Panorama político nacional de los últimos siete días
Por Jorge Raventos
“Milei, en Argentina, estaba perdiendo las elecciones, yo lo apoyé y ganó con una victoria aplastante”, afirmó esta semana Donald Trump, según Político, un medio estadounidense del grupo conservador alemán Axel Springer. El presidente de los Estados Unidos estaba describiendo un hecho objetivo (“Nos salvó”, admitió también esta semana la senadora Patricia Bullrich en un diálogo público con Paolo Rocca, el número uno de Techint).
La estrategia de Trump
La frase de Trump no era un alarde gratuito: estaba aplicando meticulosamente uno de los enunciados del reciente y esencial documento Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos que su gobierno dio a conocer a fines de noviembre.
Allí se sostiene que “Estados Unidos estará listo para ayudar —posiblemente mediante un trato más favorable en materia comercial, intercambio de tecnología y adquisiciones para la defensa— a aquellos países que voluntariamente asuman una mayor responsabilidad por la seguridad en sus vecindarios y armonicen sus controles de exportación con los nuestros(…)Reclutaremos a nuestros aliados consolidados en el hemisferio…Nos expandiremos cultivando y fortaleciendo nuevos socios, a la vez que reforzamos el atractivo de nuestra nación como socio económico y de seguridad predilecto del hemisferio, reclutando a líderes regionales (…)Recompensaremos y alentaremos a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén ampliamente alineados con nuestros principios y estrategia.”
Exponer con claridad los efectos benéficos que la ayuda de Washington tuvo sobre el gobierno de Milei es un modo inequívoco de “reforzar el atractivo”.
El documento estratégico del gobierno de Estados Unidos es, en rigor, un marco significativo para entender los motivos que han allanado el camino al acuerdo de integración que en unos días oficializarán Trump y Milei. Washington proclama en ese texto un trascendental cambio de enfoque y prioridades de su posicionamiento internacional. “Los días en que Estados Unidos apuntalaba el orden mundial como Atlas han terminado”, anuncia el texto. Y explica: “Nuestras élites calcularon erróneamente la disposición de Estados Unidos a asumir eternamente cargas globales que el pueblo estadounidense no veía en el interés nacional.
Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulador y administrativo, junto con un enorme complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior”.
Lo que propone el nuevo enfoque parece un repliegue después de una extensión inapropiada: “Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses (…)”.
Se trata, sin embargo, de un cambio de prioridades para reconcentrar la fuerza de Estados Unidos y afrontar mejor sus desafíos y compromisos globales, pues “no podemos permitirnos estar igualmente atentos a todas las regiones y a todos los problemas del mundo… Centrarse en todo es centrarse en nada”. Por eso, manteniendo la voluntad de preservar el interés de Estados Unidos en todo el planeta pero “evitando la sobreextensión y el enfoque difuso que socavaron los esfuerzos anteriores”, la prioridad estratégica pasa a ser lo que Wahington denomina Hemisferio Occidental, las Américas.
La línea de la nueva estrategia venía siendo expuesta por influyentes analistas de Estados Unidos.
Por caso, uno de ellos (Robert D. Kaplan en su libro La venganza de la geografía) comparando con las estrategias defensivas del Imperio romano, apuntaba hace más de una década que “del mismo modo que el poder de Roma estabilizó el litoral mediterráneo, la Armada y la Fuerza Aérea de Estados Unidos patrullan los espacios de uso común en beneficio de todos, si bien es cierto que este servicio se da por sentado –del mismo modo que ocurría con Roma-, lo que ha quedado demostrado en la última década es que el Ejército de Estados Unidos y el cuerpo de Marines no dan más de sí, ocupados como están tratando de sofocar rebeliones en puntos lejanos del planeta, Por lo tanto Estados Unidos debe plantearse una gran estrategia con vistas a restituir su posición”, como hizo Roma en la etapa antonina. Kaplan e numeraba lo que su país podía hacer en ese sentido: “Evitar intervenciones costosas, utilizar la diplomacia, dar un uso estratégico a los recursos de los servicios de inteligencia…también asegurarse de que nada socava su posición desde el sur, como le sucedió a Roma desde el norte”.
En ese sentido, señala el reciente documento de Trump, “queremos asegurar que el Hemisferio Occidental se mantenga razonablemente estable y lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos; queremos un Hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un Hemisferio libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave, y que apoye cadenas de suministro cruciales; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y haremos cumplir un Corolario Trump a la Doctrina Monroe”.
Parte importante del Hemisferio Occidental
Buena parte de los comentarios sobre el documento estratégico difundido en Washington se ha concentrado sobre el menosprecio que manifiesta por Europa, a la que describe virtualmente como el naufragio de una civilización y cuyo peso en los asuntos mundiales se desdibuja tanto como su participación en la economía planetaria (“Europa continental ha ido perdiendo participación en el PIB mundial —del 25 % en 1990 al 14 % en la actualidad—, en parte debido a regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y la laboriosidad”, apunta con elocuencia el documento).
Se ha insistido menos sobre el hecho, superior en relevancia, de que el documento estratégico nunca roce ni aluda a un enfrentamiento abierto con China, sino más bien a una competencia cooperativa. Este rasgo combina con algunas decisiones recientes de Trump, como levantar restricciones a la venta de chips de la firma Nvidia a Beijing, así como la inminente perspectiva de constituir una supermesa de diálogo y negociación mundial a la que se llama Core 5 o G5, que Estados Unidos compartiría con China, Rusia, Japón e India (sin Europa) un foro de debate y decisiones que se imagina más práctico que las anquilosadas estructuras institucionales del sistema de posguerra.
Conviene analizar la política argentina desde esta perspectiva macro, que fija un marco de comprensión indispensable. El acuerdo Trump-Milei es un hecho inseparable de la decisión de la primera potencia del mundo de ordenar el Hemisferio Occidental. Y esa constatación permite medir los grados de libertad con que cuenta Argentina en esas negociaciones. Los juegos internos, la búsqueda de alternativas, las relaciones de fuerza domésticas estarán razonablemente condicionadas por ese marco general tanto como por la energía y la creatividad nacionales.