Opinión

La vida de las mujeres

La muestra Un lugar para vivir cuando seamos viejos, de la artista Ana Gallardo, se redimensionó con los hechos de los últimos días. Femicidios, machismo y el castigo de una lógica social que agoniza. Obligatoria, en el Museo MAR.

por Agustín Marangoni

Está el miedo a envejecer en primer plano. Mujeres y hombres, mayores, le muestran a Ana Gallardo cómo lograron cumplir sus sueños sobre el final de sus vidas. Algunos cantan, otros crían gallinas, otros bailan. El paso del tiempo es la metáfora fuerte de la muestra Un lugar para vivir cuando seamos viejos, que se puede ver en el Museo MAR. Pero no es sólo el tiempo y su trabajo obstinado en desgastar la vida. Es también el tiempo para modificar verdades, para pensar los contextos y reinterpretar lo que depara el futuro.

Gallarado pasó por muchas. Fue y vino decenas de veces en su propio camino como artista. En ese andar, que se escucha en la instalación CV laboral (2009), vio de frente las muecas de la indiferencia social. Ella, mujer, entonces, tomó las riendas de una colección de denuncias que atraviesa rincones perdidos de las ciudades que forman un hilo imaginario entre Argentina y México. El eje es la violencia de género.

Los materiales y los soportes que utiliza hablan de la universalidad de las consignas. Muebles apilados y encintados, por ejemplo, para contar una historia de amor que también deja ver el peso de los despojos del pasado. Videos –simples, directos– que recorren una parte de su historia familiar y documentan fragmentos de vidas ajenas. También le cambia la forma a un mensaje que rebota en los medios de comunicación, en estos días puntualmente por las novedades lamentables que Mar del Plata desparrama hacia todo el país. En la videoinstalación A boca de jarro (2008), una travesti canta con melodía de tango un artículo periodístico sobre el abuso de menores. De frente a la cámara, con una sonrisa encantadora y un vestido rojo, pone énfasis en la realidad:

– Los abusos de niños salen a la luz cuando se trata de familias vulnerables.

– Los abusadores son casi siempre conocidos de las víctimas.

– El Estado no es eficiente con sus políticas para evitar estos casos.

A un costado, como si fuesen objetos de diseño en un bar de moda, hay una serie de postales que cuenta historias breves sobre víctimas de la prostitución infantil. Y en una de sus carbonillas, todas enlazadas explícitamente a situaciones de violencia machista, escribe claro y pleno:

Feminicidio: Mujer asesinada por un hombre que la considera su propiedad

Escribir una obra es un riesgo. Lo obvio puede quebrar lo simbólico, incluso diluir la riqueza de una búsqueda estética y conceptual. En este caso, Gallardo elije gritar, no quiere dejar dudas, no quiere que ni un solo espectador que camine por enfrente de esa carbonilla desconozca el por qué de las cifras de feminicidios en Argentina, donde muere una mujer cada treinta horas.

En la pared central de la sala 2 hay un muro de cemento escrito en mayúsculas. Es un texto salvaje sobre la marginación, el abandono y la soledad. Ana consiguió una beca para desarrollar un proyecto dentro del geriátrico Xochiquetzal, en la colonia de Tepito, México, durante tres meses. La directora le pidió que hiciera setenta horas de trabajo social a cambio del permiso para poner manos a la obra. Así conoció a Estela, una prostituta paralizada por varias embolias. Estuvo con ella hasta que falleció. Todo real para una historia que desnuda cómo la indiferencia es la semilla de la injusticia social.

La pregunta –la gran pregunta– le apunta al futuro. La muestra suelta una reflexión sobre las bases sociales que hay que revisar con urgencia. Gallardo desnuda un costado crudo del presente y subraya las necesidades. El problema está identificado, ahora es tiempo de pensar y hacer. Mar del Plata ha sido tildada mil veces como una ciudad de viejos. Primero y principal: la acusación no es tan real. Segundo y principal: el problema no son los viejos. Lo que asusta son los jóvenes con mentalidad de viejos. Esta problemática se soluciona con una mirada contemporánea. Hay que cambiar el paradigma histórico cultural: no queda otra opción que sembrar, trabajar para no arrastrar errores. No es fácil ni imposible. La solución es, como casi siempre, política y a largo plazo.

Las ideas tienen un circuito de vida parecido al de los objetos. Cuando están en uso se exhiben, se iluminan, se los ubica a la vista de todos. A medida que van perdiendo brillo se los va rezagando. Cuando aparece alguno nuevo y mejor se los abandona, por ejemplo, en un sótano, por si alguna vez vuelven a ser útiles. Cuando el tiempo determina que ya son basura se los descarta para siempre. Bien. El machismo ya está en esa última instancia. Hay que vaciar esos sótanos peligrosísimos. Transformarlos. He ahí una conquista social.

* Un lugar para vivir cuando seamos viejos, de Ana Gallardo, se puede ver hasta mediados de noviembre, en el Museo MAR (Av. Camet y L. de Gomara), con entrada libre y gratuita.

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