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Opinión 3 de octubre de 2022

La identidad acorazada (ideología, sectarismo y pertenencia grupal)

Por Alberto Farías Gramegna

 

“Temo al hombre de un solo libro” -Tomás de Aquino

La identidad de una persona puede ser definida como lo que permanece idéntico a lo largo de sus años de crecimiento y consecuentes cambios evolutivos psicofísicos y cultural-experienciales. Es decir, lo que subsiste luego de atravesar todos esos los cambios. Estos presuponen conservar un “nicho” básico de representaciones de uno mismo y del lugar que ocupamos en el mundo, un punto de referencia que precisamente permite reconocer (re-conocer es al mismo tiempo re-conocer-se) que uno es quien es siendo sin embargo distinto al que era. Estamos diciendo que mantener una identidad normal es cambiar.

El adulto normal conserva algo de su adolescencia para reconocerse crecido. No hay cambio sin conservación. Es una ley de la dialéctica. Al decir de Einstein “es de sabio cambiar de opinión cuando las cosas cambian a nuestro alrededor”. Pero ese cambio es de diagnóstico no necesariamente de principios éticos o morales.

La identidad reside en el “Yo” (conciencia de uno mismo) que a su vez existe fenomenológicamente como tal en tanto se confronte con los otros “yoes”. Su origen evolutivo es una mezcla de lo que traigo y lo incorporo, y su marca es la sociabilidad. Siempre hay algo de los otros en mi individualidad. Freud decía que en sentido amplio toda psicología era social. El psiquiatra y psicólogo social Enrique Pichón Reviere (1985) lo enmendó: “El sentido estricto toda psicología es social”. Es la parte de la identidad de pertenencia: algo de nuestra identidad se construyen torno a la familia, al barrio, al trabajo, a nuestra profesión, a nuestra nacionalidad, etc.

Pero nada en particular nos define totalmente; la pertenencia es solo una parte de nuestra mirada. El hombre normal no se percibe exclusivamente en función de un rol o de una preferencia. Es muchas cosas al mismo tiempo y ante todo tiene libertad para pensar diferencialmente evaluando semejanzas y diferencias con el pensamiento del otro, y por tanto la pertenencia no lo aliena. Pero hay otras personas que por complejas razones evolutivas de su historia van más allá y necesitan de la pertenencia exclusiva a una entidad trascendente que los contenga y en la cual alienarse; son aquellas de identidad sectaria, cuya expresión social es el fenómeno del pensamiento único corporativo. No soy la totalidad de mí, soy un elemento ejecutor, un brazo de un cuerpo trascendente al que acepto someterme y subsumirme. Soy la expresión de una condición psicosocial muy intensa y complicada: el fanatismo.

La identidad sectaria: el fanático

“Fan”, deriva indirectamente del latín “fanaticus”, alguien “divinamente inspirado”. El término alude a
“fanum”: templo o espacio sagrado. Winston Churchill dijo alguna vez que “un fanático es alguien que no
puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. He leído en algún lugar un metafórico aserto
advirtiendo que la creencia de tenerlo todo perfectamente aclarado es peligrosa, porque la excesiva claridad
es cegadora. El fanatismo es una actitud de vida que responde a una identidad sectaria; es decir que se
reconoce sólo en referencia a un “Ideal del Yo” imaginario (especular) que se inscribe en una axiología
maniquea al extremo.

La identidad sectaria surge cuando la identidad del sujeto no solo se identifica con algunos aspectos de los
otros, sino que se “disuelve” en el grupo cerrado (de los idénticos y no solo semejantes). Su identidad está
limitada al endogrupo (espectro de la familia idealizada) de pertenencia-referencia y no al exogrupo de
referencia (la sociedad plural) que garantiza el pase socializador de la cosmovisión “endogámica” a la
“exogámica”. Es normalmente el tránsito del grupo primario a los grupos secundarios. Pero para el sectario
su grupo cerrado es una fantasmagoría, una reconstrucción imaginaria de su grupo primario que nunca pudo
superar. Soy en tanto pertenezco a un colectivo de unidad y completud imaginaria que me define como “uno
de nosotros”, donde mi pensamiento resulta clonado. Cualquier desvío será percibido como traición al grupo
y por tanto mi identidad estará en riesgo. La secta (una parte del todo que se vende sin embargo como el
todo mismo) es un “club” que se apropia de todo mi ser. Nada soy sin el cuerpo sectario. Le pertenezco
difusamente. Pienso con arreglo al “manual” de estilo del dogma. La realidad es la que previamente ha
definido el corpus de creencias de la secta. Los enamorados y los fanáticos sectarios (enamorados de los
fundamentos de un relato cosmogónico) comparten ese mismo fenómeno de indiscriminación, solo que por
suerte el enamoramiento del sujeto normal, al igual que la adolescencia, pasa con solo esperar un tiempo
prudencial y queda lo mejor del vínculo: la mesurada afectividad.

