Policiales

La Fiesta de San Patricio que tiñó de negro a Mar del Plata

Franco Castro tenía 16 años cuando fue asesinado a sangre fría por un drogadicto que alucinó que le había faltado el respeto a su novia. Pocas veces un crimen había causado tanta impotencia en la comunidad entera.

por Bruno Verdenelli

verdenelli@lacapitalmdq.com.ar

Franco tiene 16 años, rulos negros prominentes y una sonrisa contagiosa que aparece en todas las fotos que le sacan. Su familia, dueña de dos farmacias, es respetada y querida en la comunidad. Va a la iglesia, es alumno de un colegio privado con orientación musical y juega al básquet en el club Peñarol.

Todo en su vida transcurre de maravillas y le augura un futuro promisorio. Las amistades brotan a borbotones en cada nuevo ámbito. Su hermano menor lo admira y sus abuelos están orgullosos de él. Pronto vendrá también el amor de alguna chica.

Entonces llega la velada del sábado 13 de marzo de 2010, una de las tantas que podrá disfrutar junto a sus amigos en el inicio de la juventud. Irán a la Plaza del Agua, donde muchos marplatenses celebrarán San Patricio.

Sólo pasan 30 minutos de la medianoche. Ya es domingo 14 cuando su arcángel lo abandona. Los creyentes así lo entienden: parece que es su destino, o parte de él. Una personalidad oscura y perturbada se cruza en su camino, por la calle Alvear. La encarna un hombre que lo dobla en edad y cuya historia ha sido absolutamente distinta. Antagónica.

De cualquier forma, todo resulta inexplicable. El cuestionamiento dura sólo segundos: es incomprensible, irracional, infundado e impersonal. Pero el disparo es certero, concreto, directo y hacia Franco. En un instante, la bala acaba con su vida, destruye gran parte de las de sus familiares, y termina con la inocencia de sus amigos. Para siempre y de la manera más despiadada.

La ciudad se conmociona y la reacción se replica en todo el país. Una generación completa de adolescentes llora en Mar del Plata por el crimen de Franco Castro, alguien como cualquiera de ellos. Con todo por delante.

A sangre fría

Como en la trágica historia de los Clutter, narrada por la brillante pluma de Truman Capote, la sociedad aparece shockeada en las crónicas de LA CAPITAL. Edición tras edición, el diario reflejó aquellos días lo que los marplatenses sintieron cuando Maximiliano Corredera Legato asesinó de un tiro a Franco Castro: indignación, impotencia, tristeza pueden haber sido algunas de esas sensaciones. Pero sobre todo hubo desolación, porque nadie entendía cómo una comunidad había alcanzado semejante nivel de violencia, además infundada.

Al fiscal Juan Pablo Lódola no le tomó muchos días reconstruir el hecho. Menos de una semana después, cuando miles de ciudadanos se volcaron a las calles para recordar al joven ultimado y exigir justicia, el investigador consideraba que el hecho estaba esclarecido.

Lódola sabía que, como mucho, casi dos años después Corredera Legato y su cómplice, Juan Manuel Riveros, iban a ser condenados por el homicidio del adolescente. Y así fue. En diciembre de 2011, y con la participación de 50 testigos, un debate oral ratificó cada una de las hipótesis del fiscal.

Delirio de cocainómano

Cuando todavía la madrugada del 14 de marzo de 2010 era una ilusión, Franco Castro había salido de su casa de Alvear y Vieytes junto a varios de sus amigos. El grupo caminaba por la calle hacia la avenida Paso, con la intención de llegar a la Plaza del Agua, donde solía celebrarse la Fiesta de San Patricio durante la década pasada.

Algunas cuadras antes, un ex convicto de 31 años acababa de discutir fuertemente con su novia de 22, quien lloraba sentada en el cordón de la vereda. Ese hombre era Corredera Legato y, según determinaron las pruebas reunidas luego, era adicto a las drogas.

La cita no busca estigmatizar a quienes padecen tal tormento, sino que es una característica esencial del caso porque el acto salvaje que cometió el asesino fue, para los jueces que acabaron por condenarlo, una estricta consecuencia de su enfermedad. Un delirio de cocainómano.

