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Opinión 27 de diciembre de 2021

La pandemia de la incertidumbre

Por Alberto Farías Gramegna (*)

En la nota “Más allá de la pandemia”, publicada en este mismo espacio en abril de 2020, decíamos que “(…) un equipo de investigadores marplatenses, realizó una encuesta comparativa en dos etapas a personas en situación de confinamiento obligado, para evaluar el impacto emocional del mismo y encontró que el motivo de preocupación predominante se modificaba a medida que el tiempo transcurría: de temor al contagio primero, luego los conflictos de convivencia y la desorientación ante la ruptura brusca de las rutinas y finalmente, lo que permanece hoy: la supervivencia económica por el colapso de los ingresos”. Eso fue escrito hace casi un año y medio, y desde entonces mucha agua ha pasado debajo del puente.

Hoy, en el mundo la vacunación masiva, aunque desigual según los países más o menos desarrollados, ha modificado en gran parte el riesgo de mortalidad en determinados grupos etarios con menor defensa ante el contagio, pero las diferentes variantes del coronavirus, sigue haciendo inestable el retorno a la normalidad societaria y por tanto la otra “`pandemia”, la de la incertidumbre genera las condiciones para el surgimiento de múltiples conflictos de diferente nivel de sustancialidad: los derivados por la economía y los intereses laborales y sectoriales y los que derivan de las patologías psicosomáticas asociadas al estado general de la crisis. Y lo que parece estar en “ascuas” es una actitud exclusivamente humana: el proyecto de vida y la estabilidad del contexto para consolidarlo.

La aparente paradoja de “vivir el momento” como proyecto de vida

La palabra “proyecto” deriva del latín “pro-iectus” y significa “lanzado hacia adelante, que avanza”. El proyecto es la esencia de hombre en la búsqueda del sentido de la vida, que lo diferencia del resto de los animales que viven en un presente continuo, aunque anticipen escenarios por efecto del aprendizaje y los reflejos condicionados, al menos hasta donde sabemos.

La Psicopatología y la Psiquiatría, han enfatizado la importancia del “proyecto de vida” y el papel que el manejo y la planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort emocional de las personas.

Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y situaciones que aún no son reales, pero que existen en nuestras cabezas, por lo que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación. Imaginamos cómo seremos, lo que haremos y dónde en un lapso corto, mediano o largo. Imaginamos cómo se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio tiempo virtual, que sólo es prerrogativa humana: la idea de futuro.

Y es esa misma idea la que modela nuestro actuar en el presente y su ausencia o su cuestionamiento por la incertidumbre derivada de la crisis pandémica actual nos paraliza, nos atemoriza y frente a esa sensación de incomodidad, la reacción mayoritaria es la de “salir al toro”, confrontar con eso que nos amenaza, venciendo al miedo y paradojalmente para afirmar nuestro proyecto (que es tiempo, plan, acción y espera de los resultados) nos abrazamos al puro presente para “vivir el momento”, ya que el mañana aparece como mera incertidumbre. Pareciera una suerte de oxímoron, una metáfora de los tiempos de crisis existencial. Todo muy humanos, insistimos. Y la incertidumbre prolongada se realimenta a sí misma creando las condiciones para el estrés crónico con todos los efectos psicosomáticos deletéreos asociados a la misma.

