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Opinión 18 de marzo de 2020

La peste en mi pago

Por Raúl Acosta

Miércoles.

Al parecer todos estamos, en mi pago, sacando una cuenta. Una suma. Estamos sumando los respiradores que tienen los hospitales públicos y los que podrían facilitar los sanatorios privados. No son tantos. La pregunta, después de la suma, es una: ¿dónde se consiguen, quien los trae y quien los paga? .Parece que, si la peste sigue, el remedio no viene y la cuestión se complica el tema central será respirar.

Minguito Tinguitella, ese sensacional personaje creado por Juan Carlos Altavista, decía “serapia extensiva”, por equivocación, cuando se refería a Terapia Intensiva y por ahí va la cosa con esta peste. Te recomiendan no salir a la calle y lavarse con agua y jabón las manos cada dos horas mas o menos, porque este virus es grasoso (eso dicen los infectólogos, epidemiólogos y biólogos) y el agua jabonosa lo degüella. Pero si te enfermás, te hacen el análisis y sale mal la taba y páfate, te avisan que el virus se te metió dentro, te dicen lo único que te pueden decir, que lo tomés con calma, no hay vacuna, quédate quietito y esperá que no te haga pomada las vías respiratorias, los pulmones. Es como uno de la gripe, es parecido pero totalmente mal bicho. Por eso los respiradores. Si yo fuera gobierno compraría. Siempre viene bien tener a mano un respirador artificial. Conocí cada gobierno que andaba boqueando y estaba en Coma 4 y con respirador artificial para llegar al fin del mandato… Los respiradores hacen falta, es dinero bien invertido. Ya mismo.

El encierro, que ya es machazo, trae cosas del encierro. Vivir encerrado no es sencillo. Es como estar en la cárcel, pero con menos culpa y mas fastidio. Uno está sano y salvo, pero debe cuidarse y no tienen, algunos, la cantidad de libros que hacen falta. Tampoco el tablero de ajedrez y el juego del “buraco” y, lo peor, ni siquiera tanta gente como para una partida de Tute Cabrero.

Todo eso ha sido reemplazado por Netflix. Yo, que soy veterano, prometo arrancar otra vez con Boris Vian y el primer Saer para releer cosas lindas y termino, yo pecador, con los dedos en el control automático rumbo a Netflix sabiendo que no es lo mismo ¿Hace falta que aclare que estoy encerrado?

Con la peste recrudeció el uso del teléfono. Aún el de línea; hacía rato que, en casa, ese rin-rin no sonaba.

El que llamaba era un amigo que tenía los datos de la computadora de su negocio. El, como yo, recluido pero conectado. Dos clientes el lunes, uno el martes. Hoy ninguno… afligido preguntó: “conocés al intendente, al gobernador, al presidente”…

Me puse a pensar en su pregunta. Conozco al intendente. Conozco al gobernador. Desde Don Silvestre Begnis para acá conocí / conozco a todos los gobernadores. Conocí, cuando no era lo que es, a Alberto Fernández, el porteño. Pero, amigo mío… qué les puedo pedir…

Mi amigo era claro con sus números. Tanto en empleados, tanto en impuestos, tanto en mercadería, tanto en luz y gas y los impuestos municipales, provinciales y nacionales, ganancias y uff. Era un llanto. Le dije la verdad. En tiempos de peste no conviene mentir. No puedo hacer nada y le agregué un dato fulero: los monotributistas y los negocios chiquitos están peor. Se enojó un poquito, me dijo “no pensás en mi, no me ayudás”… le repliqué que en tiempos de peste el lucro cesante y el daño emergente vienen cargados del coronavirus, colados… me repreguntó: …”¿vos te crees que estos gobiernos se van a dar cuenta de eso cuando todo pase…?” No me dio tiempo a responder. Cortó.

Macedonio Fernández decía que el secreto de la felicidad ha sido develado. Que un tipo, en algún lugar del campo, con las manos en la nuca, panza arriba, tirado en el pasto, mirando al cielo seguro que lo descubrió pero…¿Por qué se lo tiene que andar contando a todos…?

Pensé, con la seriedad del caso, en irme al campo y mi infectólogo de cabecera me aclaró. “Sos de riesgo por la hipertensión, la diabetes, el sedentarismo, la edad, no por la distancia”. Lo escuché callado. Me quedé quieto. Estoy quieto. Dicen que circula menos si no quedamos quietos. No hagan olas.



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