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Interés general 24 de junio de 2023

La aventura de un marplatense en una favela de Rio de Janeiro

Un paseo por Vidigal, ubicada entre Leblon y São Conrado, dos exclusivos barrios cariocas. Una experiencia integral y para recomendar. Eso sí, hay reglas que se deben respetar.

La favela Vidigal cuenta con inmejorables vistas panorámicas de Río de Janeiro.

Por Marcelo Solari

Ya sea por exageraciones de los interlocutores de turno, por desconocimiento o por los propios temores, lo cierto es que existe un preconcepto hacia las favelas cariocas. Y para muchos, una vez en Río de Janeiro, su sola mención se transforma casi en un tema tabú. O, directamente, en territorio prohibido.

Como en todos los órdenes de la vida, el margen de mayor o menor seguridad estará estrechamente vinculado con el caudal de información con que se cuente. Por eso, cuanto más opiniones se obtengan al respecto, mejor será.

Tampoco es un secreto que, de un tiempo a esta parte, las favelas han pasado a convertirse en un atractivo turístico más de los muchos que posee la “cidade maravilhosa”. Acaso no tan subyugantes ni famosos como el Cristo Redentor en el Corcovado, el Pão de Açucar, Copacabana o el mismísimo estadio Maracaná, aunque sí con un encanto particular, quizás derivado de cierto misterio que las rodea.

Obviamente, se han generado prósperos negocios a partir del surgimiento de tours organizados para visitar las favelas. Y cada vez son más las personas que se animan a introducirse en ese mundo desconocido.

Pero conviene aclarar que no es factible hacerlo en cualquiera. Se estima que en Rio hay más de 700 favelas (o asentamientos irregulares), diseminadas por sus característicos “morros” (cerros o elevaciones). Algunas son enormes, otras muy pequeñas, caracterizadas por la precariedad de su infraestructura y los servicios públicos, en las que habitan -en su mayoría- personas de bajos ingresos. Hay excepciones, claro, si bien la descripción es apropiada para la generalidad.

Un punto importante es que las promocionadas “visitas” sólo son factibles -y aconsejables- en las favelas pacificadas. Esto significa, las que tienen un acuerdo pactado con el gobierno y las fuerzas de seguridad para conservar el orden dentro de parámetros aceptables. Figuran en ese rango las muy conocidas Rocinha (la de mayor población), Santa Marta (donde se filmó la película Rápidos y Furiosos 5in control) y Vidigal, la favela en la que se centra esta nota.

¿Por qué Vidigal? Seguramente el azar jugó su papel. Tanto como los márgenes de seguridad citados más arriba. Aunque los cariocas son amigables y solidarios, nunca mejor empleado aquello de que, en el exterior, para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Y si ese argentino está radicado en Río de Janeiro, vive en la favela y ofrece sus servicios como guía, mejor todavía para enterrar definitivamente las dudas y embarcarse (pese a que no hay que subirse a ningún navío) en la aventura.

Fernando Gómez Kostecki, el chaqueño que se radicó en Río, vive en la favela y conduce las visitas guiadas.

Fernando Gómez Kostecki, el chaqueño que se radicó en Río, vive en la favela y conduce las visitas guiadas.

Fernando Gómez Kostecki es chaqueño, desenvuelto y entrador. Tenía su confortable vida en Argentina como la mano derecha de su madre en una empresa de agroinsumos, además de ser supervisor nacional de una compañía de seguros. Hasta que un viaje a Río en 2015 le cambió la perspectiva. Y un tiempo después, decidió salir de su zona de confort. Junto a su novia y a bordo de un VW Up! “camperizado” llegaron a destino con el objetivo de instalarse en Vidigal (los cariocas lo pronuncian algo así como “vichigaul”).

No es que el alquiler sea mucho más accesible que en otros sectores de la ciudad pero, según el propio Fernando (se lo puede encontrar como @marcanaagenda.rio, en Instagram), cuentan con las mejores, incomparables y privilegiadas vistas de la capital turística de Brasil. Y se vive más tranquilo y seguro que en cualquier otro lugar. ¿Tan así? Para que eso sea posible, existen tres o cuatro reglas básicas no escritas (y muy estrictas) que rigen la vida dentro de esa comunidad. Sin apartarse de ellas, todo irá sobre rieles. De lo contrario…

El contraste entre el lujo y lo precario es una característica saliente.

El contraste entre el lujo y lo precario es una característica saliente.

El punto de encuentro con el guía chaqueño, en el Posto 12 de Leblon, bien temprano, a las 7.30, deriva en una caminata de unos diez minutos por la avenida Niemeyer, bordeando la costa, y pasando por el imponente Sheraton Grand Rio Hotel, hasta llegar a la Praça do Vidigal, despoblada a esa hora pero que se convertirá en un hervidero de gente pasado el mediodía, cuando concluya la “expedición”. Sí, todo el paseo insumirá unas cinco o seis horas entre trepadas, vistas impactantes y enormes contrastes, ya que Vidigal se erige entre dos de los barrios más exclusivos de Río de Janeiro: São Conrado y Gávea.

La aventura se inicia en la misma plaza, a pura adrenalina, al abordar los intrépidos Moto Taxis para una serpenteante trepada por la angosta y concurrida avenida Presidente João Goulart, la principal arteria de Vidigal. El ascenso sobre dos ruedas llega hasta la Guardería y Escuela Municipal Doutor Sobral Pinto, desde donde arranca la trilha (senderismo) hacia la cumbre de la mayor de las dos elevaciones que componen el morro “Dois Irmãos” (Dos Hermanos).