Cabe aclarar que cuando decimos “normal” aludimos a la “norma”, una medida estadística que solo indirectamente puede ser valorada positiva o negativamente según sus efectos en la salud o patología de una población. No ocurre lo mismo con las personas que por las vicisitudes de sus personalidades necesitan incorporar la “droga” de la pertenencia excluyente al grupo sectario. Y uso esta palabra porque el sectario es psicológicamente un “adicto” (a-
dictum, sin palabra propia), adicto a la “Idea” suprema, la imagen, el culto al ícono, a la adoración totémica,
a con-fundirse con el Dogma que justifica y es razón necesaria y suficiente de existencia.
El sectario no pertenece a una corriente de opinión, “es” la corriente misma. Por eso se define a partir de una
exterioridad que lo co-instituye: el “ismo”. Así mudará en “…ista”, precedida su presentación por la
expresión “Soy (tal cosa) …ista”

La “tribalidad” como refugio sectario de la identidad

Aquella presentación es una autopreservación, un reaseguro que “es” alguien por ser parte de algo más  grande que él. Esa es parte de la explicación ante el curioso comportamiento de la obediencia automática acrítica. Los cuerpos fanatizados (piénsese en el concepto de grupo “corporativo”) en la historia de la Humanidad enfatizaban siempre el término “obedecer” emparentado a la idea de “lucha”.

Esto porque la visión sectaria se alimenta de dos presupuestos básicos: la pertenencia incondicional al grupo y una temática excluyente que “explica la verdad del mundo”.

El sectario ve todo desde un solo tema omniabarcativo, un reduccionismo discursivo, un pandeterminismo:
puede ser seudo-político, económico, clasista, racista, religioso, moral, místico, sexual, cientificista, etc.
Pero siempre será sesgada la explicación de porque suceden las cosas con las que la secta debe enfrentarse.
Por tanto, la idea sectaria se inscribe en un versus -antagónico por defecto- de o de las contra-ideas.

El pensamiento sectario es esencialmente maniqueo. Si siente amenazada la certeza que da la identidad
corporativa, responderá siempre con la idea de luchar para desenmascarar o destruir a las “otras”
explicaciones. Siempre los sectarios están “luchando contra…” (sic). Esa lucha no es amigable sino inscripta en una lógica amigo-enemigo, al que hay que imponer la realidad de la secta. Por tanto, la identidad sectaria es por efecto de esa lógica una identidad autoritaria, que en determinadas condiciones históricas sociopolíticas-culturales muda en totalitaria. Los “ismos” así devenidos son expresión de la identidad sectaria, es decir la antítesis de la política, que es expresión de la multiplicidad de ideas diversas en la sociedad abierta de la “polis”, donde la pertenencia no anula la libertad de ser uno mismo, siendo parte al mismo tiempo del ellos y del nosotros. A propósito de la identidad sectaria mimetizada con una determinada ideología en “El hombre de un solo libro, creo, luego existo”, hemos intentado una aproximación descriptiva a la vez que conceptual, de lo que se identifica como dinámica del “pensamiento ideológico” -para diferenciarlo del que precisamente no es- desde la perspectiva de la Psicología Social y de la Personalidad. Este nuevo ensayo no pretende demostrar una relación causal forzosa entre personalidad e ideología, desde luego, sino señalar que determinadas personalidades pueden ser más afines a la adhesión de ciertos patrones axiológicos por empatía identitaria y/o facilitación de mecanismos defensivos del Yo, que propician una “identidad acorazada”.



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