Por Jorge Raventos
Finalmente, las versiones se confirmaron. Aunque según voceros que parecen muy bien informados sobre lo que ocurre en el cuarto piso del Palacio de Tribunales la Corte Suprema está muy trabajada por fuertes tensiones entre los tres miembros que por el momento le quedan, el alto cuerpo no tuvo impedimento alguno para adoptar –por unanimidad y con velocidad notablemente superior a su acostumbrado promedio- una decisión que incide significativamente sobre el paisaje electoral del año en curso (con comicios de gran relieve programados para dentro de tres meses en la provincia de Buenos Aires y dentro de cuatro, en todo el país) y producir un fallo que ha sido calificado como “histórico”, pues determina la prisión por seis años y la inhabilitación perpetua para cubrir cargos públicos de alguien que ha ocupado tanto la presidencia como la vicepresidencia de la República: una mujer, Cristina Fernández de Kirchner. “En un momento histórico de gran transformación, en el que se ha vuelto confuso dónde radican los centros de autoridad, la Corte demostró que no ha perdido la capacidad de marcar límites”, escribió ayer Carlos Pagni en su columna de mitad de semana en La Nación.
Un tribunal urgido
En verdad, el alto tribunal venía siendo políticamente urgido a firmar la resolución que gatillaba la doble condena que ya pesaba sobre la señora de Kirchner antes de que ella pudiera legalizar su anunciada candidatura a legisladora provincial bonaerense por la Tercera Sección Electoral, un cargo que nadie duda que alcanzaría fácilmente. “Resolver después de que ella cumpla ese trámite sería como dictar una condena después de permitir que el delincuente se profugue”, advertían a los tres jueces supremos desde los medios más afanosos en que en este caso se alcanzara un fallo (el esperado) rápido e impostergable. Es decir, unánime.
Irónicamente, al denunciar y dar por descontada la inminencia y el signo de la resolución de la Corte, las fuerzas cercanas a la expresidenta contribuyeron a alimentar el clima mediático de vísperas que aceleraba la decisión. Sería injusto culparlos: las tormentas se producen cuando están dadas las condiciones, no cuando un previsor abre un paraguas.
Las preguntas del peronismo
Ya antes de la esperada reunión de la Corte del último martes, en el seno del peronismo empezaban a activarse sus atávicos reflejos defensivos. Un paisaje que a principios del mes de junio encontraba grandes dificultades para conectar puentes entre fracciones diversas y en el que la autoridad de la señora de Kirchner como titular del Partido Justicialista parecía irremisiblemente cuestionada, comenzó a modificar esa tendencia, preparándose para asimilar y resistir un golpe que, aunque en primera instancia afectaría a la expresidenta, se sospechaba enderezado a golpear al peronismo en su conjunto. Paralelamente, empezaban a aparecer interrogantes más de fondo: dado que lo que venía –la inhabilitación de Cristina Kirchner- parecía en primera instancia un hecho ineluctable, había que dedicarse a pensar una reestructuración del peronismo, donde el papel de ella (y, consecuentemente, de sus sectores más afines) quedaría naturalmente reproporcionado a la baja y reubicado en una arquitectura con más voces, más socios activos y predispuestos a articular intereses, territorios y sectores diferentes para protagonizar una etapa nueva con “canciones nuevas”. ¿Podría el peronismo producir un nuevo cambio de piel como los que le permitieron en el pasado recuperarse de la caída de 1955, de las proscripciones posteriores, de golpes de estado y derrotas electorales como las de 1983, 1999 y 2015? ¿O la seguidilla de retrocesos que proyectaron al gobierno a Javier Milei y ahora dejaban fuera de juego a CFK implican que el movimiento nacido en 1945 está condenado a dispersarse, diluirse y morir al llegar a octogenario?
Por el momento estas cuestiones parecían eclipsadas por el puro presente y por preguntas más elementales: ¿admitirían que la señora de Kirchner tenga prisión domiciliaria o la enviarán a un penal remoto, como desean sus enemigos más rencorosos y resentidos?¿La obligarían a utilizar la tobillera digital? ¿Le permitirán visitas y comunicaciones? O por cuestiones tácticas inmediatas: ¿quién la reemplazará como candidata en la Tercera sección bonaerense? ¿Se perfeccionará el acuerdo que empezó a tejerse entre ella y Axel Kicillof y que ahora se vuelve indispensable para ambos?
Otro Juez y la vereda de enfrente
Desde la otra vereda también se observa con cautela. Que una expresidenta termine condenada nunca es una buena noticia para otros expresidentes o futuros expresidentes con expedientes abiertos o potenciales en la Justicia. Javier Milei, que estuvo oportunamente fuera del país cuando se difundió el fallo, guardó prudente silencio y limitó sus expresiones por redes. Fue más discreto que algunos de sus sicofantes: José Luis Espert padeció el repudió de la Universidad Católica Argentina y el abucheo del público por su lenguaje soez, agresivo e insultante.
Con la inflación nuevamente en baja y el peronismo ocupado en pelear contra la inhabilitación de Cristina y en encontrarle un reemplazo como candidata en el Gran Buenos Aires, al Presidente no le conviene chocar gratuitamente con un sector con el que comparte y compite por un segmento del electorado.
Por supuesto, tiene también que atender al núcleo central de sus votantes (los propios y los que tienen origen en Cambiemos y el Pro), en una parte importante de quienes cultivan una fuerte aversión al peronismo. Posiblemente Espert cumple con agrado la función de guardián de ese rebaño, que celebró en las redes la prisión de la expresidenta o le deseó que muera sentada en el inodoro de un calabozo.
