciones básicas, poco o nada sabrán, con firmeza de conocimiento, al respecto. Es decir en la relación rigurosa de causa y efecto que exige la historia, cuando se trata de saber y explicar por qué razón la ciudad que habitan “es de esta manera y no de otra”.

La mayoría sabe que “fue la clase aristocrática la que inició los veraneos en Mar del Plata”, y no se conoce mucho, con rigor histórico tan honesto como cierto, cuál fue, realmente, la participación “del habitante permanente de Mar del Plata, sean nativos o inmigrantes”. Y por lo tanto, cada uno tiene su propia versión, a veces aproximada a la verdad, y en otras creada por los sentimientos, las pasiones, los intereses o los incontenibles fantaseos verborrágicos.

En fin, no parece interesar ni preocupar tanto el origen como el proceso histórico de la ciudad en la cual viven con tal, eso si, que “en el próximo verano venga mucha gente y deje mucha plata”. Está bien, Martin, no te desdigo, ¿para que el pasado si transitamos el presente con posibilidades de andar el futuro?

Los unos y los otros

Todo aquello edilicio y estructural que desde el pueblo rural asentado en la economía agropecuaria va convirtiendo a Mar del Plata en una villa balnearia corresponde a la clase veraneante. El inmigrante y el nativo con radicación permanente en el pueblo conformaron el aporte del trabajo y los servicios. Los veraneantes porteños, aquellos jóvenes impetuosos y decididos de la generación del ’80 se constituyeron en los financistas, en los inversores. Fueron la organización empresarial y los creadores de esas nuevas y rentables fuentes de trabajo. Por fuerza y exigencia de los gustos, las preferencias, la cultura y a veces los caprichos de quienes querían tener una estación de baños propia, al estilo europeo, cambiaron determinantemente la trayectoria productiva y económica del pueblo. Y cambiaron, también, al reemplazar las fuentes de producción rural por la novedosa prestación de servicios destinados a satisfacer la demanda de grupos de personas adineradas en estado de ocio y recreación, cambiaron o modificaron oficios, profesiones, actividades comerciales y, asimismo, la idiosincrasia generalizada de todos los habitantes del medio.

Al cambiar el carácter y la calidad de la demanda, consecuentemente cambió o se transformó, en mutante adaptación a esa demanda, la característica de la mano de obra como la diversidad y variedad de la oferta, incluyendo la capacitación profesional y las variantes comerciales. Esto en toda su amplitud y en relación con todos los sectores.

Con dinero propio

Todo o gran parte de la edilicio y estructural, incluyendo la obra pública de mayor envergadura, y más directamente relacionada con el desarrollo de Mar del Plata, fue concebido, proyectado, decidido y costeado con inversiones de personas pertenecientes a la clase veraneante. Esto es con referencia a las obras fundamentales y básicas que abarcan el período que va de 1886 a 1919, aproximadamente, y que de modo incuestionable cimentaron y diseñaron la “villa balnearia (sobre las fragilidades del pueblo rural) y que, en definitiva, dieron forma, estimularon y obligaron, por así decirlo, a que se desarrollara la Mar del Plata turística.

La Estación Norte del Ferrocarril, el edificio primero de la Municipalidad, la iglesia San Pedro y el Hospital Mar del Plata, además del Bristol Hotel, entre 1886 y 1908, fueron obras gestionadas y realizadas por comisiones en las cuales –salvo en la del Hospital Mar del Plata donde estuvo don Victorio Tetamanti– no participó ningún habitan-te permanente del pueblo.

Todos ellos eran veraneantes, aunque algunos ya tenían residencias temporarias junto al mar. Lo mismo sucedió con las tres ramblas de madera (1890, 1891 y 1905), Las dos primeras proyectadas y pagadas en Buenos Aires por un grupo que encabezaba el doctor Pellegrini. La de 1905 la pagó el banquero Lasalle, “a pedido” del grupo veraneante. El famoso Club Mar del Plata (primera venta de acciones por el doctor Adolfo Alsina, donde funcionó el Casino del Salón Dorado, y que se incendió o lo incendiaron el 10 de febrero de 1961) y el Teatro Odeón (también abatido por el fuego, concretado por el dinero y el entusiasmo del doctor Guillermo Aldao), pertenecen a esa gestión.

La Estación Nueva (la ex Terminal de Omnibus) creada para que “los veraneantes pudieran llegar con el tren hasta las puertas de sus mansiones”, tuvo como gestores a Carlos Pellegrini, Emilio Mitre y Pedro Olegario Luro. El asilo Unzué (financiado por don Saturnino Unzue) y la capilla Stella Maris fueron construidos por quienes aquí veraneaban. La Rambla Bristol afrancesada (imponente en 1913 y demolida en 1939 para dar paso a la actual) y las dos grandiosas Explanadas, la Norte y la Sur, que abarcaban aproximadamente desde la actual Punta Iglesia hasta casi Playa Grande) resultaron consecuencias de los empeños y fervores de esos mismos grupos. Y hay mucho más, mi querido Martin. Es apabullante. Si digo que es necesario incluir el Parque Camet, el inolvidable paseo General Paz, el puerto (su construcción, interrumpida por la Primera Guerra Mundial, demoró de 1911 a 1924) y hasta parte del entubamiento del arroyo Las Chacras y el primer pavimento de la avenida Colón, ya será tan cargoso como insoportable.


El destacado escritor y periodista marplatense Enrique David Borthiry escribió en la década del noventa la sección “Historia Viva de Mar del Plata”, en la que contaba con su particular visión hechos poco conocidos que se sucedieron a lo largo de los años. Más de tres décadas después, LA CAPITAL las rescata del archivo. Para leer y disfrutar.

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