Opinión

La Selección, la Selección: deconstrucción

Por Walter Vargas

Entre otros atractivos que dan cuenta del crecimiento exponencial del fútbol jugado por las mujeres a escala planetaria, la vigente Copa del Mundo nos sitúa a los varones argentinos de cara a la exigencia de poner en remojo la comodidad de ciertos modos arraigados.

Esto es: se nos presenta el temido riesgo y la gratificante recompensa de avanzar en una suerte de ecología interna.

Despejar la copiosa maleza que significa evaluar a las jugadoras argentinas y a la Selección propiamente dicha, con los “sagrados” paradigmas que supimos conseguir: los del fútbol masculino y talibán.

Despejar esa maleza, lo cual significa dar una batalla al interior de nuestros hábitos, de nuestras creencias y de nuestras verdades consagradas, está lejos de suponer un forzamiento o una teatralización frente a la mirada del afuera.

Para nada: lo interesante del asunto es declinar la tentación de hacernos trampas al solitario.

¿Estamos deconstruidos? Sí, claro, o si no estamos deconstruidos en plenitud vamos caminos de ese horizonte y tan a buenas que estamos con eso.

De manera que ya hemos asumido el costado político del asunto y su vertiente ideológica, entendida como una manera de ver el mundo, a las criaturas humanas, a las cosas.

Hace rato que hemos dado una bienvenida calurosa a las mujeres que juegan al fútbol, a la profesionalización, a la expansión, a su creciente masividad.

Y, con el debido respeto y permiso, sin el menor ánimo de ejercer y ostentar la batuta, más bien como un simbolismo fraternal, bien podemos caminar de la mano.

Pero la mala noticia que portan estas líneas es que todo lo antedicho, por simpático que parezca, es insuficiente.

Insuficiente para declinar la mole de cemento cultural (no ya política, no ya ideológica: cultural) que se nos cae encima cuando nos sentamos frente al aparato de TV a ver a la Selección Nacional Femenina y todas las asociaciones que hacemos cuando ellas corren tras la pelota nos remiten a nuestros ídolos varones o a nosotros mismos: ombliguismo machista.

No es mala voluntad, no es resistencia al cambio, no es un tóxico apego al Yo Varonil: son las voces y los ecos de más de un siglo de desarrollo del fútbol jugado por los hombres en la Argentina y el que jugó durante cuatro décadas el propio autor de estas líneas. torneos, picados entre amigos y demás.

Las jugadoras que hoy defienden la divisa argentina en la lejana Oceanía no necesitan ni de nuestro permiso ni de nuestra aprobación. Si algo necesitaran de los varones argentos sería respeto, valoración, apoyo y que en todo caso las evaluemos en los propios términos que el fútbol prescribe.

Y que, por favor, cuando Estefanía Banini se mande esas gambetas coreográficas, las disfrutemos y la aplaudamos sin el menoscabo del machacón espejo de la masculinidad hegemónica.

Télam.

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