Policiales

La historia del delincuente abatido que perdió su última oportunidad

David Angel Schilling (21) murió tras recibir un disparo efectuado por un hombre al que intentó robarle en su casa del barrio San José. Un dato salió a la luz días después: había cumplido una condena por un homicidio cometido en una situación casi idéntica, cuando era menor de edad.

por Bruno Verdenelli

verdenelli@lacapitalmdq.com.ar

Dicen algunos de los miembros del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil que David Angel Schilling (21) podría haber sido un perfecto ejemplo del sistema de resocialización. Cuentan que, durante el encierro de casi cinco años en el Centro de Contención de Batán, estudió, aprendió oficios y hasta consiguió trabajo. Tal era así que, en los meses previos a recuperar su libertad, la Justicia le había permitido el beneficio de las salidas laborales.

Por eso, los mismos especialistas que creyeron que el de Schilling podía ser un caso para ostentar frente a los siempre relamidos representantes de la “mano dura”, se entristecieron al saber que había sido abatido por un hombre al que asaltó a mano armada en el barrio San José. De veras creían que no volvería a delinquir. Que eso era cosa del pasado. Un grueso error de la adolescencia que no cometería de nuevo.

Con el paso de los días la situación se aclaró un poco. Mientras el fiscal Juan Pablo Lódola y la policía buscan al cómplice del fallecido que, dicho sea de paso, huyó del lugar y abandonó a Schilling a su suerte, se supieron más datos del caso. Y del ladrón abatido.

Principalmente, de averiguaciones y búsquedas en el archivo de LA CAPITAL, se desprende que, mucho antes de sus intentos por alejarse del crimen durante los días de encierro, e incluso de su propia muerte, Schilling fue el autor de un homicidio en casi idénticas circunstancias. O el partícipe necesario. Al cabo, ya no importa: cargaba en su conciencia con el hecho de haber sido uno de los dos delincuentes que el viernes 6 de julio de 2012 le dieron muerte a Miguel Angel Suazo, un jubilado de 70 años al que asaltaron a una cuadra de la entrada al Bosque Peralta Ramos.

De acuerdo con las crónicas de aquellos días, eran las 21.45 cuando Schilling, que en ese entonces tenía 17, y otro ladrón mayor de edad le dispararon al hombre en la puerta su vivienda de la calle Acevedo, entre la 61 y la 63. El ataque se produjo cuando Suazo salió a la vereda con un arma de fuego -e incluso efectuó un tiro al aire- para defender a su sobrino, recién llegado de Olavarría junto a su novia. Ambos jóvenes esperaban ingresar a la casa pero los ladrones, que circulaban a bordo de un automóvil, los sorprendieron con fines de robo y les sustrajeron dinero y un teléfono celular.

La víctima quiso ponerlos en fuga, pero el balazo le causó lesiones mortales: luchó por su vida en el Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA), pero fue en vano. Falleció 20 días después.

La detención de los autores del hecho, para entonces, ya se había registrado hacía tiempo. Más precisamente, minutos después del ataque en cuestión. Según explicaron esa misma noche las fuentes policiales, Schilling y su cómplice, de 20 años, escaparon de la zona del Bosque Peralta Ramos pero, lejos de huir de la ciudad o recluirse en algún “aguantadero”, cometieron otro asalto. Fue en Gaboto al 5500: esta vez, contra una mujer, a la que quisieron robarle su automóvil marca Ford Ka. No pudieron, y huyeron rápidamente del lugar.

La policía, que para ese instante ya estaba movilizada por toda la zona sur de la ciudad, realizó una búsqueda veloz hasta que avistó a los delincuentes en Rafael Del Riego y 12 de Octubre, a bordo de otro vehículo marca Daewo, igual que el que habían descriptos los familiares de Suazo. Uno de ellos tenía las llaves del Ford Ka y el teléfono celular de la mujer de 31 años, mientras que el otro escondía un teléfono BlackBerry, modelo 9300, que empezó a sonar sin parar. Cuando uno de los uniformados atendió la llamada entrante, encontró como interlocutor al sobrino del jubilado herido.

Desde ese momento se logró relacionar a los detenidos con el asalto a Suazo y luego, también con los dichos del sobrino de la víctima y de su novia, que identificaron al autor del disparo.

Tras obtener resultado del informe de la operación de autopsia y de otras pericias, el fiscal Carlos Russo ordenó distintas diligencias para esclarecer definitivamente el hecho. Mucho después, la Justicia de Menores condenó a Schilling -sin difundir su identidad, como lo indica la ley- a 7 años de encierro en el Centro de Contención de Batán.

Decisiones

A casi cinco años del crimen de Suazo, los informes sobre el comportamiento y la evolución de Schilling eran positivos para los especialistas. Por esa razón, la Justicia de Menores dictaminó su salida anticipada del establecimiento donde cumplía la condena, que ya había confirmada además durante una audiencia de cesura en el momento que cumplió la mayoría de edad.

El arma que fue hallada junto al cuerpo de Schilling.

Según las fuentes consultadas por LA CAPITAL, Schilling había conseguido trabajo mientras estaba encerrado y, gracias a las buenas calificaciones que presentaba en las evaluaciones de su conducta, gozaba del beneficio de salidas laborales. Pero por alguna razón, una vez que accedió al régimen de libertad asistida, perdió su empleo. Y reincidió.

Así fue como el pasado sábado 3 de junio, el destino volvió a tornarse inexorable. Y Schilling hizo lo que mismo que había hecho la noche del viernes 6 de julio de 2012: tomó un revólver, abordó a un vehículo -esta vez fue una motocicleta- con otro cómplice y, en pocos segundos, sorprendió a un hombre de 39 años en la puerta de su casa del barrio San José.

El video de una cámara de seguridad que tomó estado público en las últimas horas muestra claramente cómo se produjo el hecho: Schilling, amparado en la impunidad que le daba su casco, apuntó por la espalda a su víctima y logró quitarle algo de dinero y su teléfono celular. Pero quería más, y por eso intentó obligar al hombre a ingresar a su vivienda, donde estaban su mujer y su hijo pequeño.

No logró su objetivo y esta vez, el tiro que emergió del otro lado no fue al aire. Además, el suyo no salió. La bala disparada por la pistola calibre 9 milímetros del hombre que lo único que quería era que su familia estuviese a salvo, impactó directamente en el pecho de Schilling, cuya sobrevida sólo le alcanzó para correr algunos metros, subirse a la moto del otro delincuente, y luego caer de espaldas sobre el asfalto en el cruce de Olazábal y San Lorenzo. Y así murió.

El fiscal Lódola comenzó a investigar el hecho, aunque de inmediato supo que se había tratado de un caso de legítima defensa y no dispuso medidas restrictivas de la libertad para el hombre asaltado. Desde ese día, hay un patrullero estacionado enfrente de su casa, con policías que montan una guardia para protegerlo hasta que la vida le dé otra oportunidad.

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