Tras la discusión, Corredera Legato salió a la vereda de su casa, ubicada a 120 metros de la de los Castro, y encontró a la mujer desconsolada. En su rapto de inconsciencia, se le cruzó la idea de que alguien que no era otro que él mismo le había hecho algo y por eso lloraba. En la confusión creada por el consumo de estupefacientes, conjeturó que los jóvenes que caminaban más adelante la habían insultado.

Ella le dijo que no había sido eso, que el problema era con él. Pero Corredera Legato no entendía razón. Fue entonces cuando subió a su Ford Fiesta, el que también abordó su amigo Riveros, que estaba en el interior de la casa, y ambos salieron en búsqueda de los adolescentes.

Al alcanzar al grupo de adolescentes, Riveros, que conducía, los encerró con el auto y los increpó, convencido de que habían agredido a la novia de su amigo. Pero en ese momento, Corredera bajó del vehículo y fue directamente hacia Franco Castro, al que le colocó el arma en el maxilar inferior y le disparó.

“Rajemos que le di, vamos que le di”, le dijo a Riveros, quien aceleró el automóvil y se alejó así de la escena del crimen.

Detención

A partir de distintos indicios que sindicaban a Corredera Legato como autor del hecho, o como uno de los partícipes, se allanó su domicilio de Alvear al 4600 el miércoles 17. Seis testigos (los acompañantes de Franco), declaraciones de allegados a la familia del sospechoso, llamados teléfonos de vecinos al 911, e informes policiales consolidaron la prueba para allanar la vivienda ubicada a 400 metros de donde se produjo el crimen.

En el allanamiento, además de detener a Corredera Legato, la policía secuestró el Ford Fiesta (durante tres días se estuvo buscando a un Citroën C3), algunos elementos incriminatorios como un pantalón, una campera y municiones calibre 9 milímetros.

Si bien el arma homicida nunca se encontró, ni tampoco el plomo, esas municiones secuestradas vincularon a Corredera Legato con el hecho. Es que la autopsia reveló que el calibre usado fue de 9 milímetros.

En cuanto al plomo, peritos en armas indicaron que si una pistola 9 milímetros expulsa un proyectil en sentido ascendente -como fue el disparo que recibió Franco Castro- el plomo puede hacer una parábola de hasta 2.000 metros. Por eso resultó imposible recuperar el proyectil, pese a los rastrillajes por la zona y la utilización de detector de metales.

En la casa de Corredera Legato se encontró un arma no apta para disparar y también una planta de marihuana, que mereció la apertura de una causa independiente.

Pero la carga probatoria más fuerte contra Corredera Legato la dio el propio Riveros, al entregarse días después. Lo hizo en la Subcomisaría Casino y en una declaración muy extensa dio detalles. Algunas afirmaciones hechas por Riveros fueron contradictorias para el fiscal, en particular las que tienen que ver con el horario de su llegada a la casa de Corredera.

Ese no fue un detalle menor, ya que Riveros sostuvo que se sorprendió por el estado de Corredera Legato, cuando se cree que ambos pasaron varias horas juntos.

El juicio

“Pido perdón a la familia, aunque esto no sirva de mucho”. Ya en diciembre de 2011, Corredera Legato admitió haber matado a Franco Castro. Fue ante Néstor Conti, Gustavo Fissore y Jorge Peralta, los magistrados que juzgaron lo ocurrido en un debate oral.

El asesino contó que había consumido drogas previo a cometer el crimen. Luego comentó que había discutido con su novia, Carolina Bozzano, y que ella se había ido con un “bolsito” llorando. Que al cabo de unos minutos él se dio cuenta de lo agresivo que había estado y salió a buscarla, hasta que la encontró sentada en el cordón de la calle Alvear.

“Me decía que esos chicos no tenían nada que ver pero yo creía que se reían de mí. Todo lo aluciné yo y con el correr de los días me di cuenta”, admitió Corredera Legato sentado en el medio de la sala, mientras los padres de Franco Castro soportaban su testimonio tomados de la mano.

