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Opinión 26 de junio de 2016

La reforma política

por Maximiliano Abad

El 2 de abril de este año se cumplieron 100 años de la primera elección presidencial bajo el amparo de la llamada Ley Sáenz Peña, que establece el voto universal, secreto y obligatorio. Si pensamos en aquella Argentina de la segunda década del siglo XX, muchas cosas han cambiado: las rutas, los caminos, de hace 100 años no hubieran servido para los autos actuales, la infraestructura de cualquier ciudad tuvo que ser actualizada y repensada, las burocracias del Estado fueron reinventadas, ni hablemos de las telecomunicaciones, los medios de transporte, las costumbres, el ocio de las personas. En todo hubo movimiento, en todo se buscó la calidad del proceso que derive en una mejor versión de cada esfera de la vida pública y privada.

No hay muchos ámbitos que se mantengan iguales luego de 100 años, pero si reparamos en algunas prácticas políticas vamos a encontrar que hay cosas que no cambiaron: el 25 de octubre, primero, y el 22 de noviembre de 2015 después, luego de las seis de la tarde, miles de presidentes de mesa en todo el país hicieron lo mismo que aquel 2 de abril de 1916 hicieron los que firmaron las actas que llevarían a Yrigoyen a la presidencia. Seguimos votando, pues, con un procedimiento electoral que ya no responde a las exigencias de este tiempo.

Podemos sumar a esto otra concepción antigua de la política: el Estado como el dueño de la vida y la información de los argentinos. La noción del secreto político y la no visibilidad de algunos aspectos de la administración pública se fueron afianzando en nuestro país, porque era sencillo ocultar información, porque no querían que el ciudadano pueda hacerse oír, porque unos pocos podían controlar la información pública. El líder era un superhombre iluminado y sólo a través de sus explicaciones había que entender el momento del país. Mucho de eso tuvo la Argentina en el gobierno anterior, y estamos viendo ahora lo que antes nos escondieron a todos.

Pero ocurre que, así como un camino de 1916 no sirve para el transporte actual, tampoco estas ideas lo son para este momento de la historia. El mundo cambió, cambió varias veces y podemos estar seguros de que seguirá cambiando, por eso no podemos abordarlo con los criterios del pasado. El paradigma mundial que se está imponiendo es el de transparentar las prácticas políticas: impulsar programas y proyectos que generen una verdadera reforma institucional en los estados, pensando siempre en beneficio de las personas. Ya existe la tecnología y también la creatividad para lograrlo. Sería inmoral, entonces, retrasarlo más.

Esta es la importancia de la Reforma Política que votamos hace 10 días en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, y que el Presidente Macri elevó al Congreso Nacional esta semana. Tres grandes pilares de la vida democrática están en juego: la reforma del sistema político y electoral, la ética pública y el acceso a la información.
El primero de ellos apunta al corazón del sistema político, eliminando las reelecciones indefinidas, como ya se hizo en Buenos Aires, e implementando el sistema de boleta electrónica en los comicios. Ejemplos como los de Santa Fe y Tucumán en la elecciones del año pasado, sospechadas de fraude, la demora en todos los escrutinios y la incertidumbre informativa que rodeó a muchos de los comicios no pueden ocurrir en un país que tenga alguna perspectiva de seriedad y de mejorar su suerte.

Y los otros dos ejes de la Reforma están dirigidos a fijar deberes, prohibiciones e incompatibilidades para los funcionarios públicos y acceso garantizado a la información relevante para cualquier ciudadano.

Bien analizados, todos estos puntos tienen un único objetivo: terminar con la discrecionalidad en la función pública. En otras palabras, que nadie crea que puede ocultar, falsear o malversar recursos, sean físicos o simbólicos, porque detenta un cargo público. Si todos debemos ser iguales ante la ley, empecemos por los que tienen responsabilidades políticas.

La reforma política es el esquema de pensamiento desde donde tenemos que pensar el futuro, porque cualquier otro nos seguirá atrasando como sociedad. La transparencia, el fomento del dialogo y la participación ciudadana, la rendición de cuentas permanente, los gobiernos abiertos, el acceso a la información y la ética pública son los rasgos de los liderazgos con mayor proyección en el mundo, y nosotros ahora lo tenemos en nuestro país. Se trata de pensar la política como una verdadera herramienta de transformación, como un servicio público, y como una aliada contra las tentaciones, de las que ya hemos visto bastante.

(*): Diputado provincial por Cambiemos.



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