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Policiales 4 de febrero de 2025

La insoportable realidad de un deterioro social que se lleva la vida de inocentes

El crimen de Cristian Velázquez se emparenta con el de septiembre de 2010 y que tuvo como víctima a Dardo Molina. La muerte de un inocente a manos de delincuentes que son la peor representación del deterioro social.

Quienes proponen que toda vida vale lo mismo caen en la falacia biologicista del individuo y no consideran los contextos sociales ni la importancia de la interacción humana. Para la convivencia armónica en comunidad, la vida de un inocente vale mucho más que la de un delincuente. Y mejor dicho aún, duele mucho más cuando se pierde. Por eso el cobarde asesinato de Cristian Velázquez (50) se erige como un angustioso golpe de realidad y la exigencia de justicia es grito común, aunque solo sirva como mínima compensación.

“Hay un deterioro absoluto de la sociedad en la que vivimos, que se viene produciendo desde hace mucho tiempo, no de ahora. Condicionado por múltiples factores como la marginalidad, la pobreza, el consumo excesivo de sustancias, la aparición de la droga como un elemento detonante. Tenemos la sociedad con un nivel de deterioro muy significativo. Eso no se recompone de un día para el otro y se necesitan arreglar muchas áreas. Cuando el sistema Judicial llega, llega tarde. Y si interviene el sistema penal es porque todos los sectores del Estado previo no funcionaron”.

Las palabras son de Alejandro Pellegrinelli, el fiscal que investiga el crimen de Velázquez y que desde hace tiempo viene remarcando esta cuestión. “Nacho” y “El Guachín”, los dos señalados de ser los autores del homicidio del kiosquero, son consecuencia de ese deterioro. Basta con ver sus redes sociales y los “valores” que construyeron en su vida cotidiana para entender que, tarde o temprano, iban a terminar causando dolor ajeno.

Ayer la policía cuestionó la labor del periodista de LA CAPITAL en la escena del crimen porque tomaba fotografías del frente del comercio. “No te importa el dolor de la familia, a vos…”, le lanzó un oficial pasado de peso, sin darse cuenta de algo clave: el dolor más importante es el que infligió el asesinato, no la foto. Con fuerzas policiales mejores preparadas y menos corruptas tal vez Velázquez hoy estaría vivo. Porque este caso guarda similitudes con el de Dardo Molina, ocurrido en septiembre de 2010 cuando también dos delincuentes en una motocicleta llegaron a su kiosco ubicado en Luro y 190. Un caso atravesado por la corrupción policial.

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Ese día, quien descendió para cometer el asalto fue Juan Sebastián Santucho, que por entonces tenía 22 años. Mientras Santucho entraba al comercio, su cómplice, de 16 años, permanecía en el vehículo para apresurar la huida.

Molina recibió un disparo en la cabeza y a diferencia de Velázquez, no murió en el acto, sino que tuvo una agonía de 86 días, para fallecer en un nosocomio del partido de Tres de Febrero.

Ese hecho marcó a toda la sociedad marplatense porque, además de la autoría de Santucho y el menor que derivó en la condena perpetua del primero y en el encierro por algunos años del segundo, se comprobó una pestilente corrupción policial en la comisaría sexta, con jurisdicción en el lugar del hecho. La familia Molina contaría tiempo después que los policías de esa dependencia concurrían a pedir coimas, pero lo más grave fue que unas horas antes del hecho, los efectivos Miguel Parrado y José Luis Camargo dejaron ir a Santucho, a pesar de interceptarlo en la calle con un arma. “Se quedaron con la pistola calibre 22 y con los 200 pesos que Santucho les ofreció”, se ventiló en el juicio. Además de Camargo y Parrado     otros cinco policías fueron condenados en una segunda instancia por irregularidades en la investigación del hecho.

