Opinión

La cuestión racial en Estados Unidos

por Fabio Nigra

El racismo en Estados Unidos es una pieza central de su estructura económica, por cuanto la particularidad de la acumulación de capital en ese país necesita mano de obra barata, para poder sostener un modelo apoyado fuertemente en las finanzas y la sobrevivencia del complejo militar-industrial (alianza de los altos mandos de las fuerzas armadas con las grandes empresas proveedoras de tecnología bélica y armas). Pero no es un fenómeno nuevo, desde ya. Es cierto que decir afroamericanos remite a la esclavitud, introducida en la época colonial para obtener trabajadores más baratos que los siervos escriturados (headright), aunque recién hacia mediados del siglo XVIII se consolidó el sistema, orientado en principio hacia el tabaco, para luego pasar al algodón.

Pero, como sostenemos en la cátedra de Historia de los Estados Unidos de América, si bien el racismo se erigió en institución necesaria para la acumulación de capital de un modelo precapitalista, luego resultó imprescindible justificar tanto la “peculiar institución” (como se denominaba a la esclavitud previo a la Guerra Civil), como el modelo de explotación laboral de los sectores sociales subordinados. Como siempre nos recordaba Pablo Pozzi (histórico titular de la cátedra), a mediados del siglo XIX le decían “negro” a los irlandeses, quienes formaron parte de una de las oleadas inmigratorias de aquellos tiempos. Es decir, “negro”, en este caso y para adelante, sintetizaba en términos culturales a los pobres, a los sometidos, a los proletarios. Por ejemplo, a los blancos pobres pero WASP (blanco, anglosajón y protestante), el término con el que son denominados es white trash (basura blanca), quienes paradójicamente resultaron ser los que realizaban -y realizan- el trabajo sucio que la clase dominante les asigna (capataces de las plantaciones, fuerzas represivas de diversa laya).

La especialista en la resistencia afroamericana Valeria Carbone sostiene que el racismo institucional es la capacidad de la clase dominante para utilizar todas las herramientas a su disposición para “llevar a la práctica y perpetuar una ideología racial que les permita mantener a los grupos ‘racialmente inferiores’ en situación de opresión, manteniendo y preservando la dominación, privilegio y acceso a los recursos de los sectores dominantes.” La resistencia no ha sido pasiva, como lo prueban los levantamientos de Detroit en el cálido verano de 1967, o las revueltas raciales de Los Ángeles en 1992, que son sólo un par de ejemplos (y sin hacer hincapié en los recurrentes levantamientos de esclavos de los años previos a la Guerra Civil). En cualquiera de los casos, la base se encuentra en un grupo social duramente oprimido, en principio por su color, por lo cual ganan los peores salarios, tienen la peor educación o salud, y ocupan los peores puestos laborales.

Se informa que en la actualidad se ha disparado el desempleo en Estados Unidos. Evidentemente el sector más golpeado es el de los afroamericanos, llegando a más del 16%. Entonces, si se toma en cuenta el desprecio cultural, la opresión laboral y las condiciones materiales de vida en las que se desarrollan y el COVID19, lo que sucede ahora es un cóctel molotov que sólo necesitaba un gesto, como el asesinato de George Floyd.

(*): Doctor en Historia, titular de la materia Historia de los Estados Unidos de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Universidad de Buenos Aires.

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