La Ciudad

La historia del marplatense que se dedica a salvar refugiados en el mar

Ricardo Sandoval nació y se crió en el barrio Centenario de Mar del Plata. A los 20 años "escapó" a España en busca de un mejor destino. Hoy, más de 18 años después, es quien le devuelve a los que también escapan un poco de esperanza.

Por Julia Van Gool

@juliavangool

Ricardo Sandoval tiene 39 años y actualmente ostenta el cargo de primer oficial del remolcador de búsqueda y rescate de Proactiva Open Arms, una organización cuya principal misión es rescatar del mar a los refugiados que llegan a Europa escapando de los conflictos de Medio Oriente. Su presente es de por sí digno de reconocimiento, pero su pasado hace de su historia una de esas que valen la pena contar.

El “Tuerto”, como lo llaman sus grandes amigos de la técnica N° 2 Alfonsina Storni sin motivo real, nació y se crió en el seno de una familia del barrio Centenario de Mar del Plata. Siendo el más grande de dos hermanos, y con su papá trabajando en Buenos Aires varios días a la semana, sintió la responsabilidad de ayudar a su mamá desde temprana edad, por lo que desde los inicios de su adolescencia aprendió a la fuerza a coordinar el ajetreo del estudio y el trabajo.

Muchas veces por falta de alternativas y otras por decisión personal, Ricardo nunca priorizó el camino fácil. No lo hizo cuando a los 15 sus amigos hablaban de fiestas y él de trabajar; tampoco cuando a los 20 confesó estar cansado de una vida de pocas alegrías y se fue “con lo puesto” a España; y definitivamente no eligió seguirlo cuando, manejando un yate de un millonario ruso, llegó el llamado que tanto venía esperando.

“Me llamaron para avisarme que se había abierto la vacante en Open Arms y no lo pensé, no había punto de comparación. Prefiero ayudar a miles de inmigrantes a tener que ayudar a un único millonario”, recuerda haber pensado antes de pegar, literalmente, el volantazo de su vida.

Al escuchar su historia, dos certezas parecieran atravesar el relato que une a uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad con las costas del Mediterráneo: nadie escapa porque sí y todo mejora con la ayuda de otro.

Inmigrantes llegados el pasado 16 de febrero a las costas de Málaga. Foto: EFE

***

El comienzo de todo

No se acuerda el mes, pero sí el cansancio de trabajar más horas de las debidas en un frigorífico de la ciudad. Era fines 1999 y hace unos días había hablado con un amigo que se había ido a España a probar suerte. Los relatos de una vida del otro lado del océano quedaron retumbando en su cabeza y nada más ocupaba su mente en los 40 minutos de caminata que separaban su trabajo de la casa que compartía junto a su madre y sus dos hermanos en el sector 8 del barrio Centenario.

“Estaba cansado. Mientras estudiaba en la técnica, trabajaba de mozo; y cuando terminé el secundario, trabajé de lo mío en varios frigoríficos y fabricando cerveza artesanal. Estaba agotado de buscarme la vida todo el tiempo”, reconoce, y recuerda como durante la secundaria “todos estaban de joda” y él “laburaba”.

Las dificultades económicas y el trabajo no eran lo único que lo tenían a mal traer. La situación en su casa, marcada por la ausencia prolongada de su padre y el casi nulo apoyo del resto de la familia, se vio pronunciada tras la muerte de uno de sus hermanos.

Quería irme, necesitaba irme“, repite, una y otra vez, cuando se le pide que reviva esos días. Es que si bien Ricardo había crecido junto a sus hermanos y padres, confiesa que muchas fueron las veces que se sintió solo en la lucha por salir adelante, por lo que la decisión final solo estuvo sujeta a la recaudación del dinero que lo ayudaría a costear el pasaje de ida.

Y se fue. Corría el año 2000 y él, feliz, escapaba a España con más dudas que certezas, pero con la confianza de haber tomado una buena decisión. Aunque asegura que viajó con la idea de seguir trabajando de su profesión, “la vida”, como dice él, lo sorprendió con nuevos caminos.

“Después de pasar por todo tipo de profesiones, trabajé en hotelería, en la carpintería de aluminio y hasta hice tatuajes de henna por la playa, me anoté en mi primer curso de patrón de embarcaciones en la isla de Tenerife”, cuenta, como quien narra el primer encuentro entre dos enamorados.

Ese curso le dio la posibilidad de incursionar en la profesión y así formar parte de la tripulación de barcos más importantes. Con el tiempo, Ricardo se había hecho de un nombre y conseguía titularse como patrón de altura de la Marina Mercante.

Infaltable. El mate lo acompaña en las misiones y sirve de puente entre el Mediterráneo y el barrio Centenario.