Fueron muchas las declaraciones, los testigos y las pruebas, pero con la confesión del homicida bastó para una condena que, de todas formas, trajo polémica. Los jueces le dieron 24 años de prisión a Corredera Legato y 14 a Riveros, pero lo que provocó cierta indignación fue el argumento con el que se explicó por qué no perpetua.

Para Fissore y Peralta, el hecho de que el asesino hubiera estado bajo los efectos de las drogas al momento de dispararle al adolescente fue un atenuante. La explicación consistió en que el autor del crimen no era consciente de lo que hacía y eso, en vez de agravar su sentencia, la suavizó.

“No podemos dar el ejemplo de que el que más se droga tiene menos pena”, se quejaron Mario y Mariel, los padres de la víctima, todavía shockeados por esos casi dos años en los que vivieron situaciones peores que la más inimaginable de sus pesadillas. Sin embargo, con el paso de las horas se conformaron con que se hubiera esclarecido el caso con justicia, y agradecieron el apoyo masivo de toda la comunidad, que incluyó enormes movilizaciones, muestras de solidaridad y homenajes de todo tipo a Franco Castro.

En cambio, la más cruda de las condenas para Corredera Legato fue la soledad: mientras escuchaba el veredicto, en la sala no lo acompañaba ni siquiera un familiar.

Los años que siguieron

Para Mariel y Mario Castro todos los días son difíciles. Quizás el tiempo haya cicatrizado la herida, pero nunca borrará el dolor. Lo mismo le sucede al hermano menor de Franco, Martín, quien casi no habla del tema.

Al joven, que está en tercer año de la carrera de Administración de Empresas, no le importa lo que haya pasado con la causa judicial o si el asesino y su cómplice salen algún día de la cárcel. “Nadie nos lo va a devolver”, suele repetir, resignado.

Sus padres, además de refugiarse en la familia, se concentraron en sus carreras profesionales. Las dos farmacias que tenían en 2010 se transformaron en una cadena: en la actualidad cuentan con seis locales, que son fuentes laborales para muchas personas.

Tanto o más importante que el trabajo fue para los Castro la fe. Católicos practicantes, desde el principio del caso mencionaron que no entendían por qué se había producido el crimen de Franco, pero confiaban en su destino providencial. Siempre creyeron en Dios y en la voluntad de llevarse a su hijo al reino de los cielos en el momento en que lo consideró pertinente.

Inclusive, dijeron haber perdonado a Maximiliano Corredera Legato, aunque reclamaron que pagara por lo que hizo en prisión como ejemplo de lo que debe ocurrir en sociedad.

Al día de hoy, la familia continúa siendo reconocida por la comunidad y no hay persona que hable mal de alguno de sus integrantes. A eso también se aferraron: es sabido que para los religiosos, esos que son verdaderamente consecuentes, el amor al prójimo debe ser sagrado.

Afuera el tiempo vuela, adentro no

Juan Manuel Riveros ya goza de salidas transitorias de la cárcel y pronto quedará en libertad condicional: de los 14 años de encierro que recibió como pena por su responsabilidad en el crimen de Franco Castro, ya pasaron más de la mitad.

Un día en el interior de una prisión debe ser interminable, pero en el exterior pasó rápido. O al menos esa es la sensación de los allegados a la víctima.

El caso de Maximiliano Corredera Legato, padre de una niña que ya debe estar por ingresar en la adolescencia, es muy distinto. Preso en el penal de Batán, participó de otro homicidio, ocurrido el 17 de enero de 2016.

La víctima fue identificada como Elio Cajal (31) y el autor del ataque a puñaladas fue un compañero de pabellón del asesino de Franco.

Sin embargo, el fiscal Juan Pablo Lódola -también de turno al momento de este hecho- sindicó a Corredera Legato como cómplice. Para el investigador, fue quien le suministró al agresor la faca utilizada. Esta y otras situaciones vinculadas a su conducta, además de sus antecedentes y la extensa condena que todavía le pesa, hacen que no pueda vislumbrarse una fecha de salida de la cárcel, ni de una eventual morigeración de la pena.

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