La Ciudad

La eterna polémica del perro verde

De tanto en tanto, y sin que se sepa el porqué, resurge en esta redacción la polémica de aquel "perro verde" que nació hace más de dos décadas en Otamendi. Hay quienes siguen sosteniendo que se trató de un milagro de la naturaleza. Otros, arañando fundamentos científicos, describen un fenómeno natural y transitorio.

Por Dante Rafael Galdona

-Si lo ponías al sol era verde-, se escucha una voz un tanto más fuerte que el murmullo habitual.

-Era el líquido de la placenta-, contradice otra voz en el mismo volumen.

Y la polémica comienza. Todos abandonan por un rato sus tareas y giran sus cabezas hacia la discusión que se abre paso entre la rutina del trabajo. Casi todos saben de qué están hablando. Casi todos, porque alguno tiene la corta edad suficiente como para quedar al margen y ser absuelto del delito de no conocer el hecho más importante en términos periodísticos que tuvo a Comandante Nicanor Otamendi en la noticias del mundo. No era la calidad de la papa producida en sus campos, sin duda la mejor a nivel mundial; no eran sus logros deportivos, que los tiene y muchos en diferentes disciplinas como automovilismo y fútbol; tampoco la cuestión artística, aunque Otamendi es orgulloso semillero de grandes músicos y artistas plásticos.

No. Todo indicaba que semejante logro llegaba a través de la genética animal. Y el saber popular, ese compendio de intuiciones que se transforman en verdades absolutas por el solo hecho de ser repetidas y transferidas por generaciones, había caído en la desgracia de la refutación. El refrán “más raro que perro verde” dejaría de ser del todo cierto. A partir de entonces, sólo quedaba, para referirse a ciertas cosas raras, imposibles o inexistentes, aquel otro refrán que acude a la alpargata con tacos, dicho que cualquier zapatero con suficiente oficio, malicia y tiempo libre podría también echar por la borda.

En noviembre de 1990 la familia Ramos, del barrio Bajo Hondo, era la dueña de una perra que, extrañamente, había dado a luz a un cachorro verde.

Suenan las carcajadas del bicho raro del grupo de trabajo (tanto como ese cachorrito) que no conoce del tema y desconfía de que es una de las habituales bromas de sus compañeros.

-Te digo que era verde-, se escucha otra vez.

-Mirá -le contestan-, cuando las perras paren, se comen el líquido que les sale de la bolsa y lamen a los cachorritos para que la placenta les aporte vitaminas para luego amamantar, ese líquido es verde y es pegajoso, eso es lo que el perrito tenía.

Nadie contesta pero tampoco nadie se convence de tan magistral aporte científico. Por un segundo todos hacen como que trabajan pero el conflicto sigue latente. Todos callan y piensan en verde no ecológico.

La grieta del perro verde

La mitad de la gente cree en el perro verde. La otra mitad refuta el hecho.

El joven se anima a preguntar de qué se trata y mientras su duda es evacuada su cara sufre una metamorfosis extraordinaria que pasa de la duda común y corriente a una sorpresa con mezcla de incredulidad y socarronería (cejas alzadas, sonrisa cerrada pero firme, ojos chispeantes y fijos en su interlocutor).

Mientras, alguien le explica que a principios de los noventa llegaba la noticia a todos los medios de prensa de que en ese pueblo habría nacido un perro con tonalidades verdes. Como es natural se resalta el “habría”, pues los condicionales en ese entonces poblaban todas las oraciones, lejos del estilo actual, en el que las sentencias afirmativas, e incluso imperativas (¡convencete!), son el modo exclusivo de tratar el tema.

Las escuelas de la zona organizaban excursiones a la humilde casita del Bajo Hondo, por la calle de la iglesia y la delegación municipal, Rivadavia, hacia el fondo, casi al terminar el pueblo, donde empiezan los campos de la mejor papa del mundo.

El especimen lactaba totalmente ajeno a su magnitud, a la enorme responsabilidad con la que había llegado al mundo: ser la excepción que destrozara la veracidad indiscutible de un dicho popular. O peor aún, a negar, ya en el campo filosófico, la paradoja de Hempel, que utiliza la lógica inductiva para demostrar lo ilógico de la intuición. Menudo problema el del cánido cándido.

Llegaron turistas y periodistas de todo el mundo para retratar al animalito mutante.

El dueño del perro tuvo que armar una agenda para dar entrevistas, debía organizar y pactar horarios y tiempos de visitas con las delegaciones, instituciones y con la demanda espontánea. Todo un hecho trascendental para la pequeña, pintoresca y aletargada aldea rural.

Y la fama es puro cuento

El tiempo pasó rápido. Dicen que el perro perdió coloración y fama en el tiempo que dura una flatulencia en una canasta (otro dicho popular, éste aún pendiente de refutación). Que pasó de valer unos 1.500 dólares a deambular sin rumbo y con absoluta libertad por el barrio sin precio y sin prisa. Nada se sabe de la coloración de su descendencia, pero seguramente verde no ha sido, porque dudas no hay de que ha sido propuesto como reproductor, a la espera de algún gen recesivo o milagro, quién sabe.

Lo cierto es que no hubo engaño. Nadie dice que no era verde. La cuestión está en cuál fue el origen de ese verde esperanza pueblerina que el perrito llevó en su lomo unos días.

A veintiséis años del acontecimiento, el refranero popular no ha perdido su prestigio, la filosofía goza de buena salud, o al menos el episodio no le hizo mella ni a Hempel ni a los planes de estudio de la carrera de filosofía, que evitan hablar del tema como si el episodio no hubiera ocurrido y siguen proponiendo la paradoja de los cuervos sin trasladarla de la familia de las aves a la de los cánidos, probablemente por temor o pereza intelectual.

Años después, en 2002, surgió una noticia similar que provenía de Pico Truncado, provincia de Santa Cruz, que pretendía arrebatar el liderazgo en cuanto a nacimientos de perros verdes y contradicciones filosóficas a la pequeña aldea bonaerense. Pero una científica, rápidamente, acudió al llamado de la ciencia y les enseñó a los piquenses cuántos pares son tres botas (otro refrán autorrefutado: uno y medio). La doña explicó toda la cuestión de la placenta y a otra cosa mariposa (refrán sólo de intenciones poéticas), salvando la reputación de Comandante Nicanor Otamendi en cuanto a su vanguardia en el tema de fenómenos animales.

Y la humanidad, hoy, se divide, por partes iguales, entre creyentes del perro verde y refutadores de tal creencia.

Y quizá, la pequeña aldea no haya pasado a la historia por criar perros verdes, pero sí lo ha hecho por demostrar que la humanidad se divide, sea en política, en deportes, en religión, en filosofía como en zoología, entre las personas que siempre van a creer en perros verdes aunque les demuestren científicamente su inexistencia e imposibilidad genética, y otras personas que nunca van a creer en tales cosas por más que las vean con sus propios ojos.

Comandante Nicanor Otamendi y su legado a la historia: el perro verde y la eterna batalla entre creyentes e incrédulos.

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