En España también conoció el amor de la mano de una catalana llamada Ana. Ella vigilaba el tránsito marítimo desde una torre en el puerto de Tarragona y él recorría las costas a bordo de una velera de vela a cuadra, en el marco de una exposición móvil de la Marina. “Vino a saludar a la tripulación y yo nunca más me fui de esa ciudad”, confiesa entre risas.

A partir de ese momento, la historia de amor de ambos coleccionará varios capítulos memorables. Pero habrá uno, quizás de los más tristes de este cuento, que hará que los viajes y proyectos concretados en conjunto queden en segundo plano.

Una insuficiencia renal de Ana volvía a colocarla en la lista de trasplantes urgentes y un manto de desesperación cubría los días de la joven pareja. Como hacía diez años atrás, su riñón comenzaba a fallar y era cuestión de poco tiempo para que la situación se tornara crítica.

Ese tiempo pasó y Ana entraba en un cuadro del que los médicos temían que no pudiera salir. Fue ese el momento en el que Ricardo volvió a elegir su camino, pero esta vez asegura que fue por el fácil, por el que no lo dejaría solo.

Con formularios y prequirúrgicos de por medio, Ana obtenía su nuevo riñón. En la camilla de al lado, Ricardo, agradecía haber sido compatible.

Con el tiempo será Ana quien no sólo le contagie el entusiasmo por las acciones humanitarias, sino quien lo apoye en la decisión que lo obligará a irse de la ciudad mes por medio.

Solos en el mar

“Nos dedicamos a la vigilancia y salvamento de las embarcaciones de personas que necesitan auxilio en el Mar Egeo y Mediterráneo Central, así como a la denuncia de todas las injusticias que están pasando y que nadie cuenta”, reza en la pestaña “¿Quiénes somos?” de la página oficial de Proactiva Open Arms, una de las tres organizaciones que se encuentran en el mar con el mismo objetivo. Todas trabajan bajo las órdenes del Centro de Coordinación de Rescate Marítimo de Roma (MCRR).

“Conocí la organización porque mi mujer se había anotado para estar en la lista de voluntarios. Al tiempo un amigo logró entrar a trabajar y le dejé en claro que me avisara en cuanto surja la posibilidad de entrar”, recuerda.

Así fue que, en octubre del año pasado, Ricardo dejó su trabajo en una empresa de costosos yates para adentrarse en una de las experiencias que, asegura, ya marcó su vida para siempre.

Ricardo (sobre la cubierta con remera gris) y voluntarios de Open Arms en plena misión de rescate.

“Organicé todo para irme a Malta – país insular al sur de Italia- y terminar de prepararme para mi primera vez”. Las misiones, según explicó, duran 15 días desde que el barco abandona puerto y regresa. El rescate no puede prolongarse más, el tiempo es un factor esencial a la hora de llevar a tierra firme a aquellas personas que llevan días en un gomón en alta mar y, también, al emprender una nueva salida en busca de otros refugiados a la espera de ayuda.

Los días previos a su primera misión se recuerda nervioso y con miedo. “Fui una esponja, preguntaba todo, sabía que cuando llegara el momento me tenía que concentrar en lo que iba a hacer, en la gente que salvaba y no en los miles a los que la ayuda no había llegado a tiempo. Sabía que tenía que caer una vez que todo haya acabado, no durante”.

Su debut en las aguas del Mediterráneo fue “tranquilo”. “No hubo muertos“, destaca, como una señal positiva de un rescate que duró varias horas, pero se realizó sobre un barco “equipado”, sin heridos abordo.

“Lo difícil fue la anteúltima misión, entre el 15 y el 29 de enero. Nos tocó un barco que si bien no llevaba demasiado tiempo fuera, la gente estaba bastante afectada; multiplicaban por diez la capacidad permitida. Murió un hombre por paro cardiorespiratorio y en el viaje murió un bebé de tres meses y tres días. Fue terrible”, aseguró. En esa misión recuerda que rescataron a más de 800 personas.

“En esas situaciones aflora lo mejor y lo peor de las personas. Ves cómo se ayudan entre ellos, se contienen; cómo reaccionan personas que escapan de un país que ya no existe, que ya no tiene nada para darles. También notamos que las diferencias sociales y las peleas por cuestiones étnicas persisten incluso en esos momentos”, asegura, al tiempo que destaca la labor del resto de la tripulación, conformada por una multiplicidad de profesionales que se encargan de asistir a todos los refugiados.

“Muchas mujeres, por ejemplo, viven cosas tan horrendas antes y durante esos viajes de escape, que cuando las encontramos solo las mujeres de la organización pueden acercarse. No pueden mirar a los ojos a ningún hombre”, describe consternado.

Parte del equipo de Open Arms.

