La Ciudad

La escuela en casa: cuando las ganas de estudiar superan todo

Una alumna del Fines del barrio Cerrito ofreció su casa para que allí funcione una escuela. Los estudiantes compraron las sillas y todos comparten las clases sentados en la mesa del comedor. Cuando la solidaridad cubre las falencias del Estado.

por Albertina Marquestau

@albermarquestau

Los lunes y los martes el comedor de la casa de Analía se convierte en escuela. Las sillas, compradas por los mismos alumnos, permanecen ubicadas alrededor de una larga mesa refaccionada por su esposo al final de la cual se observa un enorme pizarrón.

“Así es la escuela en mi casa”, dice orgullosa Analía Montenegro, quien a principios de este año ofreció su propia vivienda para evitar que, por falta de espacio, los alumnos del Plan Fines se quedaran sin estudiar.

Dos veces por semana, entre las 17 y la 22, Analía recibe a unas 20 personas del barrio, que en muchos casos después del trabajo, usan su comedor como aula.

“Física es lo que más nos cuesta, pero nos ayudamos y pudimos aprobar”, comenta entre risas, la mujer.

Acompañada por la directora de la escuela secundaria municipal 204, Pachi Amidolare -a la cual concurren sus hijos- Analía recuerda que cuando su esposo la instigó a terminar juntos la escuela secundaria se preguntó si el esfuerzo valdría la pena.

Después de pensarlo durante algún tiempo ella terminó convenciéndose y así fue como junto a su marido -Alberto Sanzana- se reencontraron con los estudios.

Ambos son evangelistas y él estudia teología pastoral así que necesita el título secundario para que le otorguen el diploma.

“No estudié a los 12 años, me voy poner a hacerlo a los 41…”, recuerda Analía que pensó cuando su esposo le propuso el desafío.

Pero las ganas de acompañarlo hicieron que finalmente aceptara el reto.

Así fue como los dos se anotaron en el Plan Fines, el programa que permite que los adultos mayores de 18 años concluyan sus estudios en tres años.

“Ese primer año lo hicimos en un espacio de Cerrito y García Lorca, donde éramos como 40 personas, pero ante la necesidad de buscar otro espacio fui yo la que le propuse a mi esposo que ofreciéramos nuestra casa”, explica.

Según Analía, su esposo le hizo una pregunta lógica: “¿dónde?”.

Ambos alquilan una pequeña casa en el barrio Cerrito Sur, en la que viven con sus tres hijos.

Uno de ellos es Joel, un ex alumno de la secundaria 204 que hoy cursa el primer año de la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional.

“Cuando empezó mi hijo siempre escuché en la escuela la importancia de estudiar, por eso mis otros dos hijos siguen ese camino”, asegura Analía.”Yo tuve la posibilidad de estudiar y no quise hacerlo, por eso siempre les estoy diciendo a mis hijos y a sus amigos que la escuela hay que terminarla”, explica.

Los inicios

Convencida de la importancia de estudiar y tras haber transitado con éxito el primer año de la secundaria junto a su marido, Analía no podía ni pensar en la posibilidad que su sueño se frustre. Así que en una hoja escribió una carta dirigida al Consejo Escolar para pedir autorización y continuar con la actividad en su casa. La obtuvo casi inmediatamente, y así empezó la conformación de la casa-escuela.

“Es gracioso porque a la hora que comienza la clase desarmo el comedor y armo el aula, y cuando se van todos preparamos la mesa para la cena”, dice entre risas.

Como los estudiantes -que tienen edades variadas-, llegan a ser una veintena, decidieron que cada uno llevaría su silla al comienzo del ciclo lectivo. Cuando se van, las apilan y quedan “escondidas” hasta el próximo encuentro.

“Acá todos aportamos para que siga abierta la sede y podamos seguir estudiando”, asegura Analía quien lamenta: “Con el cambio de sede ya perdimos varios compañeros, por eso ahora cuando alguno dice que no puede seguir lo apuntalamos para que no abandone”.

Los lunes la escuela-hogar abre sus puertas de 17 a 21 y los martes de 17 a 22, así que los alumnos salen de sus trabajos y corren para no perderse las clases. “Todos trabajamos y a muchos los patrones incluso no los dejan salir para estudiar, así que siempre nos estamos apoyando”, comenta. “Si alguno llega tarde otro le copia lo que vamos trabajando y así todos nos ayudamos”, explica Analía quien comenta que el grupo de whatsapp de los alumnos “funciona a pleno” Y agrega a modo de agradecimiento: “También nos han tocado profesores muy buenos, que nos apoyan y acompañan”.

Aprender

Ciencias Políticas, Matemáticas, Metodología de la Ciencia y Física, son alguna de las materias que tienen los alumnos del Fines. “Yo me di cuenta de que esto me encanta, aprendí mucho, sobre todo a buscar información, saber por ejemplo nuestros derechos como ciudadanos, lo político, etc”, dice entusiasmada.

“Noté que tengo muchos más conocimientos, que puedo mantener charlas de las que antes me quedaba al margen”, relata Analía y agrega: “Cuando cuento esto en las reuniones de padres de la escuela de mis hijos, veo que a muchos les pasa eso, por eso los invito a estudiar”.

La Iglesia Evangelista a la que concurren con su marido, es también evangelizadora en la educación. “Hay por lo menos 40 integrantes que ya finalizaron la secundaria, toda gente grande como yo, porque el pastor inculca eso”, comenta Analía.

“A mí en su momento me quedó pendiente el estudio y me dolió”, dice emocionada Analía quien ahora puede decir con orgullo que está pensando incluso en seguir la carrera de ayudante farmacéutica.

“Cuando tengas más de lo que necesitas, construye una mesa más larga, no una pared más alta”, reza un dicho que resume la actitud que tuvieron Analía y su familia de abrir las puertas de su casa para educar. Ellos, como tantos otros, dieron respuesta a una falencia del Estado.

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