El virus de la incertidumbre y las paradojas de la libertad

Dudas, deseos, miedos, apetitos, disputas de intereses y confrontaciones ideológicas en la crisis, alimentan cada día los noticieros del mundo, matizado con los previsibles y agobiantes informes de las idas y vueltas del coronavirus y sus ya variopintas mutaciones con nombres del alfabeto griego clásico. Todo muy previsiblemente humano. ¿Utilización política y especulativa de la pandemia? ¿Resurgimiento de ideas autoritarias, xenófobas y de conspiraciones delirantes? ¿Negacionismo y necedad mezclado con superchería, misticismo e ignorancia? Si, claro, también todo muy humanamente previsible. El Hombre (la noción antropológica de la especie incluye a la mujer, así que no se preocupen los “inclusivos”) es un simio enigmáticamente evolucionado cuya esencia animal es la emocionalidad reactiva ligada a la biología y que en un esfuerzo notable de la filogenia ha logrado un aceptable nivel de racionalidad, aunque siempre sometida a la creencia y a la afectividad, las que solo ceden un poco ante el desafío impertinente de la ciencia. Aún los que nos consideramos duros agnósticos y allende el misticismo religioso, cada tanto descubrimos que cedemos concesivos ante la fascinación del pensamiento mágico, como los niños pequeños que prescinden de la causalidad y somos hijos de la motivación amarrada al deseo más trivial y vulgar. Al fin y al cabo, de carne somos y la libertad absoluta (que es mera ilusión) nos da miedo, por eso la falta de certezas derivada de la pandemia nos aterra y buscamos combatirla con otra ilusión: la del determinismo (“Esto ya estaba escrito que iba a suceder porque…”, etc.) o el fatalismo (“La Humanidad se va a autodestruir y agrede al Planeta…”, etc.) También con la omnipotencia del orden y la determinación autoritaria (“Hay que obligar a la gente a…”, etc. y “Se necesita alguien fuerte que ponga orden y …” ·, etc.). Otras tribus muy populares, aunque minoritaria pero intensa y ruidosa son los “negacionistas” y los “conspiranoicos”: en su necedad, los primeros niegan la existencia del virus que agobia globalmente, o simplemente temen a las vacunas, y los segundos rechazan todo control y se niegan a vacunarse, porque remiten todo a una gran conspiración político-empresarial (sic) de manipulación comercial. Cuando algo genera incertidumbre emerge el miedo y la ansiedad y se recurre a una defensa siempre eficaz a corto plazo: la presunta certeza de una creencia dogmática a la que nos aferramos para tranquilizarnos, aunque sea la peor de las explicaciones posibles. Preferimos la certeza inventada a la duda real. El Destino, aunque atroz, es más cómodo que la idea del azar o el caos de las acciones contingentes.

Los falsos dilemas de la Libertad

Pero quizás, la más interesante de la “tribus” seudoideológicas que hoy ocupan las primeras planas de los medios es la de los “libertarios” fundamentalistas, que piensan que cualquier restricción amenaza y vulnera su idea un tanto “naif” de libertad, apoyándose en falsos dilemas. La libertad del hombre es posible en sociedad (por tanto, Robinson Crusoe no era totalmente libre en su isla). La paradoja de la libertad es que somos libres en tanto “esclavos” de la Ley (que no del decreto o la voluntad arbitraria del Dictador o el Tirano) La Ley es humana (no hay Ley Divina en sentido estricto, sino Dogma) y por tanto falible y modificable en el consenso de las democracias. Con el criterio extremo de los “fundamentalismos libertarios”, la luz roja de un semáforo que me “obliga” a detenerme, es un atentado a mi libertad de seguir cruzando la calle. La afirmación se niega a sí misma por el absurdo, ya que todos entienden el peligro para la vida de propios y terceros, pero en esencia es la misma lógica de quienes, más allá de sus creencias, sugieren que, si me piden un certificado de vacunación para determinadas actividades inclusivas, atentan contra mi libertad. Pues bien, nadie obliga a un conductor a conducir un vehículo, pero si lo hace debe respetar las reglas del juego, como el futbolista las reglas del fútbol. Así también nadie obligará por la fuerza a vacunarse a quién no quiera, pero deberá aceptar las restricciones de las reglas consensuadas de la sociedad y sus instituciones, o vivir en la isla de Crusoe, con el que seguramente tendría algunos conflictos de convivencia. Un tema un tanto más complejo de resolver en el plano del Derecho y la libertad es la negativa de los padres que por sus creencias eluden los planes del calendario de vacunas de la infancia, asunto que excede el objetivo de esta nota y las expertise y conocimiento del autor.

Somos seres contingentes amalgamados con innegables factores deterministas como la herencia y la educación familiar. También por suerte o por desgracia seres de cultura que, abrazados a las creencias y las tradiciones, nos motivamos (cosa distinta a la causalidad) para ciertas metas y por tanto conscientemente o no construimos “profecías autocumplidas”. Somos en parte lo que creemos que somos y sobre todo lo que los demás creen ver en nosotros. Otra vez la vida en sociedad, que como tal suele llevarse mal con la pandemia de la incertidumbre.

(*) [email protected]