Por la carga emocional del trabajo, Ricardo y equipo trabajan un mes sí y un mes no. Las cuatro semanas sin salir al mar suelen ser las más difíciles, porque una vez de vuelta en la tranquilidad de la tierra firme y la casa caliente, el recuerdo de una humanidad corrompida lo atormenta.

“Me quedo pensando qué será de ellos. Muchas veces los rescates son duros y el viaje que viene después para ellos, también. Lo que pienso es que, después de todo lo que pasaron, después de su camino a Libia, de su viaje por mar solos y luego con nosotros, después de todo eso tendría que venir algo bueno. Se lo ganaron, no debería existir fuerza en el mundo que les impida disfrutar de su proeza”.

La grieta absurda

“Un joven fascista atacó a tiros a inmigrantes en Italia y dejó seis heridos”, titula el portal de TN el pasado 3 de febrero en Macerata, una localidad italiana de la región de La Marca.Envuelto en una bandera italiana, Luca Traini, de 28 años, hirió a tiros y al grito de consignas fascistas a seis inmigrantes africanos a días del hallazgo del cuerpo de una adolescente víctima de un brutal crimen por el que fue acusado un nigeriano.

Ricardo reconoce que en Europa existe también una famosa “grieta”, pero en este caso la sociedad se divide entre los que celebran el apoyo a los refugiados y aquellos que ven en esa postura la puerta a la perdición de su “modelo de civilización” y lo demuestran, incluso, con mensajes xenófobos y racistas en los argumentos electorales.

“Hay mucha ignorancia en el tema, algunos creen que pagaron un billete (pasaje) más caro para nacer en Europa”, asegura, dolido, Ricardo. Le resulta imposible no recordar el sufrimiento de las personas que encuentra en alta mar “de madres que salieron de su país con hijos y llegan al otro lado sin ellos; de niños que llegan solos, sin sus padres; de familias que perdieron todo, que tienen que volver a empezar”, enumera, mientras busca las palabras para explicar lo que ya está establecido en los derechos elementales de todos los ciudadanos del mundo.

¿Qué padres subirían a su hijo a una balsa con destino incierto si no tuvieran la certeza de que no existe otra alternativa?“, pregunta y se pregunta.

Con el objetivo de mostrar hasta qué punto llega lo ilógico de la postura, y fiel a su buen sentido del humor, Ricardo cuenta una anécdota.

“El otro día fui a comer a una pizzería. Entro y al rato se presenta el dueño, un argentino. A mí no me gusta contar qué es lo que hago, pero entre una cosa y otra salió el tema y nos pusimos a hablar. ¿Podés creer que me dijo que entendía el temor en Europa? ¿Podés creer que dijo “Es que no cabemos todos”?”, recuerda entre risas. “Por supuesto que ese lugar se quedó con un cliente menos”, arremetió.

***

Desde que se fue a España, a Mar del Plata volvió tres veces. La primera vez 2005, la segunda en 2007 y la última en 2013. La segunda vez se llevó a su mamá a vivir con Ana y él; en todas las tres oportunidades pasó horas poniéndose al día con sus amigos de la Técnica, con quienes, asegura, “el tiempo no pasa”.

Pese a ser la cuna de recuerdos difíciles, Ricardo extraña Mar del Plata tanto como a los alfajores. Mirando para atrás, revive con nostalgia los mates con amigos y los paseos por la costa, razón suficiente para sacar pasaje cada vez que el bolsillo y el trabajo se lo permiten.

Así todo, no duda al afirmar que si pudiera volver el tiempo atrás volvería a hacer todo igual.“¿Que si alguna vez tuve miedo? Si, por supuesto, tuve muchas dudas antes de empezar todo, sobre todo mi trabajo en Open Arms, pero pasar por la vida por pasar y nunca arriesgar nada es en realidad un acto de cobardía”.

 

¿Cómo se financia la ONG?

Proactiva Open Arms, al igual que otras organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro, se sustenta gracias a las donaciones privadas de aquellos interesados en ayudar.

Con el objetivo de fortalecer la transparencia, lo recaudado es publicado en la página oficial de la organización.

Según los últimos datos, durante el 2016 hasta el 30 de septiembre de 2017, las aportaciones han ascendido a 3,6 millones de euros. “La independencia económica de Open Arms es total gracias a la suma de las pequeñas aportaciones privadas”, aclaran y ratifica, en diálogo con LA CAPITAL, Ricardo.

De la información publicada también se desprende que del total de los ingresos, el 96% pertenecen a donaciones privadas de 28.000 personas que han ayudado con pequeñas aportaciones, lo cual garantiza la independencia de la organización. El 4% restante pertenece ayudas de organismos oficiales o administraciones europeas

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...