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Interés general 5 de agosto de 2021

La historia del biólogo marplatense que participó de una investigación publicada en Science

Gabriel Machovsky-Capuska soñaba desde chico con ser biólogo y superó numerosos obstáculos para recibirse. Desde Australia, donde reside actualmente, fue parte de un estudio que analiza cómo los plásticos son "trampas evolutivas" para especies acuáticas y terrestres.

Gabriel Machovsky-Capuska es marplatense y tiene 44 años. Realizó la licenciatura en ciencias biológicas en la Universidad Nacional de Mar del Plata, su doctorado en ecología en la Universidad de Massey, en Nueva Zelanda y, actualmente reside en Sidney, Australia, con su Familia.

La historia de vida de Gabriel está llena de momentos de sacrificios, de superación y, también de logros, tanto a nivel personal como profesional. Uno de los hitos más recientes de su carrera, fue la publicación, en la prestigiosa revista Science, de un artículo sobre una importante investigación de la que formó parte, junto a dos colegas brasileños.
El estudio, basado en el análisis de la situación de 1500 especies de animales, tanto marinos, como terrestres y dulceacuícolas, señala que los plásticos son “trampas evolutivas” para las especies.

El estudio se realizó desde 2019 y fue impreso en la edición de julio de este año de la revista científica. El biólogo marplatense fue invitado por los doctores Robson Santos (Universidad Federal de Alagoas, Brasil) y Ryan Andrades (Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil), para llevarlo adelante.

“Se trata de una investigación basal, que sirve de base para otras líneas de investigación” explicó Gabriel a LA CAPITAL en una charla por Zoom, en la que detalló que lo “novedoso” del estudio está centrado en que no solo los animales marinos se ven perjudicados por los plásticos en los ecosistemas, sino en cómo éstos afectan la toma de decisiones alimentarias y puede afectarlos a futuro.

Los investigadores brasileros estaban trabajando el impacto de los plásticos sobre tortugas marinas. Gabriel, especializado en nutrición animal, se había planteado varias preguntas en torno a la repercusión de los plásticos en los organismos y había participado junto a su colega marplatense Pablo Denuncio e investigadores franceses y australianos en un estudio sobre “todos los mecanismos que ingerir plásticos abren a los animales y cuales son las posibles consecuencias de eso”.

GEMC_working_Sydney_AUS

A partir de ese trabajo se conectó con Robson y Ryan y, entre otros, siguieron esta línea de investigación que postulaba que el consumo de plásticos “puede tener consecuencias mucho mayores a las que se podían prever”.

“Describir las consecuencias de los plásticos en los animales es muy complejo. generalmente son vertebrados, grandes y se encuentran varados o muertos y para asociar el consumo de plástico con la muertes, la evidencia tiene que ser muy fuerte. Pero ahora empezamos a ver con otros animales más pequeños en los que podemos hacer experimentos y aprender, qué es lo que ocurre. ¿Lo ingieren porque no tienen otra opción? ¿porque se equivocan? ¿Comiendo animales que ya comieron plásticos?” contó el investigador.

Para responder esas preguntas comenzaron a analizar más de 5000 artículos, de un período de tiempo de 22 años.
De allí concluyeron que “el caso de las tortugas, que se comen la bolsa porque la confunden con su alimento es una respuesta, pero no la única”.

“Descubrimos que los plásticos están formados de diferentes compuestos químicos que dan señales químicas, no solo visuales a los animales, y eso también hace que se confundan en las decisiones que toman” amplió.

Además, indicó que “esto nos pasa a los humanos también, cuando uno tiene hambre, en ciertos contextos, las decisiones nutricionales que tomamos en ese momento, quizás no son las correctas, pero estamos desesperados por comer. para los animales eso juega un rol importante, hay que explorarlo un poco más pero está ahí”.

Un tercer impacto del tema tiene que ver con la disponibilidad. “Si la única comida disponible que tenés es de bajo nivel nutricional, no queda otra que comerla igual. Y si tenés hambre y estás propenso a cometer ese ‘error’, comés esa comida que no va a tener un aporte nutricional” explicó.

Cientos de estudios están demostrando que hay plásticos en todos lados, no solo en las aguas, sino en la tierra y en la atmósfera. Incluso que los seres humanos también los ingerimos a través de algunos alimentos y bebidas. “Ese es otro factor, al tener tanta oferta, el animal a veces no tiene la posibilidad de tomar buenas decisiones y caen en la trampa”.

Por otra parte “la manera en que los animales buscan la comida y en la que forrajean también influye: animales que están muy propensos a comer otros animales que pueden haber ingerido plásticos, animales que forrajean en la superficie del agua (plásticos que flotan) o en la parte profunda y hasta en sedimentos, también pueden ingerir plásticos sin intención. Animales que filtran agua, como ballenas o tiburones ballenas u otros animales como esponjas o anémonas, o bivalvos, también ingieren plásticos y lo mismo les ocurre a los animales terrestres”.