Con mirada probablemente realista encubierta en su estilo de cómico cordobés, el senador Luis Juez advirtió a ese público:” “Yo le diría a algunos boludos que compraron champagne y están festejando ‘guarda muchachos no sean tontos¨ (…) El problema del peronismo es encontrar quién lo va a conducir, pero una vez que lo encuentran…Cristina ha logrado una centralidad monstruosa y entonces a los imbéciles que creen que es un motivo para festejar, les diría: hay que preocuparse”.
La admonición de Juez evoca la famosa frase de Joseph Fouché a Napoleón pronunciada tras la ejecución del duque de Enghien en 1804:“Fue peor que un crimen, Sire, fue un error”. Fouché alertaba sobre las consecuencias estratégicas de ese acto; Fouché condenaba una decisión que, aunque legal, se volvía letal para el poder político, pues “el error” minaba la legitimidad de Napoleón y fortalecía a sus adversarios.
La decisión judicial, más que una victoria jurídica, parece avisar Juez, puede transformarse en catalizador, en principio de una figura política viva y tras ello, potencialmente, de una reconfiguración del peronismo. Esa “ centralidad monstruosa” que remarca Juez no es un seguro triunfo antiperonista, sino una señal clara de que la exclusión electoral puede fortalecer, paradójicamente, al “hecho maldito”. Celebrar un fallo que busca anularla puede ser ciego, insinúa este Juez, una lectura simplista que no ve el posible efecto boomerang. Cristina no se desvanece, el peronismo podría imponerse con ella fuera de la lista, reconfigurando el tablero político.
En el peronismo no hay hoy tanto optimismo. Al menos, no uno de corto plazo.
¿Abstencionismo activo?
Hay, inclusive, algunos cuadros destacados que se inclinan por eludir el compromiso electoral de este año. Lo hacen interpretando la abstención y la no presentación en los comicios de octubre como una protesta contra la obligada ausencia de Cristina Kirchner. En el plenario de dirigentes realizado el jueves 12 en la sede del Partido Justicialista, Juan Grabois formuló esa propuesta: “Frente a la proscripción de Cristina hay que desenmascarar el carácter ilegítimo del régimen de facto y llamar a la abstención”. Tal vez se trata de una astucia táctica destinada a atribuir a una consigna propia un fenómeno que ya se ha manifestado autónomamente en este ciclo electoral: el generalizado ausentismo que supera nítidamente los porcentajes de los candidatos más votados. En cualquier caso, el conjunto de la dirigencia peronista no parece inclinado a adoptar la línea sugerida esa tarde por Grabois, de la que más tarde tendría que replegarse. Es difícil que la misma Cristina Kirchner apreciara favorablemente esa táctica de protesta que, en los hechos implicaría hacerle el campo orégano a Milei.
En su extensa historia, el peronismo nunca empleó el ausentismo como modo de protesta. Sí usó la abstención, generalmente como prólogo de insurrecciones, Hipólito Yrigoyen, mientras aún no se le habían abierto las puertas del sufragio libre,
El peronismo, en cambio, usó el voto en blanco, que implica una expresión activa y contabilizable. En julio de 1957, por ejemplo, cuando el gobierno militar de la llamada Revolución Libertadora convocó a una Asamblea para reformar la Constitución Nacional, el peronismo no respondió absteniéndose, sino llamando al voto en blanco, que fue mayoritario en las urnas (2.100.000 votos). Ese recuento globular de influencia política tendría consecuencias sobre la elección presidencial del año siguiente: dejaba en claro que Perón, proscripto y exiliado, mantenía capacidad para influir decisivamente en la política de la que se lo había marginado por la fuerza.
El ala radical intransigente que orientaban Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio comprendió que su plataforma de integración política y frente nacional requería de la cooperación explícita del líder prohibido y buscó sellar un pacto con él. Perón aceptó ese acuerdo y 20 días antes del comicio dio una declaración pública instando a votar por Frondizi e instruyó a la dirección de su partido a organizar ese voto por “ el candidato que ha declarado solemne y públicamente su propósito de rectificar la política económica antinacional, restablecer las conquistas del justicialismo y permitir la libre expresión política y sindical de la masa popular”. Así, la fórmula Frondizi-Alejandro Gómez obtuvo 4.070.000 votos —más del doble de los obtenidos unos meses antes-, sumando una cifra equivalente al voto en blanco de 1957 (aunque un sector “duro” del justicialismo insistió con esa táctica de oposición y el voto en blanco en las presidenciales llegó a 800.000). Perón había jugado desde el exilio y se convertía en socio de una victoria: pese a las prohibiciones pasaba a convertirse ostensiblemente en una figura arbitral.
Aquellos hechos son, a esta altura, estampas históricas. Aunque ha recobrado la “monstruosa centralidad” que obsesiona al senador Juez, Cristina de Kirchner está muy lejos de aquel Perón proscripto y exiliado;, y el peronismo no tiene a la vista siquiera un socio potencial equivalente al dúo Frondizi-Frigerio (por dudosos que ellos resultaran a aquel justicialismo de siete décadas atrás) que fue capaz de tomar distancia de la atmósfera revanchista que se catalizó en la Revolución Libertadora.
Más que encerrarse en dudosas abstenciones, el peronismo tiene por delante la tarea de reparar el aislamiento que hoy paga y sus causas; necesita recuperar confianza pública, llegar más allá de los propios adeptos. Eso es más que los gestos de acompañamiento, lealtad y obediencia, aunque los incluya. Requiere repensar la realidad y salir con mente abierta a la búsqueda de interlocutores y aliados.