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Opinión 22 de mayo de 2020

La normalidad perdida

Por Andrés Rodríguez

El coronavirus es, ante todo, una tragedia humana, una crisis cuyo alcance no puede ser estimado y que obliga a alterar la vida cotidiana. La lucha contra el Covid-19 es la prioridad inmediata del mundo, un gran sector de la sociedad está aterrado y haría cualquier cosa por haber podido evitar esta pandemia. Es en este sentido, y con la misma lógica, que se debe pensar la crisis climática, ya que las consecuencias del cambio climático permanecerán entre nosotros por mucho más tiempo y con impactos catastróficos mucho mayores.

Se debe replicar en términos de urgencia y necesidad la experiencia sin precedentes que se encuentra en marcha en todo el mundo para frenar el coronavirus y de la misma manera, dar una respuesta global a la crisis ambiental. Millones de personas se están adaptando actualmente a las restricciones para derrotar al Covid-19, con mucho esfuerzo, sobre todo los sectores más necesitados que enfrentan contradicciones tan extremas como protegerse del virus o comer.

Ante esta situación y a modo de solución al problema, el “Sistema” pide a gritos, a través de sus muchos comunicadores, volver a la “normalidad” y recuperar rápidamente el funcionamiento de la economía. Si bien la situación sanitaria y económica que la humanidad está atravesando es angustiante, produce asombro pensar que el común de las personas pueda acompañar este reclamo del mercado, siendo que esta “normalidad” anhelada incluye factores ambientales, climáticos, energéticos, hídricos y alimenticios que reflejan el agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social que se conoce como “Crisis Civilizatoria”.

Inequidades

Existe una inequidad inherente al sistema capitalista, tal como hoy se lo conoce, en el que la rentabilidad del capital es siempre mayor a la tasa de crecimiento de la economía y como consecuencia de esto, el increíble aumento de la brecha social, al punto que 8 personas concentran un patrimonio casi equivalente a la mitad de la población mundial más pobre.

El 10% de la población de más altos ingresos genera el 50% de las emisiones de dióxido de carbono que contribuyen al cambio climático que pone en jaque la vida en la tierra, mientras el 50% con menores ingresos es responsable solo del 10% de esas emisiones.

El 30% de la población mundial, la que consideramos como la clase consumidora, es la que genera el 80% de las emisiones y el 70% restante solo genera el 20%. Todas estas desigualdades, este atropello sobre la naturaleza, esta fragilidad a futuro (¿a futuro?) tienen que ver con la “normalidad” que se añora. ¿Tan irresponsables podemos ser con nuestros hijos…?

Colonización

El sistema económico ha colonizado la salud, la educación y, entre otras muchas cosas, a ciertos políticos. Líderes mundiales de la talla de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson y tantos otros, ni siquiera hacen mención a que el valor de la vida, ganada o perdida, no tiene precio y solo hablan de recuperar de manera urgente la economía. Ellos no mencionan siquiera, que es mayor el costo de enfrentar la pandemia, en términos económicos, al momento que ésta se hace más virulenta y que por lo tanto se ahorran recursos si se evita la explosión de la misma. El costo de la lucha contra este enemigo invisible es público y se paga entre todos, mientras el mantener la economía activa es en exclusivo beneficio de los intereses de unos pocos, los de siempre…

Sin duda el padecimiento extremo al que la humanidad está expuesta genera una angustia equivalente, pero esta experiencia debe ayudar a visualizar cómo construir un mundo más sostenible y cómo enfrentar de manera más solidaria la crisis climática.

Esta tragedia impone a la política una nueva dinámica, nuevos tiempos de respuesta, nuevas directrices (empleos verdes, nuevas tecnologías, matriz energética, agroecología, etc.). Un auténtico Green New Deal (nuevo pacto verde) como eje de desarrollo. Impone un cuestionamiento a los sistemas productivos que deben ser sometidos a un replanteo real. Deben ser parte de una comunidad responsable con el ambiente, económicamente viable y socialmente justa.

Qué triste sería atravesar tanta angustia, tanto sufrimiento, tantas muertes, para volver rápidamente a vivir en una “normalidad” que nos condena a la tragedia.