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Opinión 14 de mayo de 2020

La importancia de salvar vidas

Por César Grinstein

Pongamos las cosas claras desde el principio: tengo la opinión de que la gestión de la pandemia ha sido mala en todo el mundo y está siendo particularmente mala en Argentina.
Cuando todo esto termine, y si hay algo seguro es que va a terminar, nos encontraremos con consecuencias tan calamitosas, que nos harán ver que la humanidad en su conjunto ha cometido el mayor error de su historia.

Me apresuro a decir que no abono ninguna teoría conspirativa. Y creo advertir que las decisiones ante la crisis Covid no deben analizarse con la lupa “ideológica”.
Simplemente, lo que es primordial comprender es que las personas se ocupan de sus propios problemas. Y que los gobiernos están compuestos por personas. De manera tal que en este Antón Pirulero mundial, cada gobierno atiende a su juego.

Dependiendo entonces del “juego que atiendan”, surgirán las decisiones que cada uno tome. Conviene recordar que las personas decidimos luego de responder a tres preguntas. La primera es ¿de qué información disponemos? La segunda, ¿qué es lo que queremos lograr? La tercera remite a ¿cuál es el conjunto de valores y supuestos que conforman la cultura en la que estamos inmersos?
En el caso del Covid-19, hecha la excepción de China, todos los otros países y regiones del mundo contaron con la misma información: los datos provenientes de aquellos lugares donde el virus se manifestó con anterioridad.

El objetivo declarado unánimemente fue el de “salvar vidas”, ¿quién podría no estar de acuerdo? Lo que es diferente, y en muchos casos directamente opuesto, es la respuesta a la tercera pregunta. Es decir, el modelo mental con el que se enfrenta la crisis.
Ante idéntica información y objetivo declarados, si la sociedad cuenta con una sólida confianza en sus autoridades y privilegia el cuidado de las libertades individuales en un marco de responsabilidad por las propias acciones, las decisiones reflejarán lo que podríamos llamar el “modelo sueco”. Mientras que si el modelo mental que prevalece es el de una historia de control, de fuerte intervención del Estado, de desconfianza entre los miembros de la sociedad y de baja responsabilidad individual, sino más bien una marcada tendencia a encontrar culpables externos para toda crisis que se enfrente, las decisiones reflejarán lo que podemos llamar el “modelo argentino”.

El saldo en el futuro

La influencia de esto que llamo modelos mentales es decisiva, y nos permite ver con claridad cuál es el verdadero objetivo, lo que en la práctica se busca, escondido tras el velo casi metafórico de la meta declarada de “salvar vidas”.

En realidad el modelo sueco no busca salvar vidas, sino más bien impedir el colapso del sistema económico y social. Es un objetivo de mediano y largo plazo, de allí que las autoridades suecas insistan en que los resultados se deben medir en un año, o más tiempo aún.

El modelo argentino (que es ciertamente el modelo de varios países de nuestra región) traduce “salvar vidas” por lo que en la práctica es impedir el colapso del sistema sanitario nacional. Esa es la prioridad abiertamente declarada y la preocupación central de las autoridades nacionales. Y el conjunto de decisiones relacionadas con esta crisis así lo reflejan en lo estricto de la cuarentena, su duración, su obligatoriedad y el universo de personas comprendidas en el “quedate en casa”.

Obviamente que en el final, puede decirse que ambos modelos buscan salvar vidas. Pero la pregunta relevante es ¿cuántas vidas puede salvar cada uno de los modelos? En el corto plazo las decisiones tomadas en Argentina han sido exitosas, medidas en términos de impedir el colapso del sistema sanitario. Hasta aquí esto se ha logrado. Debe ser dicho, como así también que, en consecuencia, se han salvado vidas.

Sin embargo, y dado que la economía es simplemente la expresión material de la posibilidad de vida de los seres humanos, el daño económico brutal que se ha infligido en nuestro país hace pensar con muchos fundamentos que la pérdida de vidas en el mediano y largo plazo como consecuencia de las decisiones que en la actualidad están siendo tomadas y sostenidas, expondrá un saldo que hemos de lamentar amargamente. Las decisiones tienen consecuencias de corto, mediano y largo plazo (la cantidad de muertes como consecuencia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki a lo largo de los años superaron con creces el recuento inmediato de víctimas). Y todos los indicadores empiezan a mostrar que la estrategia del “aislamiento social obligatorio” salva vidas en el corto plazo y las condena en el mediano y largo.

En todo el mundo entre el 1 de enero y el 13 de mayo de este año, han muerto de hambre casi 4 millones de personas, por falta de acceso al agua potable más de 300 mil, la malaria se ha cobrado 860 mil vidas, el HIV 615 mil, los suicidios superan los 390 mil, mientras que los muertos por Coronavirus suman 293 mil. Resulta obvio que el Covid-19, aún cuando es una enfermedad para nada trivial y que necesita de cuidados, es abrumadoramente menos letal que todas las otras causas de muerte que hemos destacado.

Todas los otros motivos de decesos enumerados están asociados con la pobreza, ya sea por imposibilidad de acceder a un recurso (hambre y sed) como por la precariedad en los cuidados (malaria, HIV). En el caso de los suicidios existe una correlación totalmente comprobada entre éstos y la tasa de desocupación. Ambos guarismos suben o bajan en exactamente la misma proporción, con un desfasaje temporal de un par de períodos.

El costado más terrible

Las consecuencias económicas de la gestión de la pandemia empiezan a mostrar su costado más terrible. Vayan tres ejemplos. Dice la OIT que unos 1.500 millones de personas, que representan casi la mitad de la fuerza laboral mundial, perderán sus trabajos. La ONU informó que las cuarentenas han provocado un aumento del 12 % del promedio de contagios por tuberculosis. Y la cantidad de muertos por malaria se ha de duplicar este año, llegando a la pavorosa cifra de un aumento de 750 mil fallecimientos. Esto no va a ocurrir, está ocurriendo y es consecuencia directa del aumento de la pobreza a un ritmo jamás visto en la historia.

Si esto es tan claro, ¿por qué las autoridades insisten en la estrategia del distanciamiento social, cuyas consecuencias económicas se cobrarán muchas más vidas de las que se salvan?

Porque como hemos dicho al principio, cada uno soluciona su propio problema. ¿Qué le reclamarán los suecos a su gobierno si falla en su objetivo? El colapso del sistema económico y social. ¿Qué le reclamará la gran mayoría de los argentinos a su gobierno? El colapso del sistema sanitario deficiente, consecuencia de décadas de desinversión provocada por la ineficiencia a veces y la corrupción muchas otras, de la clase dirigente. Clase dirigente que, conviene recordarlo, es más o menos la misma en la actualidad que en los últimos 20 años. A ellos se les reclamará por los muertos en el corto plazo. Mientras que para los muertos por la “crisis de la economía” que inevitablemente sobrevendrá, ya tienen a su chivo expiatorio preferido. La culpa la tendrá el egoísmo y la miserabilidad de los invariables villanos de la película: todos aquellos que trabajan persiguiendo “su beneficio individual”.

Es hora de exigir que se atienda nuestro juego, no sea cosa que por durar nos olvidemos de vivir y terminemos muriendo en casa, cada día un poco.



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