Pero ¿Por qué es una trampa ecológica evolutiva? “Porque los animales no desarrollaron, todavía, una técnica para adaptarse, no saben diferenciarlo de su comida”.

¿Pueden aprender los animales en base a la experiencia y corregir ese error? “Nosotros como humanos generalmente cometemos el error, al pensar como humanos, de buscarle una explicación de lo que hacen los animales, pero los animales toman sus decisiones como animales y se basan en la información que tienen disponible y que varía dependiendo de la especie y de su ambiente (por ejemplo el océano, las condiciones climáticas, los animales que viven cerca y cómo están, si están nutridos, qué color tienen, si les dan de comer a sus crías). Con esa información los animales pueden aprender y, en cierto modo, otros animales que viven con ellos, otras especies, pueden mirar y copiar qué es lo que hacen y también obtener información indirectamente. Pero a nivel evolutivo, la problemática de plásticos es muy nueva para ellos, no han tenido tiempo de experimentar o no se dan cuenta o terminan muriendo, por el factor de plásticos o por otros y todavía no es posible medir las consecuencias que esos plásticos tienen para ellos. No han podido aprender de ese error”.

“En este caso en particular, los datos abren la puerta a sugerir que el tiempo evolutivo no les da, aún, para readaptarse y que si se trata de un problema antropogénico, que causamos nosotros los seres humanos, no solo tenemos que tomar conciencia, tenemos que tomar medidas urgentes y profundas”.

Varias vidas en una vida

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La historia de Gabriel es intensa, o “particular”, como la define él mismo. Podría decirse que ha vivido varias vidas en una. Se crio en el barrio de La Perla y cursó la primaria en la emblemática escuela N°1 Pascuala Mugaburu. Desde entonces realizaba trajos part-time para colaborar en su casa, aunque nunca dejó de estudiar. Hizo el secundario en el colegio Don Bosco, con una beca completa, mientras seguía trabajando y apoyando a su familia afectada por una grave enfermedad de su papá. Fue empleado en casas de comidas rápidas, en Topsy, guardavidas en la playa y en la pileta del Emder, entre otras ocupaciones con las que solventó sus estudios en la Universidad Nacional de Mar del Plata. “Mi sueño siempre fue ser biólogo marino, pero me costó muchísimo sacar la licenciatura, con el trabajo en la playa, en la pileta, era difícil acomodar los horarios para dar los finales” reconoció. Pero lo logró y luego trabajó en el Museo de Ciencias Naturales y fue ayudante en una cátedra de la universidad. Así tomó contacto con científicos en la Antártida y le picó el bichito del continente blanco. Aplicó y fue dos veces partes de la campaña de verano en la Isla Nelson, en el refugio Gurruchaga “uno de los más precarios”.

“Estando ahí no solo me encontré a mi mismo, me di cuenta que podía hacer más, dar más, pelear un poco más por mis sueños” contó.

Cuando volvió, mientras continuaba con las últimas materias de la licenciatura, estudió inglés con la ayuda de dos docentes a las que está eternamente agradecido. Terminó la carrera, se inscribió en un programa Work & Hollidays y, con 200 dólares en el bolsillo fue a Nueva Zelanda, donde realizó numerosos trabajos hasta conseguir un puesto técnico en la Universidad de Niwa. “Me costó muchísimo conseguir un trabajo de biólogo” reconoció, pero, al hacerlo, logró demostrar sus capacidades para los trabajos de campo y para continuar trabajando en una cafetería o una sandwichería, para seguir enviando dinero a su mamá, que seguía en Mar del Plata.

Dando clases y con una beca de doctorado, pudo completar su PhD en la Universidad de Massey, Nueva Zelanda, donde en 2011 fue galardonado como el mejor estudiante de investigación del año.

Durante el doctorado conoció a Karen. Con ella, su hija Sabrina y el pequeño Guille (nacido en 2012) formaron una “familia de 4 pasaportes” como llama a la mezcla de nacionalidades.

En 2013 obtuvo, en un concurso al que aplicaron más de 100 personas de todo el mundo, una beca de 5 años para trabajar en la Universidad de Sidney, donde se mudó con toda la familia y está establecido desde entonces. Por su trabajo allí en 2016 obtuvo un reconocimiento al “artículo con más impacto científico del año”.

En 2018, por problemas de salud de sus hijos, redujo notablemente su trabajo en la investigación para ser “gerente de familia”, como define, en referencia a la popular novela argentina de los 90. Aunque asegura que “siempre dejo un porcentaje de mi tiempo para mi pasión, que es la investigación”.

Así, además de dar clases por contrato con diferentes universidades, durante la pandemia dio varios workshops como profesor distinguito para la Universidad Charles, de Paga (República Checa).

“Siempre me gusta estar en contacto con Mar del Plata. Mi aventura es mía, pero para lograrla, mucha gente aportó su granito de arena y estoy muy agradecido” indicó Gabriel, emocionado, en la charla con LA CAPITAL.