La Justicia, como cualquier institución del Estado, también tiene sobre sus hombros la sospecha de deterioro aun cuando muchas veces su mal funcionamiento sea confundido con corrupción (que la debe haber) o en ocasiones sea la aplicación de leyes benignas para delincuentes.

Por ejemplo “El Guachín” es Cristian Néstor Monje, quien desde su época de menor de edad -hoy tiene 34- aparece en varios procesos penales. Dos de ellos son muy relevantes, como el expediente en el que se lo acusó de participar en el asesinato a tiros a Ricardo Ferreyra, en la zona de San Lorenzo y 190 en abril de 2014. La Justicia intervino y determinó que como Ferreyra iba armado, Monje y su compañero actuaron en legítima defensa.

“El Guachín” había sido condenado a 6 años de prisión en 2020 por un violento asalto contra un padre y su hijo en la zona de González Chávez y San Salvador. En junio de 2019, acompañado por otros dos delincuentes, C.M. interceptó a ambas víctimas cuando salían de la casa y tras reingresar al domicilio perpetrar el robo, el cual tuvo momentos de extrema violencia. El padre fue salvajemente golpeado, mientras cargaban su Fiat Palio con distintos objetos de valor. Tras huir, “El Guachín” y sus cómplices incendiaron el Fiat en García Lorca y Friulli. Una huella dactilar suya en la vivienda permitió su identificación, detención y posterior condena.

La pena se agotó en 2024 y para entonces Monje ya estaba en libertad. El tiempo no lo desaprovechó según el fiscal Fernando Berlingeri, porque el 16 de septiembre pasado, junto a un cómplice, ingresó en una veterinaria de Antártida Argentina al 2500 y redujo a una docena de personas, entre empleados y clientes. Con 550 mil pesos y algunos celulares escaparon los dos delincuentes, pero el fiscal Berlingeri obtuvo pruebas para identificar a Monje.

Asalto a veterinaria en septiembre pasado.

Asalto a veterinaria en septiembre pasado.

En octubre se allanó su domicilio y “El Guachín” no estaba. Igual, la jueza Lucrecia Bustos no había concedido la orden de detención, por falta de pruebas. La policía revisó la casa y secuestró una escopeta y dos teléfonos celulares, pero la jueza insistió en que faltaban pruebas para detenerlo. Sorpresivamente el 30 de octubre, sabiendo que no había orden de detención en su contra, se presentó ante el fiscal, se negó a declarar y se fue a su casa.

Pero Monje volvería a “recaer”, porque el 8 de enero último el fiscal Berlingeri le solicitó a la jueza Rosa Frende la detención por otro nuevo hecho. El 30 de diciembre anterior dos hombres armados, en una motocicleta de 110 centímetros cúbicos, llegaron a una tienda de mascotas de Génova y Villar. Quien descendió fue uno de ellos: la policía lo reconoció en los videos como “El Guachín” Monje. Robaron y huyeron. Esta vez la jueza de garantías entendió que sí había pruebas suficientes para detener a Monje, aunque nunca lo encontraron.

En la tarde del lunes reapareció su nombre entre los investigadores cuando analizaron las cámaras de seguridad del kiosco de Velázquez. Vieron dos hombres en una moto 110, uno solo de ellos descendió, robaron y huyeron. Para los policías, indiscutiblemente “El Guachín” Monje fue el que disparó contra el kiosquero y lo mató. A pesar de que estaba prófugo y de que supuestamente era buscado por la policía en la misma zona en donde había cometido hechos anteriores o por lo menos estaba sindicado de haberlos cometido.

Por estas horas,  el fiscal Pelegrinelli pidió la detención de “El Guachín” Monje por el crimen de Velázquez. La Justicia de Garantías debe resolver. Mientras tanto está prófugo por una causa anterior, no por esta, en la que está señalado de matar a un inocente, a un hombre querido en el barrio, al que ahora lloran muchos en Mar del Plata. Porque su vida valía más que la de los delincuentes.