Se trata de una extensa subida cuya traza está rodeada por una espesa vegetación natural, en la que ocasionalmente se podrán visualizar lagartijas, distintos tipos de insectos y aves y, si hay suerte, hasta una familia de monos. El recorrido plantea diferentes paradas en estratégicos miradores (“mirantes”, en portugués), ideales para tomar fantásticas fotos.

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La exigencia, de moderada a regular (en algunos sectores donde nunca pega el sol hay que tener precaución porque el terreno se torna resbaladizo) se corona en la cumbre, situada a 533 metros sobre el nivel del mar. Y puede asegurarse que cada centímetro de esfuerzo y cada gota de sudor necesarias para llegar, bien valen la pena. La sensación es indescriptible. Y las vistas, a 360 grados, incomparables. Hacia el Norte, Leblon, Ipanema, Arpoador y hasta Copacabana. Hacia el Este, la inmensidad del Océano Atlántico; hacia el Sur, São Conrado y Barra da Tijuca; y hacia el Oeste, la favela Rocinha, los morros, Gávea y la Lagoa Rodrigo de Freitas. Imponente y asombroso para donde se mire. Realmente quita el aliento.

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Una aclaración ineludible: se puede hacer la trilha de noche (el ascenso comienza las 4.30), para llegar a la cumbre justo a tiempo para ver el amanecer desde allá arriba. Dicen que es un espectáculo formidable.

Después de cientos de fotos y videos, llega el momento de emprender el regreso. Para el descenso está prevista una vía alternativa que desembocará directamente en el límite de la favela, es decir, donde se corre un telón imaginario y la vegetación se convierte súbitamente en un paisaje diferente: construcciones irregulares, viviendas precarias, un laberinto de estrechas calles y enjambres de cables de todo tipo, entrecruzándose en dibujos inverosímiles.

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Lejos de encontrarse con una sucursal del purgatorio, el visitante ingresará a una comunidad humilde y pacífica, donde a cada paso intercambiará un “¡bom dia!” con los eventuales transeúntes. Hay locales comerciales de todo tipo y rubro, usualmente con su fisonomía en permanente plano inclinado (recordar que la favela está asentada sobre la ladera de un morro).

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Se puede tomar fotos, filmar e interactuar con la gente sin problemas (automáticamente los lugareños asociarán Argentina con Messi o con Boca Juniors) y sólo hay que estar alerta a la señal del guía, quien en tres o cuatro lugares específicos advertirá “¡aquí, no!”.

Es fácil deducir el motivo. Pero si acaso no fuera así, unos metros más adelante se resolverá la incógnita. La clave son unas mesas en las que, literalmente, se venden diferentes “sustancias”. Las primeras imágenes son muy fuertes, porque a escasos pasos de distancia, al observar con relativo disimulo se apreciarán los “custodios”.

Respaldados por armas largas automáticas de última generación, pistolas y hasta ¡granadas! Dicen que a la larga uno se acostumbra a convivir con ese contraste, en el cual coinciden niños de corta edad de las manos de sus padres yendo al colegio y cruzándose en el camino con ese arsenal listo para la acción, si esto fuera necesario.

Como era de esperar, la mayoría de estos guardianes tienen cara de pocos amigos. Pero algunos, sorpresivamente, responden al saludo y, de paso, hasta se animan a soltar alguna broma o comentario, casi siempre relacionada con el fútbol, resaltando la inconmensurable grandeza y popularidad de Flamengo.

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Al margen de este costado tan real y ciertamente chocante, también hay espacio para la imaginación, derivado en nuevos negocios. En efecto, cada vez son más los hostels que se instalan en Vidigal. La curiosidad, el rasgo distintivo y las tarifas acordes son algunos de los motivos que motorizan el interés por alojarse allí. Está bien, es algo incómodo llegar (está un poco alejado de las zonas más turísticas de Río y si no es a través de los moto taxis, hay que encarar una tortuosa subida a pie), pero es el precio a pagar para disfrutar, desde las habitaciones, de las más bellas postales cariocas.

Es el caso, por ejemplo, del Mirante do Avrão. No es lujoso pero sí confortable, ofrece un bar con música en vivo, no faltan las buenas bebidas y un salón para prenderse en partidos de metegol, pool o tejo. Para poder disfrutar de una estadía apacible ¡en el medio de la favela!

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El empinado descenso continúa en forma de cientos de escalones o calles en declive que exigen un esfuerzo adicional a las piernas hasta divisar el punto de partida, la Praça do Vidigal, ahora con su fisonomía cambiada, ante el incesante ida y vuelta de gente de todas las edades, yendo y viniendo a un ritmo febril. Tal como sucedería en cualquier otra concurrida plaza de cualquier otro lugar.

En ese mismo sitio, mezclándose entre los locales, una recomendación imperdible como cierre de la excursión y para reponer energías: almorzar un pastel con suco de caldo de cana. El pastel es un rectángulo de masa frita, relleno de carne o queso, muy sabroso. Y la bebida, el jugo de la caña de azúcar, bastante espeso y sumamente dulce. Te levanta aunque llegues arrastrándote al puesto de comidas.

 

Sin dudas, un paseo integral para recomendar. Ideal para hacer en familia. Y nada mejor que vivirlo en primera persona para después poder tener elementos suficientes como para emitir un juicio de valor fundamentado. Al fin y al cabo, una experiencia bien diferente que merece ser vivida. Y, eventualmente, contada.